Sentados sobre una piedra a la orilla de una calle en los suburbios de Tapachula, en la frontera sur de México, Poison y Malandro –dos migrantes centroamericanos– comparten un cigarro mientras recuerdan la antigua guerra a muerte que libraron durante muchos años, antes de llegar aquí.

Se conocieron hace apenas dos semanas, pero desde entonces pasan mucho tiempo juntos. Cada noche salen a fumar, sentados sobre la misma piedra, frente al albergue para migrantes en el que viven, y avientan las colillas a una zanja cuando terminan de conversar.

Aunque se conocen hace poco, podría decirse que ya son amigos. Ambos saben que esta amistad no habría podido ser si se hubieran conocido en otro lugar. Por ejemplo, en El Salvador, de donde es Poison, o en Honduras, de donde es originario Malandro. Si se hubieran encontrado en cualquiera de esos dos lugares, lo más seguro es que hubieran sacado sus pistolas y uno hubiera matado al otro.

Ambos son miembros de las pandillas que han protagonizado la guerra más longeva en cuanto a pandillas latinoamericanas se refiere. Poison es pandillero de la MS13 y Malandro del Barrio 18. Llegaron aquí huyendo de sus países.

Atrás quedaron los barrios donde eran ellos quienes imponían las reglas a punta de pistola, donde ellos decidían quién entraba y quién no, quién pagaba extorsión y quién no, quién vivía y quién moría. Desde que llegaron aquí, a principios de febrero de 2023, ambos conviven bajo una ley más poderosa que la que enfrenta a sus dos pandillas en Centroamérica.

Ahora viven en un barrio mexicano donde quienes mandan son otros. Son “Los Señores”. Es el narco, y los pandilleros lo saben.

“Los Señores” son los narcotraficantes, miembros del Cartel de Sinaloa y del Cartel de Jalisco Nueva Generación (CJNG). Tapachula es una ciudad con un hampa complejo y de larga data en el que las pandillas callejeras latinoamericanas y los carteles de la droga son sus principales actores. La MS13 tuvo una fuerte presencia en este mapa criminal y se podría decir que gobernó varios puntos de la ruta migratoria que empieza en Tecún Umán, del lado de Guatemala, y termina en Arriaga, 279 kilómetros más adelante.

Sin embargo, en la última década la actividad criminal ha sido cooptada, tal como ha ocurrido en todo el estado de Chiapas y en todo México, hasta quedar bajo el paraguas de dos grandes estructuras: el Cartel de Sinaloa y el CJNG.

Si el papel de la ciudad como centro de migración alguna vez alimentó a esas pandillas, ahora está alimentando a otros grupos más grandes. Está contribuyendo a provocar un fuerte conflicto entre los dos grupos narcotraficantes más poderosos del país.

Tapachula: el corredor de migrantes

 

Es imposible entender a Tapachula sin la migración. Es una ciudad fronteriza del sur del estado de Chiapas, ubicada a poco menos de 20 kilómetros del río Suchiate, que separa a México de Guatemala. La buena infraestructura vial y sus dos puertos –que dan al Océano Pacífico– han convertido esta ciudad de 980 kilómetros cuadrados en un punto importante para el tráfico de personas.

Desde finales de la década de los 90, por su ubicación geográfica cerca de las costas del Pacífico y por haber sido la primera estación del tren Chiapas-Mayab –mejor conocido como “La Bestia”, el cual conecta el sur y el centro de México– este lugar se convirtió en una ciudad de paso obligatoria para miles de migrantes centroamericanos que intentaban llegar a Estados Unidos.

Décadas de migración centroamericana pasando por este lugar han dejado un sedimento cultural notorio. Basta con decir que su comida típica es la comida china y su música tradicional es la marimba guatemalteca. En esta ciudad, por donde se mire, hay migrantes. En las calles, en las plazas, en albergues, pero también trabajando en restaurantes, atendiendo en bares, recibiendo nuevos clientes en hoteles, o despachando en tiendas o pulperías. Hasta su equipo de fútbol, “Los Cafetaleros”, en 2020 llegó a tener 16 de 34 jugadores extranjeros, es decir el 40% de su equipo.

Para dimensionar mejor la importancia de Tapachula en la migración que pasa por México, basta con decir que de las casi 390.000 personas provenientes de 102 países de los cinco continentes que solicitaron asilo entre 2021 y 2023, el 60% lo hicieron en Tapachula, según datos de la Comisión Mexicana de Ayuda a Refugiados (COMAR). Aunque estos datos se quedan cortos. Según activistas locales, el número de migrantes que pasan por esta ciudad es –siendo muy moderados– el doble o el triple, porque la mayoría buscan pasar desapercibidos sin dejar huella o registro.

La migración también ha dejado otros fenómenos, como las pandillas centroamericanas. Actualmente en Tapachula habitan algunas células de la MS13 y del Barrio 18. Aunque su poderío no es ni siquiera cercano al que tienen en los barrios y colonias de Centroamérica, algunas colonias de Tapachula, como Indeco, Buenos Aires o 16 de Septiembre, mantienen una presencia notoria de ambas pandillas. InSight Crime recorrió esas colonias y pudo notar la presencia de jóvenes como Poison y Malandro usando camisetas con números alusivos a las pandillas.

Las políticas antiinmigrantes impulsadas por Estados Unidos y aplicadas por México se han encargado de evitar que esos migrantes lleguen a su destino, lo que ha obligado a miles de ellos a quedarse en el camino, cuando tienen la suerte de no ser devueltos al lugar de donde huyeron. Estas mismas políticas, con el paso del tiempo, han ido moldeando este lugar y lo han convertido en una especie de ciudad-trampa donde, hoy por hoy, viven miles de migrantes estancados.

La nueva dinámica ha transformado a Tapachula. La enorme retención y el paso masivo de migrantes en este lugar ha provocado que gran parte de la economía formal e informal se alimente de la migración. Empresarios, vendedores informales, taxistas, dueños de hoteles, hostales, restaurantes, funcionarios públicos y administradores de albergues coinciden en que si un día, de pronto, como por arte de magia, desaparecieran los migrantes de Tapachula y ya no llegaran más, la economía local quebraría.

Pero donde hay personas hay dinero. Y donde hay dinero surgen mafias interesadas en ese dinero.

Peldaños más bajos del hampa criminal

 

Una noche a mediados de febrero, Poison cuida los baños de uno de los albergues más grandes e importantes en Tapachula.

Durante el día, el albergue permanece vacío. Muchos migrantes salen a trabajar, otros a hacer su trámite ante Migración o la COMAR para obtener un permiso y seguir su camino. Otros, simplemente salen a esparcirse en lugar de pasar encerrados todo el día.

Por las noches, el albergue se vuelve a llenar. Los migrantes pasan un rato juntos, hablan o ven televisión tirados en el piso del salón principal, intentando espantarse del calor de hasta 38 grados que suele hacer en este lugar inhóspito. Otros buscan refugio en los baños. El trabajo de Poison consiste, básicamente, en garantizar que los baños se mantengan limpios, ordenados y que nadie entre a darles un uso diferente al que están destinados. Es decir, que nadie entre a tener sexo ni a meterse droga.

Esta noche, un grupo de hondureños platica con Poison frente a los baños del albergue. De pronto, otros tres hondureños, entre ellos Malandro, se acercan a Poison. Vienen reuniendo dinero en sus manos. Hablan en secreto y se pasan disimuladamente un pequeño rollo de billetes. Poison agarra el dinero y se lo mete a la bolsa.

“Vaya, yo me puedo dar la vuelta, pero me tienen que cuidar el changarro”. Los hondureños le prometen cuidar fieramente los baños.

“Traigase de la buena, perro”, le dicen.

Alrededor del albergue, el Barrio 18 se encarga de la venta de drogas a pequeña escala como esta. Poison, que conoce a estos traficantes, miró la hora en su celular y se fue. Regresó unos 20 minutos después con dos pequeñas bolsas de plástico que contenían un polvo blanco. Era cocaína.

“Voy yo primero. Yo me di el rifón”, les dice Poison y se mete al baño unos segundos. Se escuchan un par de suspiros fuertes y profundos, y al rato sale de nuevo sonriendo.

Las jornadas de cuidar los baños son largas y agotadoras y Poison necesita algo más que café para mantener su vigilia.

“A mí me llega más la marihuana, pero aquí no se puede fumar porque mucho huele. Por eso hay que conseguir algo más discreto”, dice Poison.

Desde hace años, en la colonia donde está ubicado el albergue habita una pequeña célula del Barrio 18 conformada por migrantes hondureños, salvadoreños y algunos mexicanos, cuya principal fuente de ingresos es la venta de droga al menudeo. Su poder, según cuenta el administrador del albergue y sus habitantes más viejos, es limitado pero importante.

“Si hay algún problema con algún loco que venga de Honduras o El Salvador y allá haya estado en la pandilla, el jefe los llama a ellos y rapidito lo ponen quieto”, me dice Poison.

Pero en el panorama criminal actual de Tapachula, pandilleros como Poison y Malandro ocupan algunos de los peldaños más bajos del hampa criminal de la ciudad.

‘Dos letras’ versus ‘Cuatro letras’

 

A unas cuadras de donde Poison compró las dos bolsas de cocaína del Barrio 18, hay una bodega. Frente a ella todavía cuelgan pedazos de cinta amarilla policial que sirvieron para proteger una escena del crimen.

La escena no fue por un homicidio. En 2023, la Marina mexicana incautó 200 kilos de cocaína en ese lugar. Las autoridades dijeron que esa bodega y la droga incautada pertenecían al CJNG.

“Aquí en Tapachula ya se está librando la guerra”, dice Topo, un periodista de larga data en el área policial del sur de Chiapas, quien lleva más de 20 años cubriendo esta región.

Topo es delgado, de piel morena tostada, de hablar seguro y misterioso. Pidió que no usáramos su nombre completo. En un elegante restaurante en el norte de Tapachula habló en voz baja mientras examinaba el cuarto de un lado a otro. Para referirse a ellos les llama “las dos letras” o “las cuatro letras”. Habla de una guerra entre dos monstruos que se pelean el control de la ciudad. Dos enemigos a muerte muy poderosos de quienes él ni siquiera se atreve a mencionar sus nombres.

“Ya llegaron y esto se va a poner feo”, dice.

Esta guerra entre el Cartel de Sinaloa y el CJNG se libra en Chiapas desde hace años, pero lo más agudo ha llegado hace dos, cuando el segundo empezó a incursionar en ciudades importantes para el primero. Por el norte, en San Cristóbal de las Casas y Tuxtla Gutiérrez. Por el sur, en los municipios fronterizos de Frontera Comalapa y más al sur, en Huehuetenango, del lado de Guatemala.

Esto está provocando un incremento de la violencia en las zonas aledañas a Tapachula, así como en el municipio de Frontera Comalapa. En mayo del año pasado fueron desplazadas más de 3.000 personas quienes denunciaron que miembros de un grupo criminal pasaron con tanques blindados artesanales amenazando y reclutando a hombres a la fuerza.

Un par de meses después, el rumor sobre la llegada del CJNG se ha vuelto cada vez más un aire pesado, casi tangible en el ambiente de Tapachula. Un grupo de sicarios a bordo de una motocicleta dispararon contra el puesto policial de Tapachula. Tras el tiroteo, las autoridades señalaron a los periodistas que se trató de una incursión del CJNG.

La puerta de entrada del CJNG a la ruta del Golfo –según documentos internos generados por la Secretaría de la Defensa Nacional (SEDENA) de México entre el año 2020 y 2022, extraídos por el grupo de hackers llamado “Guacamaya” y filtrados por el grupo hacktivista “DDo Secrets”– fue Juan Manuel Valdovinos Mendoza, alias “El Señor de los Caballos”, quien además habría hecho un enlace entre el CJNG y Los Huistas, una organización criminal que opera en el municipio fronterizo Huehuetenango, Guatemala.

“Las cuatro letras le quiere quitar la plaza a las dos letras”, explica Topo.

‘No son nada’

 

No siempre fue así. Desde principios de los años 2000 en Tapachula se establecieron pequeñas estructuras de la MS13 y del Barrio 18. Su poder llegó a ser tal que para 2004 la MS13 controlaba este tramo de la ruta de migrantes que se movían en La Bestia, el tren de carga. La pandilla cobraba extorsión a los migrantes y a quienes no pagaban los tiraban del tren, dejando a cientos de personas mutiladas o muertas en las vías.

Hoy en día, sin embargo, pandilleros como Poison y Malandro no arrojan a la gente de los trenes, ni dictan quién entra o no a su vecindario, ni realizan extorsiones.

“Aquí la 13 y la 18 no son nada”, dice Azul, un policía que tiene más de 20 años de trabajar en la zona sur de México.

“No tienen ningún poder.  A lo mucho hacen sus trabajitos para el narco, pero no tienen ningún control. Venden droga que le compran al narco y ayudan a traficar migrantes, pero no pasan de ahí”, agregó.

Aunque Tapachula actualmente no figura en el mapa de las ciudades más importantes para el narcotráfico en México, su posición fronteriza la ha ubicado desde hace mucho en el corredor de la droga que fluye de sur a norte. Sin embargo, las pandillas hacen su contribución al ecosistema criminal de Tapachula.

“Las pandillas se dedican al narcomenudeo. Y eso lo puedes ver con el incremento de lugares donde venden droga aquí en la ciudad”, dice Azul.

De acuerdo con el Observatorio Interactivo de Incidencia Delictiva de México, el promedio de carpetas de investigación abiertas por la Fiscalía General del Estado de Chiapas por el delito de narcomenudeo disminuyó de una tasa de 2,02 a 1,0 por cada 100.000 habitantes de diciembre de 2022 a diciembre de 2023. Y para abril de 2024, la cifra había descendido a 0,25.

Esto no necesariamente quiere decir que en la práctica el delito ha disminuido. Durante una estancia de unas horas en una colonia donde pandilleros de la MS13 y del Barrio 18 venden droga, se pudo atestiguar cómo la venta de droga al menudeo se da con tranquilidad, incluso frente a la presencia de la policía municipal de Tapachula.

Según los documentos de SEDENA, Tapachula forma parte del corredor de cocaína llamado “Ruta del Pacífico”, que parte desde Ciudad Hidalgo, en la frontera con Guatemala, pasa por Tapachula y sigue hacia los municipios de Huixtla, Villa Comaltitlán, Acapetahua, Mapastepec, Pijijiapan y Tonalá.

A partir de 2021, según los documentos, la ruta que antiguamente gobernaba el Cartel de Sinaloa se ha visto invadida por el CJNG. Esto pasó en julio de 2021, luego del asesinato de Ramón Gilberto Rivera Beltrán, alias «El Junior”.

La muerte de El Junior provocó un vacío en el liderazgo y una fractura al interior del Cartel de Sinaloa, lo que permitió que su contraparte invadiera el territorio.

La violencia extrema se ha vuelto constante. Los más recientes y crueles ejemplos de esta guerra son los municipios de Chicomuselo y Frontera Comalapa, donde los dos grupos libran una guerra que ha mantenido durante meses en confinamiento a las comunidades. Algunos habitantes y activistas locales que trabajan ahí dijeron que las estructuras del crimen organizado controlan las entradas y salidas de esos pueblos, así como el abastecimiento de comida, energía eléctrica y señal telefónica.

En todos los municipios de Chiapas donde el Cartel de Sinaloa y el CJNG tienen influencia, las estructuras locales existentes han sido supeditadas y puestas a trabajar al servicio de «Los Señores». Estas libran la guerra y cobran el pago en nombre de ellos.

Ese es el caso de Tapachula, donde la guerra entre carteles ya se ha hecho notoria. En lo que va de 2024, en el centro de la ciudad han aparecido cuerpos de supuestos coyotes asesinados, amarrados de manos y pies y con cinta adhesiva en la boca con mensajes que dicen: “esto le pasará a los coyotes que no paguen piso”.

Esta es otra economía criminal floreciente que puede pagar esta guerra.

Migración: la nueva economía criminal

 

A medida que un número creciente de migrantes pasaba por México con la esperanza de llegar a Estados Unidos, los grupos narcotraficantes vieron una oportunidad de negocio, especialmente en Tapachula, donde estas ganancias podrían estar sustentando la guerra entre el Cartel de Sinaloa y el CJNG.

La migración es una fuente de ingresos importante para el narcotráfico en esta ciudad en la frontera sur de México. A lo largo de dos meses, InSight Crime habló con dos coyotes que mueven migrantes desde hace más de 10 años. Ambos explicaron que en el camino dejan al crimen organizado casi la mitad del costo del viaje.

“Yo cobro entre US$9.000 y US$11.000. Ahí depende de cómo tú quieras viajar. De eso voy dejando al narco unos US$6,000. Tú dime ¿en qué crees que se convierte ese dinero? En armas”, dijo uno de ellos, con un gesto parecido a una sonrisa en la cara.

Aunque él no trabaja para el crimen organizado, para poder cruzar tiene que pagar parte del dinero que los migrantes pagan por su travesía.

“Se paga por cabeza y las tarifas pueden variar dependiendo de cómo estén las aguas, pero siempre anda por un total de entre US$6,000 y US$8,000”, dijo.

Aunque a principios de siglo la MS13 llegó a controlar el tramo sur de la ruta de “La Bestia”, dice Azul, ahora tiene poca influencia en el tráfico de personas. Mientras en Centroamérica siguen siendo estructuras poderosas, en el sur de México las pandillas MS13 y Barrio 18 se ven opacadas por el poder del narco.

“Hemos tenido casos en los que ellos vienen moviendo gente desde Guatemala, pero la mayoría es gente de ellos mismos. Traen a otros maras que vienen huyendo de Honduras y El Salvador”, dice Azul.

No pagar el impuesto a los grupos del narcotráfico tiene sus costos. Secuestros, torturas o incluso la muerte. Un ejemplo de esto ocurrió en mayo pasado cuando un grupo de 49 migrantes, entre ellos 11 niños, fueron secuestrados cuando viajaban a bordo de un autobús privado desde Tapachula hacia la frontera norte.

Tras casi una semana de búsqueda, los migrantes fueron encontrados con vida. Algunos de ellos relataron que fueron secuestrados por un grupo de narcotraficantes con el objetivo de pedir un rescate a cambio de respetar sus vidas.

“Ahora están viendo [los narcotraficantes] que el negocio está más gordo. Y todos quieren agarrar su pedazo. Y entre más grande el pedazo, mejor”, me dice uno de los coyotes.

Imagen destacada: partes de esta imagen fueron creadas a partir de inteligencia artificial.

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Este reportaje fue realizado por InSight Crime. Para leer el contenido original, dé clic aquí.