Texto y fotos: Médicos Sin Fronteras
TAMAULIPAS. -Mi nombre es Camila*, fue un 31 de agosto cuando decidí emprender este viaje. Estaba en Nicaragua con mi familia, pero la persecución, amenazas y acoso contra mi hijo nos llevaron a tomar esta dolorosa decisión. Vigilaban nuestra casa, las patrullas lo buscaban constantemente, hasta que la situación se volvió insostenible. Por ello, decidimos huir en busca de un futuro más seguro.
Desde Nicaragua nos venían quitando dinero, el autobús nos quitaba que mil pesos, que ochocientos, y yo le decía, pero mire yo vengo legal, y me decían, no, pero te van a detener porque nadie está pasando.
En México, llegando a San Luis Potosí el autobús venía lleno y nos bajaron a todos. Éramos como 150 personas y solo se quedó una familia mexicana. Nos subieron en unos camiones y nos devolvieron a Guatemala. Ya en Guatemala un grupo de nosotros decidimos seguir, y no descansar para poder llegar a nuestro destino.
Logré llegar hasta Monterrey y comprar un boleto de autobús a Reynosa junto a varias personas. Durante el trayecto nos secuestraron, ahí empezó lo peor. Nos llevaron a una casa donde separaron a varones y mujeres. Teníamos que estar de pie porque no cabía más gente. En las noches llegaban unos hombres y nos sacaban solo a las mujeres. Ellos nos violaban constantemente, después de uno venía el otro, no tenían piedad.
Después nos subieron a una camioneta y nos llevaron a una bodega con más gente. No tenía dinero, ni teléfono, no tenía nada. Ellos decían “aquí te vas a morir porque no tienes nada, no tienes a quién llamar”, porque no tenía un número de teléfono. No tengo a quién pedir ayuda. Fueron como 17 días en total en esa situación.
Mi salud mental se vio muy afectada, y las imágenes traumáticas aún hoy siguen atormentándome, veo sangre en mis manos porque yo ayudé a personas heridas en el camino, muchos niños y niñas fallecieron durante la ruta, los veo correr y yo no los puedo alcanzar. No resisto comer, si veo cosas rojas recuerdo la vez que me violaron analmente y sangré mucho.
Acudí a los Médicos Sin Fronteras (MSF) porque me sentía muy mal, no conciliaba momentos de tranquilidad. Hay momentos muy sensibles de crisis, donde por ejemplo me estoy tomando un café y no logro sostener mis lágrimas al recordar lo que me pasó. Las psicólogas me han ayudado mucho, estoy en tratamiento y sé que aún me falta mucho para poder volver a ser la que yo era.
Algo que me preocupa es que una señora que duerme junto a mí me dice “vos estabas dormida y estabas llorando” y cuando me miré al espejo sí estaba llorando y yo no sentía. En una ocasión hasta me caí de la cama, soñé que estaba corriendo, me aventé y me caí de la cama.
Espero que un día, las personas no pasen lo que yo pasé, somos seres humanos, sentimos y son cosas que quedan remarcadas. Porque por todos los medios he tratado de enfrentar esta situación, pero es algo que queda y no se puede evitar. Yo no era así antes, sabía sobrellevar los problemas, pero esto se me ha hecho bastante difícil. Siempre fui madre y padre para mis hijos. Tenía 23 años cuando me quedé sola y yo los saqué adelante… Lo que más deseo es poder olvidar.
“Este viaje es una experiencia que no le deseo a nadie”
Mi nombre es Luna*, mi travesía hacia Estados Unidos comenzó el 12 de diciembre, mi objetivo era alcanzar a mi esposo, él ya estaba allá en busca de mejores oportunidades. Yo trabajaba en una floristería en Colombia cuando decidí seguir los pasos de mi esposo. La situación económica en Venezuela nos impulsó a tomar esta difícil decisión, dejando atrás todo en busca de un futuro más prometedor. Él había llegado a Estados Unidos enfrentando innumerables dificultades, pero nunca imaginé lo que nos esperaba a mí y a mis tres hijos.
Mi hija me preguntaba: mamá, ¿nosotros no vamos en avión? Tenía que decirle la verdad, le dije: bebé, papá no se fue por avión, tenemos que pasar muchos países, muchos, y hay que pasar un bosque muy grande. Cuando pasamos el Darién (frontera entre Colombia y Panamá) nos quedamos sin comida en medio de la selva, nos tardamos dos días y medio en pasar la selva dándole duro, nos quedamos sin agua, nos tocó tomar agua al río, tener diarrea, dolor de estómago.
Mis hijos, por ejemplo, el menor tiene tres años, pesaba 17 kilos, pesa 13 kilos ahorita. Mi bebé pesaba 20 kilos, ahorita pesa 16. El mayor, ni hablar, estaba cachetón, ahora parece un esqueleto con lo que ha quedado de estos días de viaje. Pensé “vamos a pasar todo esto, ni un día sin descansar”, era tratar de no pararme, tratar de no gastar el dinero que tenía para avanzar lo más rápido que pudiera para estar bien. Claro que sufríamos porque sólo hacíamos una comida en el autobús, al otro día una, a veces no teníamos para pagar el pasaje, con jugo y una galleta andábamos.
Mi hijo se me estaba deshidratando, con diarrea y vómito, nos atendieron en la frontera de Guatemala con México. Las doctoras de Médicos Sin Fronteras (MSF) me dijeron que me esperara un día para que el niño agarrara resistencia. Como yo venía tan rápido, pensé que era llegar, pasar a México y llegar a Estados Unidos, pero no. Yo no le hice caso a las doctoras, no me quise quedar. Como a las seis de la mañana me salí del refugio y cuando me salí perdimos todo, nos robaron en la balsa, por primera vez nos robaron todo: ropa, la comida que traíamos, el dinero que llevábamos, los teléfonos, todo. Fue el primer golpe.
Continuamos y entramos a México el 22 de diciembre, pasamos 22, 23, 24, 25 y 26 de diciembre instalados con los de inmigración y los de la guardia para esperar que nos dieran permiso de avanzar. Ahí la iglesia nos ayudó con comida y agua. Recibimos la navidad con los demás compañeros. Nos echaron a las 12 de la mañana con los niños, todo, porque ellos allá van seleccionando familias y personas solas, y separan los autobuses.
Nosotros como somos familia nos dejaron cerca de Arriaga para poder seguir avanzando. Y bueno, nosotros avanzamos de Arriaga en la madrugada, salimos al otro día hacia San Pedro y al día siguiente llegamos a Ciudad de México. Siempre tuvimos que pagar a los guardias en los puntos de control, pues supuestamente dicen que son carteles que lo paran y uno para poder seguir avanzando tiene que pagar, unos nos robaban, unos nos bajaban. Por ejemplo, en un momento hubo uno que dijo: quiero diez teléfonos y tres mil pesos, entre todos teníamos que perder para que pudiera avanzar, tenía que perder algo para poder avanzar.
Unos contactos de mi hermana en Ciudad de México nos proporcionaron ropa nueva y necesidades básicas que habíamos perdido durante el viaje. El destino original era Ciudad Juárez, pero cuando fui a comprar los pasajes dentro del terminal no nos los vendieron. A nosotros los migrantes no nos venden los boletos directos, una persona me dijo que los vendían solo a Monterrey.
En Monterrey compramos los pasajes a Matamoros y en un momento del viaje el chofer del autobús se detuvo y me pidió mis documentos, yo pensé ¿quién es él para pedir los documentos? Porque no era un guardia, no era migración, no era nada. Se nos acercó y le dije: yo solamente tengo cédula de identidad y el acta de nacimiento de mis hijos. Me respondió: ah bueno, ustedes cuatro se me van a bajar ahorita. Respondí: pero por qué si nosotros no estamos en Matamoros, nosotros estamos en Reynosa porque mi teléfono lo dice. Él se volvió a meter y salió. “¡Que te bajes!” .Y yo le dije, no me voy a bajar. Yo no me puedo bajar aquí cuando todos son mexicanos y yo soy la única migrante y me va a bajar a mí.
Dijo: no te vas a pasar nada, solo vas a revisar lo de la cita. Le respondí que no tengo necesidad porque yo tengo el papel. Y cuando vi de repente un chico se subió al autobús y señaló al niño y a la bebé. Ellos levantaron a la niña, no tuve de otra que bajarme. Agarré el bolso, mi hijo mayor agarró la bolsa de la comida y yo tomé el bolsito donde tenía los pañales, las cositas del niño y todo.
Cuando nos bajaron, nos metieron en un callejoncito donde venden comidas. Nos llevaron a una casa grande que no tiene techo. Ahí nos revisaron todo, ellos revisan todo el dinero que tiene uno. Había mucha gente ahí, mucha. La iban liberando, iban pidiendo dinero por ellos, $1,350 dólares por cada uno es la cuota. Ellos les mandan fotos y videos falsos a los familiares mostrando que nos pegan, que nos maltratan, pero es mentira. Quienes no les hacen caso, o los que les contestan, a ellos sí los golpean.
Así nos agarraron y estábamos secuestrados, ellos dicen que retenidos, pero no es así porque no teníamos comida, no podíamos hablar, no teníamos opción a nada. Yo necesitaba mi maleta para darle su medicamento a mi niño que seguía mal y se las pedí. Me dijeron que tenía que dar algo a cambio y me metieron a un cuarto. Ahí me violaron y luego me dieron mi maleta.
Mis familiares pagaron la cuota que habían pedido por mí y mis hijos y finalmente, el 5 de enero, fuimos liberados junto con otras personas. Gracias a un sacerdote llegamos aquí y ahora estoy en proceso con la doctora de Médicos Sin Fronteras. Yo antes pensaba “si fulanita pasó tan fácil a Estados Unidos, yo también lo voy a pasar”. Pero creo que cada quien tiene su historia, nadie marca el paso de nadie, las experiencias son muy diferentes.
Es un riesgo, los niños sufren demasiado. Este viaje es una experiencia que no le deseo a nadie. El que pasa esto es fuerte. Ya lamentablemente estoy aquí y yo digo, si a mí me dieran a elegir ahorita, si me dijeran: usted se quiere ir para su país, pues me iría a trabajar a Colombia de nuevo.
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*Los nombres han sido cambiados por seguridad
Este trabajo fue publicado inicialmente en Médicos Sin Frontera. Aquí puedes leer la versión original.
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