Por Óscar Rivas

Inglaterra, España, Francia y Países Bajos eran potencias económicas y geopolíticas en el siglo XVIII, que competían entre sí para mantener territorios, colonias y virreinatos. En ese período de la historia, existían dos narrativas sociales surgidas del cristianismo, pero que en la realidad y a pesar de tener el mismo origen, se disputaban entre sí la hegemonía de la civilización.

España, la católica, con la mayor cantidad de territorios y rutas marítimas, se mantenía como el primer Imperio ultramarino de la historia, gracias a las hazañas de Cortés, Pizarro y Balboa. En esencia, la visión española de la riqueza era que dios había dado al hombre control y dominio de todos los tesoros dentro y fuera de la tierra. El hombre entonces solo tenía un camino: buscarlas y hacer uso de ellas para su beneficio. Eso sí, aportando lo correspondiente a la Iglesia.

Por otro lado, Inglaterra y su proyecto colonial en América pensaba distinto. De la mano de Lutero y su Reforma Protestante, se creía que el hombre debía crear patrimonio mediante el trabajo y que era solo el trabajo la forma de honrar a dios en la tierra.

Alrededor de esas dos ideas orbitó el debate religioso de la época. Pero, además, se comenzaba a gestar un proceso más bien filosófico y lejano a la Fe. Dos tipos de Ilustración se comienzan a gestar en el mundo: la escocesa, de la mano de Adam Smith y David Hume y de Stuart Mill, con sus críticas al mercantilismo de la época. Adam Smith creía por ejemplo que era el intercambio de bienes entre individuos y no el oro lo que permitía que los países fueran prósperos.

Por otro lado, Francia comenzaba con François Quesnay a pensar que la producción agrícola era en esencia el motor de la prosperidad, por la que los países deberían enfocar todas sus capacidades en producir alimentos de la mejor forma. Quesnay pudo ver que su discípulo Jacques Turgot se convertiría en Ministro de Finanzas antes de la Revolución, llevando sus ideas a la acción política.

Hay muchas diferencias entre la Ilustración escocesa y la francesa. La primera estaba basada en un conocimiento del individuo, en un descubrimiento de sus virtudes y sus capacidades para ser gestor de su desarrollo. Por otro lado, la escuela francesa se centraba más que nada en la generación de acuerdos sociales, en la construcción de valores colectivos para prosperar.

 

Estas perspectivas tuvieron efectos opuestos: la Revolución Americana se generó en un ambiente en el que las trece colonias disfrutaban de un gran crecimiento económico, mientras la Revolución Francesa se hizo en medio de una de las peores recesiones que este país hubiera enfrentado. La dependencia de Francia de la producción agrícola y el alto nivel de aranceles a los productos agrícolas de otros países significó un problema cuando entre 1786 y 1789 (año de la Revolución), Francia no tuviera capacidad para enfrentar una de las mayores heladas de su historia.

Pero más allá de esto y sus consecuencias políticas, la combinación de la visión protestante, luterana y calvinista de la realidad provocó que las escuelas de educación superior generaran una gran concentración de conocimiento científico y técnico, porque más allá de la apreciación del arte y la literatura (algo que predominó en España), Inglaterra se enfocó sin quererlo, en el mejoramiento de los procesos de producción.

Lo anterior suscitó un florecimiento tremendo de la tecnología, liderado por la famosa “Spinning Jenny”, que permitió incrementar la producción de telas y tejidos en 50 veces; la máquina de vapor de James Watt y muchísimos otros inventos que permitieron que el mundo diera un salto enorme en prosperidad y crecimiento.

En este contexto es preciso generar reflexiones sobre lo que podemos aprender de este acontecimiento que nos ayudó a crear una etapa de florecimiento científico y económico.

Varios estudiosos como el historiador de Economía Nicholas Craft, explican que hubo importantes antecedentes que generaron estos cambios tecnológicos. Craft en su estudio “Explaining the first Industrial Revolution: two views”, escrito en 2010, se pregunta entre otras cosas por qué Inglaterra monopolizó prácticamente todo el desarrollo de la Revolución Industrial. La respuesta, basada en evidencia, se centra en tres tipos de factores:

1.- Inglaterra modificó sus leyes de patentes entre 1720 y 1735, para facilitar el registro de innovaciones. Esto fue crucial porque priorizó el objeto a la formalidad jurídica. Francia (a la que desafortunadamente replicamos como modelo institucional en muchas cosas en América Latina), era un país al que la tramitología le parecía la mejor forma de gestionar los temas privados. Por ejemplo, era común que en los países anglosajones si se tenía algún conflicto con el vecino, se arreglaba directamente acudiendo a él. En Francia, se tenía que enviar una carta al Ministerio del Interior y de ahí, esperar a que el delegado de dicho órgano de gobierno, acordara con las partes.

2.- El Modelo de Enseñanza en las Universidades anglosajonas ponía más énfasis en el conocimiento tecnológico que en la enseñanza teológica. Hoy, a pesar de ser la más antigua del mundo, la Universidad de Salamanca no es referente en muchos temas y no es el destino deseado por muchos estudiantes alrededor del mundo. España perdió muchísimo tiempo defendiendo a la religión, en vez de crear modelos de desarrollo de ingeniería. Por eso, mientras Inglaterra se diluyó como Imperio ultramarino, dejó dos cosas al mundo: Bancos y Universidades. España perdió a sus Virreinatos y salv

o el descubrimiento de América, no se convirtió en nada perdurable.

3.- El mecanismo de rendimientos crecientes del dinero. Países Bajos se consolidó en este siglo y después de independizarse de España por ser más calvinista que católica, como el generador del crédito en Europa. Pero su sistema financiero fue incapaz de solventar algo más que créditos a monarcas deseosos de vanidades y modas. Por el contrario, Inglaterra invirtió con sus bancos en innovaciones, generó un ecosistema de emprendimiento que facilitó el flujo del capital hacia la industria. A pesar de que Países Bajos tenía acceso a más dinero, difícilmente invirtió en el desarrollo de empresas emergentes.

 

Estos factores fueron cruciales en los acontecimientos posteriores para que Inglaterra y Estados Unidos consolidaran su papel como potencias geopolíticas. Si bien las Guerras Napoleónicas y la Guerra Civil fueron momentos de incertidumbre, los avances tecnológicos no se detuvieron.

 

¿Qué podemos aprender de la Revolución Industrial del Siglo XVIII? A las luces de la cuarta revolución industrial como lo es la Inteligencia Artificial, creo que es importante anotar algunas lecciones:

1.- Los directores de empresas no pueden ni deben aislarse del conocimiento técnico. Es una falacia que los cuadros directivos del presente sigan asumiendo como único y real el paradigma de que solo administran los recursos de un negocio. Hoy, por el contrario, no se puede ser manager sin una habilidad técnica, particularmente ante la enorme cantidad de data disponible sobre los mercados. La idea de dejar al licenciado en informática todo lo relacionado a sistemas es insuficiente para enfrentar y liderar empresas que compiten por información o en donde esta es creada por una IA.

2.- Los gobiernos pueden ser hoy un estorbo más importante de lo que lo fueron en aquél siglo a la actividad emprendedora. A pesar de que se ha enaltecido la idea de que solo es suficiente facilitar la creación de empresas, México, por ejemplo, sigue teniendo altas tasas de informalidad. Las reformas regulatorias como Urge y otro tipo de Programas tendientes reducir el tiempo de creación de un negocio formal son insuficientes sin la reducción de tasas impositivas o sin la disminución de los costos de permisos como los de la construcción, los servicios públicos o las barreras de entrada a los mercados.

3.- Las Universidades están en crisis. El conocimiento por competencias ya no es la mejor manera de crear innovación. Hoy, se tiene que crear un sistema que fomente la curiosidad científica, el cuestionamiento del status quo y la creatividad. Memorizar no permitirá crear ideas nuevas. Los títulos académicos son insuficientes para garantizar el éxito y, por tanto, es fundamental crear otro tipo de incentivos. James Watt y Richard Arkwright, fueron educados por sus padres y por maestros artesanos, ninguno de ellos tenía título formal en una Universidad. Sin embargo, fueron mentes creativas que miraron en la técnica aprendida una forma de cambiar al mundo.

4.- Los emprendedores mexicanos son creadores de empresas pequeñas de baja productividad. Datos del Informe de la OCDE “SME and Entrepreneurship Outlook 2021”, plantea que los emprendimientos mexicanos no son buenos usuarios de herramientas tecnológicas (todo aquello que no sea redes sociales), además de que no cuentan con capacidad para implementar cambios acordes a las fluctuaciones del mercado. Es fundamental trascender la idea de abrir empresas de consumo para crear empresas de servicios sofisticados.

5.- Al igual que en el Siglo XVIII, en Países Bajos, la Banca Privada en México sigue reticente a dar crédito a los emprendedores. Tristemente, instituciones como los Venture Capital en México, han disminuido terriblemente su presencia en el país, dejando a los emprendedores sin acceso a capital de riesgo.

Estos elementos nos deberían de dar la oportunidad de iniciar una conversación más profunda sobre los incentivos para el emprendimiento en México. Actualmente, a consideración personal, todos los organismos encargados de crear un espacio para la innovación han caído en la autocomplacencia. Las Universidades se quedan en “Expos emprendedoras”, en donde solo hay stands con panquecitos y mucha brillantina, pero los estudiantes no conocen ni a su mercado ni su punto de equilibro. Los Gobiernos, abriendo oficinas de coworking para emprendedores, pero incapaces de darles un crédito para capital semilla. Y los mismos emprendedores mexicanos, al pensar de manera lineal, sin crear nada nuevo, o haciendo juguetes tecnológicos que no aportan nada a la solución de problemas reales.

La Revolución Industrial del Siglo XVIII fue posible porque hubo una suma de factores sociales, filosóficos y políticos, pero, sobre todo, porque se sustentó en la idea de la Ilustración Escocesa, que encabezada por Adam Smith planteaba la búsqueda de la eficiencia en el intercambio libre y espontaneo de los individuos. Hoy, es tiempo de regresar a esa idea.

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Óscar Rivas, especialista en Economía, es miembro del Colegio de Economistas del Estado de Sinaloa, y esta publicación es una colaboración para Espejo Negocios.