Culiacán, Sinaloa.- Ángel tenía 23 años cuando vio cómo unos hombres encapuchados, con pecheras y armas colgadas por todos lados se llevaron a Yosimar, su hermano.
Era la tarde del 26 de enero de 2017. Aguardaba en la sala mientras veía la tele, acompañando a la novia de su hermano. Esta esperaba al joven policía municipal de Culiacán porque tenían una cita para ir al cine, pero esos hombres arruinaron el plan. Buscaban a Yosimar.
Tuvieron la delicadeza de tocar la puerta y gritar su nombre. Yosimar salió del baño, apenas en ropa interior; alcanzó a decirle a su novia y a su hermano que se escondieran.
Pero los hombres entraron a la fuerza, lo golpearon frente a ellos y se lo llevaron.
Ángel repitió esa historia una y otra vez. La dijo a la operadora del 911, a los policías que fueron a inspeccionar su casa en la colonia Infonavit Humaya, a los agentes del Ministerio Público para interponer denuncia, a su madre María Isabel que viajaba de urgencia desde Oaxaca a Culiacán para tratar de hacer algo, a periodistas, a los vecinos, a las personas que rentaban el porche para vender flores.
Se lo repitió también a él mismo para entender qué había pasado, para recordar cada detalle y revivir esa historia a los agentes si era necesario como pista para dar con el paradero.
María Isabel llegó a Culiacán sin entender nada ¿Cómo un joven policía municipal podía ser víctima? ¿Cómo era posible que fueran hasta su casa, se bajaran con armas y se lo llevaran en una camioneta sin que las autoridades no se dieran cuenta que se llevaban a un agente del orden? Tenía tantas preguntas y el único que intentó responder fue Ángel.
Ya no solo se trataba de que su hermano lo habían desaparecido, sino de ver y hacerse el fuerte ante el sufrimiento de su madre, quien a diario lloraba y se desgarraba por la ansiedad de no saber si Yosimar ya había comido, si estaba sufriendo, si pasaba frío, si tenía sed, si regresaría pronto.
Y a las semanas ya no solo era quien escuchaba, sino la compañía de su madre, el que levantaba la voz para defender la memoria de su hermano, el que cogió una pala sin preguntar por qué tenía que ir a buscarlo muerto si todavía colgaba el último gesto que vio en el rostro de Yosimar la tarde del 26 de enero. No puso resistencia porque María Isabel iba con otras mujeres a rastrear fosas.
Y así en silencio se convirtió en un sabueso para olfatear varillas, rascar en la tierra y desenterrar huesos como un experto forense. Ese muchacho solo hablaba para contar chistes, burlas y apodos para hacer reír a su madre y las compañeras que buscaban a sus familiares desaparecidos. A él le pusieron El Papi. Aprendió que el dolor se amansaba con aguantar el peso de las demás personas.
Hay algo de lo que no se reía, de la rabia y la impotencia por no poder darle a su madre más respuestas de aquella tarde. Tenía la sensación de haber fallado y hasta de ser culpable de no haber podido evitar la desaparición. Se hizo responsable de la ausencia de Yosimar y hasta la de María Isabel que abandonaba la casa para salir a buscar.
El dolor se lo cobró. Enfermó de diabetes y sufrió de depresión severa. Vivió al límite, como esas mismas enfermedades. Quedó ciego, delgado, sin poder caminar.
María Isabel vio a su hijo deshacerse, vulnerable como aquella vez que lo parió y lo tuvo por primera vez en sus brazos.
Cuando esta mujer viajó a Culiacán se juró encontrar a Yosimar, se convirtió en una buscadora tenaz, recia e imparable hasta que vio que Ángel ya no podía seguirle el paso.
Con los meses lo vio desmejorado, con la obligación de parar la búsqueda para llevar a su otro hijo al médico donde se le dio un diagnóstico doloroso, había que limpiar su sangre por lo menos dos veces a la semana con hemodiálisis.
Los riñones y el hígado dejaron de funcionar, su cuerpo se debilitó y ahí, postrado en su cama, se siguió cargando el recuerdo de esa tarde del 26 de enero de 2017, cuando se llevaron a su hermano, la paz de su madre y su juventud.
“Yo ya quiero dejar esto y que otra compañera se quede al frente. Ya estoy cansada y debo cuidar a mis hijos”, dijo María Isabel apenas unas semanas atrás, mientras reposaba tras haber acudido al hospital para una de esas hemodiálisis.
El 8 de marzo María Isabel se quedó en casa mientras sus compañeras salieron a búsqueda. Ellas llevaban el aviso de un cadáver que flotaba en un canal de riego. Fue un resultado positivo, pero mientras las mujeres buscadoras esperaban que los agentes de la Fiscalía General llegaran por esa persona, Ángel falleció.
Ángel Tomás García Cruz, El Papi, estaba acurrucado en el regazo de su madre, como un niño, en su lugar seguro donde podía soltar, por primera vez en 8 años, el peso de una culpa que no era suya.
Este 9 de marzo cumpliría 32 años.
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