México.- Este es uno de los traumas más difíciles en cualquier persona, el ser herida en medio de un tiroteo. Deja secuelas en el corazón y la mente difíciles de superar, tanto que hay ocasiones en las que se reviven los sonidos de las balas, la piel se eriza y las cicatrices vuelven a calar.

“Le llaman estrés postraumático, pero también suele ser llamado estrés tóxico”, explicó Ángeles Vizcarra Rojas, Psicoterapeuta Infantil adscrita al Hospital Pediátrico de Sinaloa.

Ese dolor lo han sentido 19 mil 77 niñas, niños y adolescentes en México. Esa es la cifra de atenciones por heridas de bala en hospitales estatales y del Instituto Mexicano del Seguro Social (IMSS) entre 2006 y 2022, de acuerdo con datos dados por gobiernos estatales y la Federación en solicitudes de información.

Estas son cuatro escenas para comprender esta barbarie:

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Corría 2008, la llamada “guerra contra las drogas” ya daba lugar como excusa a enfrentamientos por doquier. Así había en las ciudades como en los ranchos y pueblos, todo por el interés de grupos criminales de hacerse de territorios de una forma violenta.

Esa “guerra” ha desgastado a millones de personas en México, sobre todo a las víctimas de asesinatos, desapariciones y tortura. También a quienes han entrado en medio para ir por quienes resultan heridas.

Omar López es coordinador de socorros de Cruz Roja en Culiacán. Este hombre ha sido testigo de decenas de casos donde hay hombres y mujeres al borde de la muerte por estar en esos enfrentamientos.

Habla de forma imperturbable para describir cada uno de esos, como si llenara reportes, pero cuando habla de niñas y niños heridos de bala, la situación cambia.

“Una vez me tocó el de una bebé de 8 meses”, dijo este hombre que tiene ya más de 15 años en la institución.

Fue una noche de 2008, sonó el teléfono de la base de Cruz Roja para reportar una emergencia. Era la 1 de la mañana y urgía se trasladara una ambulancia a Sanalona, un pueblo a unos 35 kilómetros.

El reporte incluía más datos: una familia que cayó en el monte después de una agresión a balazos por un grupo armado.

La escena era en un lugar prácticamente sin luz, donde las sirenas de las patrullas iluminaban con los colores rojo y azul el área del crimen. Había sangre por todos lados, personas tiradas en el piso, mujeres gritando y una policía al final del camino cargando una bebé para tratar de consolarla.

“La niña estaba pujando. Eso es un signo de que algo no está bien”, recalcó el coordinador de socorros de Cruz Roja en Culiacán mientras trataba de imitar a la bebé para poder explicar cómo se veía ese dolor.

Este caso fue tan impactante para Omar que atrapó toda su atención. Se llevó a la niña y corrió hacia la ambulancia para revisarla.

“Le fuimos quitando su ropita que estaba toda manchada en sangre y vimos que tenía una tripita de fuera”, explicó el socorrista.

-¿Qué pasó con los padres?
“No lo sé, solo me acuerdo que nos trajimos a la niña de emergencia para atenderle su herida. Sabíamos que le dolía pero no lo expresaba porque solo podía pujar”.

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En la colonia Lombardo Toledano, al norte de Culiacán, tronaron rifles, armas largas y cortas para tratar de matar a un policía ministerial. Fue un escándalo en el año 2008, cuando la violencia se comenzaba a contar en muertos tirados por las calles.

Fue un tiroteo que duró minutos que parecieron horas para los vecinos, testigos de una violencia extrema por una venganza en los tiempos en que el Cártel de Sinaloa y el Cártel de los Beltrán Leyva ya peleaban los territorios para cometer actos criminales.

Esa venganza fue letal y tomó como víctimas a más personas alrededor.

Una niña se echó al piso agarrándose uno de sus brazos, gritando de una forma desconsolada y sin control. Fue como si hubiera perdido la consciencia sobre quién era, qué estaba pasando y quiénes estaban ahí.

“¿Por qué a mi niña? ¿Por qué aquí?”, gritaba una mujer a un lado.

Todas las personas ahí estaban asustadas. Los paramédicos y los policías no sabían cómo controlar la situación. Apenas lograban tranquilizar a una cuando ya debían tratar de hacer lo mismo con la madre y el padre.

Una bala le dio en uno de sus brazos, le rozó y dejó una herida que se convirtió en una cicatriz para toda su vida.

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Leslie había ido al malecón con sus amigos, estaba de festejo porque ese año se graduaba de la preparatoria. Tenía 17 años cuando esto pasó. Salió de su casa en la colonia Nakayama, al sur de Culiacán, a bordo de una camioneta, pero ya no pudo regresar.

Era 2011, uno de los años más violentos en la historia de Sinaloa, con militares apostados en las calles, escondidos en las penumbras para disimular en sus operativos o en retenes para detener a quienes vieran sospechosos.

En uno de esos operativos trataron de detener a los amigos de Leslie, pero estos no los vieron. Los militares lo vieron como una agresión y comenzaron a disparar, descargando sus fusiles como si se tratara de un enfrentamiento de dos bandos.

La realidad estaba totalmente alejada de eso. La camioneta quedó completamente dañada, pero la única persona que resultó herida fue Leslie. Una bala le dio por la espalda, cerca de la cabeza.

Los militares se equivocaron y como razón dijeron haber estado esperando a que pasara una camioneta similar, pero con ocupantes distintos, miembros de un grupo criminal.

La vida de Leslie estuvo en las manos del Ejército y así tuvo que ser tratada. Médicos militares intervinieron y lograron salvarle la vida.

Leslie ahora es toda una mujer adulta, que decidió continuar con su vida de manera productiva, aunque esa herida provocó que su cuerpo quedara parcialmente dormido. Solo puede mover uno de sus brazos, hacer gestos con su cara y realizar movimientos leves con su cabeza.

La Sedena está a cargo de su salud de por vida, mientras que ella trabaja en el Hospital de la Mujer, al mismo tiempo que representa a grupos de personas con discapacidad y participa en concursos de talentos.

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Cada año es igual, las balas se camuflan con los fuegos artificiales. A partir de las 11 de la noche empieza a tronar en el cielo de forma artificial para anunciar la despedida del año viejo y dar la bienvenida al nuevo, pero mientras en otros lugares las personas se congregan en plazas públicas, calles y teatros para hacer conteos regresivos en ciudades como Nueva York o Tokio, en Culiacán la tradición es esconderse debajo de un techo que pueda soportar la caída de las balas.

Esto es tan común que corre la plática entre los habitantes sobre reconocer cuando se trata de un fuego artificial y una bala.

Lo más intenso sucede en el momento exacto en el que el reloj anuncia el fin de año. Culiacán se convierte en un escenario de guerra, con ráfagas y explosiones intensas hacia donde se voltee. Esta es una tradición mortal que ha dejado secuelas.

Apenas la madrugada del 1 de enero de 2023 sonaban los teléfonos de emergencia para reportar balaceras por todos lados. Las operadoras del otro lado ya atienden con paciencia y sin sorpresa, pero esa noche sobresalió un caso.

En la colonia El Ranchito había una alerta urgente, un niño de nombre Jared Guadalupe, de cinco años de edad, recibió una bala en su cabeza que se alojó en el cerebelo.

Los paramédicos y la familia pudieron darlo por muerto inmediatamente, pero había una esperanza -aunque mínima- de poder rescatarlo. Pasó horas sufriendo en el Hospital Pediátrico, donde un grupo de doctores y doctoras trataron de ayudar, pero fue en vano.

Jared Guadalupe murió a las 6:55 horas del 1 de enero.

LOS EFECTOS DE UNA BALA EN LOS CUERPOS DE LAS NIÑAS Y LOS NIÑOS

En México 19 mil 77 niñas, niños y adolescentes han sido heridos con balas, pero la gravedad de esta violencia no se ha terminado de dimensionar, de acuerdo con el Doctor Martín Borboa, ex director de Medicina Forense en la Fiscalía General de Sinaloa.

La forma más sencilla de comprender la fragilidad en las niñas y niños es con ejemplos básicos de física, según explica el académico de la Universidad del Policía.

“La bala es ese pedazo de metal puntiagudo, que es impulsada por armas que las empujan con reacciones químicas, explotando la pólvora, doblando su velocidad y hacer que viajen a la velocidad del sonido”, explicó.

“Esas balas tienen la capacidad de atravesar tejidos, la piel humana, pero hay que verlo de la siguiente manera: si tú disparas a una taza y un vaso de plástico al mismo tiempo, ¿qué pasa?, la taza que es más dura se quiebra y al vaso que es de plástico se le hace un hoyo”.

Para el Doctor, esta es una forma básica de explicar cómo la piel de un niño, niña o adolescente es delicada y puede sufrir de forma distinta esos traumas.

“La consistencia de la estructura de los bebés y los niños no está 100 por ciento consolidada”, aseguró.

Incluso, es posible que una persona adulta pueda ser golpeada por una bala a muy baja velocidad y sufra una herida leve, pero si esa misma bala golpeara el cuerpo de un niño o una niña, esa bala la penetrará y causará daños fuertes dentro de sus cuerpos.

LOS TRAUMAS DE LA GUERRA

Ningún niño o niña está listo para recibir el impacto de una bala, ni física ni emocionalmente, es un trauma imponente.

En el momento que ocurre, el nivel neurológico se dispara con altas dosis de cortisol, en exceso, que traen consecuencias graves.

“El exceso de cortisol es tóxico en cualquier persona y para un niño es aún más a nivel cerebral, genera taquicardias, desmayos, es una amenaza tan inminente en el  niño que no puede controlar y se pone en riesgo su vida”, señaló la Psicoterapeuta Ángeles Vizcarra Rojas, quien ha tenido que intervenir constantemente en estos casos desde el Hospital Pediátrico de Sinaloa.

El Hospital Pediátrico ha sido la sede de atención médica y psicológica de distintos casos con niñas, niños y adolescentes heridos de bala.

Vizcarra Rojas recuerda uno de ellos para ilustrar el estrés postraumático que suele observarse. Es el de un niño que llegó al Hospital Pediátrico por heridas de bala prácticamente inconsciente.

Se le ingresó a terapia intensiva para operaciones urgentes con un coma inducido, pero al despertar todo se salió de control.

“Cuando lo despertaron fue una crisis, porque es como despertarse y de nuevo visualizó que estaba como en la escena. Empezó a tener el impacto de una crisis en el Hospital y no quería que ningún médico se le acercara”, recordó.

El hecho es que el niño sufrió heridas de bala en un lugar donde había médicos por una brigada de salud.

“Donde hubo el tiroteo había una brigada de salud, pero iban contra todos. Él recordó que había médicos en el lugar y al momento de ver batas blancas, uniformes y el personal de Salud, lo asoció automáticamente a la escena del tiroteo”.

El niño comenzó a gritar y a quitarse los sensores de su cuerpo de una forma arrebatada, reventó en llanto y se quedó en total crisis.

Las heridas de bala dejan más que cicatrices de por vida. En niñas, niños y adolescentes el daño mental llega a otros niveles, como el autismo selectivo, cuando deciden guardar silencio y dejar de socializar con personas con las que antes tenía una relación.

Vizcarra Rojas señala que el autismo selectivo es una de las formas de observar los traumas, como también lo son las fobias específicas, por ejemplo, a estar en los lugares o con personas que asocian a los tiroteos.

Otro efecto traumático son las perturbaciones del sueño, que es un indicador de ansiedad generalizada, lo cual conlleva a otros síntomas físicos como taquicardias inesperadas.

“Son niños que están en constante alerta, no se sienten seguros en el medio, en el contexto y están en constante alerta y eso trae más estrés tóxico por el cortisol que conlleva a las taquicardias, sensación de ahogo, pesadillas, alteraciones en el patrón de sueño porque traen la escena de trauma y lo manifiestan con recuerdos y pesadillas”, señaló la Psicoterapeuta.

Hay casos en los que niños, niñas y adolescentes evitan a toda costa dormir para no volver a soñar y eso hace que se vuelvan irritables, agresivos o que se queden en letargo, totalmente pasivos para no interactuar con las personas.

“Suelen tener este aislamiento, el rechazo de estar en lugares similares a la escena del tiroteo y eso es porque están en constante alerta, así identifican lugares o personas involucradas o quienes le recuerden el tiroteo”, explicó.

Estos niños, niñas y adolescentes pueden volver a sufrir crisis si no se les trata, incluso hasta perder noción y contacto de la realidad como mecanismo de defensa.

Hay grados aún más críticos, como regresiones y desaprender conocimientos. Por ejemplo, pueden olvidar cómo controlar su cuerpo al momento de querer orinar o defecar.

Estos niños suelen perder la atención fácilmente, convirtiéndose en personas ausentes socialmente. Es el caso de  19 mil 77 personas en México que caminan con cicatrices vivas, quienes fueron testigos de una “guerra” como víctimas inocentes.