Guadalupe Espinosa López, Lupita, tiene 46 años. Nació en Mocorito y se crió y vive en Costa Azul. Descabeza camarón de granja. Es una mujer agradecida.
Jesús Efrén, su esposo, es pescador y hace sus propias tarrayas, oficio que comparte con el papá de Lupita, por lo que los mariscos nunca le faltaron. Al inicio vivió con su suegra, hasta que tuvo a sus dos hijos y se cambió a casa propia.
Cuando no había pesca, se iba con su familia a trabajar en el tomate, en Culiacán. Mas grande trabajó en un empaque.
Tuvo una infancia bonita con sus 6 hermanos. Hizo hasta 5to grado de primaria y después la terminó en primaria abierta y así también hizo la secundaria, la razón de ello fue la migraña que sufre. Ella decía que iba a ser enfermera, no pudo. Por fortuna, tiene como 20 años sin dolores de cabeza.
Antes dormían afuera si se iba la luz, pero ahora la inseguridad no lo permite.
Un hijo estudió Administración de Empresas. Su otro hijo, Anhuar, acaba de iniciar a estudiar Ingeniería en Sistemas. Sus personalidades son muy distintas, el primero era rebelde y el segundo es lo que cataloga como muy buen niño. Tuvo un accidente y pudo salir adelante.
Cuando se enteró del accidente de su hijo se le descuadró la cara, al llegar con él, sintió que las piernas no le respondían. Su hijo estaba en shock y hasta la fecha no recuerda qué pasó en ese momento. Al buscar ayuda médica, pasaron 3 horas en lo que le hicieron estudios y buscar quirófano. La búsqueda de médicos se extendió por varios municipios hasta que en Culiacán lo recibieron con un cirujano disponible.
La pierna estaba totalmente volteada, pero el hueso no se le salió de la piel, por lo que entre una razón y otra, pasaron 18 días para su operación. Cuando llegaron sus placas fue el momento de la intervención. Como mamá que quería que estuviera bien, le metía fruta a escondidas en su estancia en el hospital. Busco operarlo por fuera, pero el costo ascendía a 200 mil pesos y el médico la hizo entrar en razón y esperar.
Su hijo ahora tiene 9 tornillos y en su recuperación estudió en línea. Regresó a la escuela después de Semana Santa. Recibió terapia, actualmente renguea, no camina derecho. Falta que su hueso selle para que camine con normalidad y se apoya con muletas.
Antes del accidente era una madre a la que su hijo no daba mayor problema, después se volvió rebelde, como su hermano mayor. Sus preocupaciones son más ahora que su Anhuar llega tarde a casa y ella madruga a trabajar. Se siente atormentada por el cambio, lo sufre, tiene miedo.
“Que me digan: otra vez el accidente”, es su principal miedo.
El apoyo de la comunidad ha sido fundamental para Lupita, se preocuparon y ayudaron de diferentes maneras, la económica y anímica son las que más presentes tiene. Las mamás de los amigos y amigas de Anhuar le marcaban constantemente para saber su estado y no perdían la oportunidad de ser soporte para la familia.
Durante su estancia en el hospital, una taquería que destinó su venta a apoyar en su recuperación. Después del accidente él entrena tiro de bala y jabalina, ha participado y ganado en torneos estatales de personas discapacitadas.
“Pues Costa Azul es una comunidad muy bonita, se vive muy a gusto aquí y pues somos muy unidos. Costa Azul es fuerte en ese tema, que somos muy unidos. Gracias a Dios”. Está curada de espantos, aunque no quiere un susto nuevo; conoce lo grande que puede ser su comunidad cuando se trata de apoyar y en su familia saben lo que es valorar la vida.
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El proyecto Memoria y Verdad: Historias desde la pesca se desarrolló en colaboración con el Fondo Resiliencia, un esfuerzo conjunto para fortalecer las respuestas locales y la resiliencia comunitaria.
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