Por Eduardo Esparza
Días atrás recibí la llamada de un amigo fotodocumentalista de Culiacán, quien sarcásticamente me preguntó: “¿cómo te fue en tu primera balacera en Mazatlán?” Una noche antes en esta ciudad donde vivo, se registró una persecución que derivó en el asesinato de un hombre: se encontraron más de dos mil casquillos de armas de fuego en el área. Han pasado 2 meses desde que el conflicto interno entre narcotraficantes en el estado de Sinaloa derivó en una guerra que hoy tiene atrapada a la población en el fuego cruzado.
Soy cineasta, a finales de septiembre viajé a Culiacán, capital de Sinaloa, para terminar el corte final de mi primera película. En ese momento la ciudad llevaba un mes de conflicto: balaceras, secuestros, muertos, robos de vehículos, y ausencia de policías y oficiales de tránsito, que justo siete días antes de mi llegada habían sido desarmados por el ejército mexicano para una revisión extraordinaria del armamento de la policía municipal, informó la Secretaría de Seguridad Pública del Estado. La sociedad culichi (los pobladores de Culiacán) estaba sola con los narcos.
Durante mi estancia de seis días en la ciudad, Culiacán permaneció sitiada por “punteros” (motociclistas que rondan la ciudad para monitorear la presencia militar) y sicarios al servicio de narcotraficantes o, como el gobierno los denomina “civiles armados”. Sin policías ni oficiales de tránsito, la ciudad se encontraba en anarquía.
Durante el día, la presencia de militares y guardia nacional era imponente, con caravanas de soldados fuertemente armados, pero por la noche desfilaban otros: los sicarios igualmente armados. La población se resguardó en sus casas, en un toque de queda autoinfligido: clases en línea, comercios cerrados, economía desplomada y por si fuera poco, el gobierno envió más ejército.
Rubén Rocha Moya, gobernador de Sinaloa, minimizó el conflicto, e insiste aún que en Culiacán “no pasa nada”; según un portavoz militar mexicano, se han enviado 3300 soldados al estado pero no han sido suficientes para contener la violencia que se desató después de la captura de “El Mayo” Zambada, líder legendario del cártel de Sinaloa: 50 años de trayectoria y nunca antes detenido. Años antes, su socio y compadre, Joaquín “El Chapo” Guzmán, fue condenado a cadena perpetua en EU. Hoy, los hijos de ambos, “los Mayos” y “los Chapitos”, pelean por el dominio de la plaza y el control de lo que llaman “la empresa”.
Mi estancia fue discreta: me dediqué a trabajar, salir por lo necesario, sin alejarme de casa y enviando mi ubicación en tiempo real. Revisaba constantemente los noticieros locales y me sumaba al miedo colectivo de la ciudadanía: siempre atento a mi alrededor, sospechando de todos. Aproveché mi tiempo al máximo, finalizando mi largometraje que narra la historia del primer equipo mexicano de futbolistas amputados, los Zorros de Sinaloa (conunpieenlagloria_oficial).
Durante mi estadía pude saludar a mis amigos: visitas muy rápidas en las que el tema principal era el ”Narcovid”, juego de palabras que hace referencia a la pandemia del COVID 19 y al encierro obligatorio, pero ahora por otra causa, como algunos llaman al estado de violencia en la ciudad.
El viernes 27 por la madrugada una avioneta sobrevoló el sur de la ciudad lanzando narcovolantes de la facción de los Mayos, contra la de los Chapitos. Señalaban rostros y nombres, incluyendo el del gobernador de Sinaloa Rocha Moya y el senador Enrique Inzunza, acusándolos de complicidad. Ese mismo día, justo en el cierre de su sexenio, el presidente López Obrador y la presidenta electa Claudia Sheinbaum visitaron Sinaloa para inaugurar el circuito de riego de una presa. Por la noche, una camioneta blanca tipo Van fue abandonada a la salida sur de la ciudad. En su interior se encontraron 8 cuerpos y sobre la carrocería se leía un mensaje pintado con aerosol: “Bienvenidos a Culiacán”.
La mañana siguiente uno de los grupos realizó un narcobloqueo en la autopista Culiacán-Mazatlán: unas 5 unidades de carga se incendiaron para bloquear la circulación durante varias horas. El lunes 30 López Obrador, nostálgico, se despedía de su última mañanera televisada y esa misma mañana, a las 9, fue asesinado a balazos Faustino Hernández, presidente de la Unión Ganadera de Sinaloa. La administración encabezada por López Obrador concluye con 199,619 homicidios, su sexenio se ha considerado el más violento de la historia de México.
“It’s a wrap!” Finalmente la edición está terminada. Guardo la sesión en el disco duro, empaco mi maleta y un amigo me lleva a la central de autobuses para ir de vuelta a Mazatlán. Nos despedimos deseándonos suerte.
En mi constante revisión de noticias se informa que las carreteras están despejadas. Me esperan 2.5 horas de viaje, 233 Km (145 millas). Envío a mis familiares mi ubicación, el autobús está lleno y el atardecer es espectacular: rojo con nubes de borrego (altocumulus). Al llegar a la caseta de Costa Rica, la noto casi abandonada: solo hay presencia de militares y Guardia Nacional. El autobús pasa sin detenerse. Avanzamos. Oscurece. El abandono y la soledad predominan en la carretera. Al llegar al peaje de Mármol, cerca de Mazatlán, mi sorpresa es mayor: sola, sin trabajadores, sin militares o Guardia Nacional. También el autobús pasa sin detenerse.
De regreso en Mazatlán, a las 8PM, la ciudad luce normal: clima caluroso y húmedo, tráfico regular. Mis amigos y familiares me actualizan sobre la situación en el puerto: algunos secuestros y asesinatos aislados; la policía y Guardia Nacional en constante patrullaje. La guerra poco a poco se extiende por Sinaloa.
El 1 de octubre, México recibe a su primera presidenta, la Doctora Claudia Sheinbaum. Una nueva estrategia de seguridad surge con el nuevo gobierno: ahora las carreteras tienen presencia del ejército y la Guardia Nacional que circulan en caravanas para vigilar y controlar la violencia. A dos meses del inicio de esta guerra, el nuevo gobierno enfrenta un duro reto: llevar la paz a Sinaloa y mantener el control del país.
El 2024 está por concluir. Hoy escribo esta crónica desde la comodidad de mi hogar, es una noche fresca, mientras afuera de casa se escucha a lo lejos la sirena de una ambulancia. Los ciudadanos vivimos con el miedo de que los hechos violentos pueden ocurrir en cualquier momento, un miedo que no es nuevo; desde que empezó la llamada Guerra contra el narco del gobierno de Felipe Calderón, se ha normalizado la violencia en Sinaloa. A veces, me consumen pensamientos negativos, siento impotencia y tristeza de pensar cuánto más durará esta situación. Nadie quiere ser superhéroe en esta absurda guerra.
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