Cada vez que ocurre una situación de alto riesgo para la población, como lo es la explosión ocurrida en Culiacán la madrugada del 4 de agosto en la planta distribuidora de gas de uso doméstico, en la colonia Juntas del Humaya, las autoridades estatales y municipales caen en cuenta de la responsabilidad que tienen en supervisar y evitar eventos que derivados de la negligencia oficial constituyen peligro para los sinaloenses.

Se trata de gobiernos reactivos que esperan pacientemente a que ocurran los problemas para proceder con gran celeridad y energía al control de los daños, a clausurar instalaciones y realizar la labor de anticipación, siendo que en la víspera no ven las amenazas latentes ni escuchan las denuncias de la gente, mucho menos efectúan la revisión de zonas que están allí, intocables, hasta que sucede lo irremediable.

Ante el resultado providencial donde no hubo heridos ni pérdida de vidas humanas en la explosión de la gasera de Juntas del Humaya, cabe el aviso a tiempo de expendedoras de gas LP dentro de varios asentamientos poblacionales en Culiacán y las demás ciudades de Sinaloa, que no son otra cosa más que bombas de tiempo muy próximas a familias que nada han podido hacer para librarse de tales inconvenientes.

También hay vías del tren que cruzan las ciudades y causan accidentes al no aparecer por ningún lado la gestión del gobernador y presidentes municipales en turno para que las autoridades ferroviarias hagan nuevos trazos de rutas y estaciones fuera de los centros urbanos. Otro peligro inminente para los sinaloenses lo constituye el transporte urbano que continúa con recorridos a alta velocidad y sin regulación de la aptitud de los conductores para el traslado de miles de personas.

La apatía de instituciones y funcionarios en materia de vigilancia a instalaciones estratégicas susceptibles a fallos de alto riesgo es lo que deja en evidencia el evento que el domingo movilizó a los cuerpos de emergencia y obligó a desalojar a familias de las zonas colindantes con la planta de gas. Es posible que tal dejadez prosiga, como ha sido siempre, en espera de que primero ocurran las tragedias y después opere la atenuación de las consecuencias.

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