Horacio Sánchez Mejía de El Playón, en Angostura, tiene 82 años de edad y 70 en la pesca. Desde los 12 años aprendió a hacer sus propias atarrayas, se casó a los 22 años y su compañera le ayudó a tejerlas.
Han pasado 4 años sin entrar al agua a pescar, pero las ganas de seguir trabajando no se han ido. Tiene la esperanza de que cuando se levante la siguiente veda, lo dejen acompañar a su compañero Sergio, con quien pescó por 20 años.
De padre pescador, madre ama de casa y sus hermanos y hermanas; no fue con su papá con quien inició en la pesca, sino con sus amigos que iban por tiburones y lisas para consumirlas y en ocasiones, venderlas.
Le tocó la evolución de La Reforma, cuando llegó había pocas casas y ahora se ha convertido en puerto. Cuando empezó a pescar lo hacía en canoas de álamo construidas por los mismos pescadores, sus hermanos y él entre esas personas.
Antes había mucho que pescar, considera, pero con el tiempo se fue retirando el pescado de sus campos pesqueros y con menos producción, hubo menos trabajo e ingresos. Influyó que tampoco había tantos pescadores y pescadoras como las hay ahora.
A los 18 años ingresó a la cooperativa, yéndose desde la 1 de la mañana a pescar. Entonces el camarón se vendía a mejor precio, ahora adjudica bajos precios a que cada vez hay más camarón de granjas.
Es viudo desde hace 8 años, mientras su esposa vivió, ella hacía y vendía pan, contando como un segundo ingreso a la casa y lograron pagar la educación media superior y superior en conjunto para que sus 6 hijos e hijas estudiaran y no “sufrieran el mar”, ahora se dedican cada quien a su área de interés; no se involucraron en la pesca.
Contraria a la historia de sus hijas e hijos, hubo ocasiones en que mientras estaba en El Playón fueron sus vecinas y vecinos quienes le tendieron la mano y un plato de comida cuando en su casa no había; Horacio se dedicaba hacer mandados y ganó el respeto y amistad de la comunidad, por lo que no faltaron las manos extendidas para apoyarlo.
Al llegar de niño a La Reforma la historia empezó a cambiar, su espíritu servicial siguió y había qué comer, entre almejas, ostiones y pescado. Le da particular alegría recordar que su sobrenombre en las playas alrededor es “el mojado”.
La buena suerte lo ha acompañado, en una ocasión al llegar a puerto y bajarse de la panga, llegó un tornado y se llevó la panga volteándola arriba de los mangles. No supo cómo atracaron en la orilla, lo importante es que estaban en tierra y no tuvieron mayores pérdidas. Esa es la primera y última vez que sufrió a causa de los fenómenos naturales, tiene respeto por la lluvia y el viento.
Antes, narra, en la comunidad se podía dormir a gusto y afuera de las casas sin preocupaciones; ahora tiene que encerrarse y le preocupa el consumo de drogas en la comunidad. Espera que la comunidad mejore físicamente, que sea más bonito, la esperanza revive ahora que lo nombraron el puerto más joven.
Especialmente, después de 4 años de no salir al mar y entre risas comentar que cambió sus pasatiempos de pescar a comer y dormir, desea volver a tirar la atarraya, se siente agradecido con el mar y es por eso que su color preferido es el azul.
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El proyecto Memoria y Verdad: Historias desde la pesca se desarrolló en colaboración con el Fondo Resiliencia, un esfuerzo conjunto para fortalecer las respuestas locales y la resiliencia comunitaria.
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