Nimaga Malamine desde muy joven tenía algo claro en su vida: conocer el mundo primero y después abrir y vivir de una panadería.
Hoy esos planes dan frutos en Culiacán; llegó a la capital sinaloense hace ochos años y rápido fue cautivado por el temperamento y carácter de los habitantes de esta ciudad, de su hospitalidad, sus fiestas, inclusive de su música regional que narra historias y hazañas.
Nació en Castres, Francia, hijo de un inmigrante maliense que se ganaba la vida haciendo piezas para aviones y de madre española. Tal vez esos genes le despertaron en su interior conocer otras cosas, al grado que nunca pensó en casarse con una vecina de su barrio natal o compañera de secundaria e ir a visitar a los suegros los domingos.
Allá en Europa, Nimaga, jugó por muchos años en un equipo de Rugbi y hasta fue parte de un club profesional, pero de antemano siempre estuvo su proyecto de abrir una panadería fuera de Castres. De hecho, fue su equipo quien le financió su carrera de repostero en el Lycée Professionnel Hôtelier de Mazamet.
“A mí siempre me gustaron los panes, del Rugbi uno se retira entre los 30 y 40 años, dependen tu estado físico. Ese título fue porque estaba en contrato con el club. Cuando terminé me fui a visitar a un primo a Estados Unidos y luego conocí Culiacán, porque yo estaba en San Francisco y mi hermano tenía un año aquí porque es profesor”, comparte en entrevista para Revista ESPEJO.
Vino por primera vez en 2011 cuando su hermano se encontraba de vacaciones. Bajó por Tijuana y otras ciudades del noroeste, pero aquí la impresión de la gente fue diferente a la de otras ciudades. Se sintió bien recibido.
No exagera al decir que se sintió como en África en el sentido que en cualquier lugar que uno llega te ofrecen una silla para sentarse o un plato de comida —esas costumbres no se ven en Europa — menciona, y es cuando decidió regresar a Sinaloa.
“Me gustó la gente, un poco como la libertad que había aquí, a gusto. Aquí yo sentí esa hospitalidad, la gente, luego la fiesta, aunque no me gusta el calor. Pero también el proyecto profesional, aquí es una ciudad de un millón de personas y no había panadería francesa o un francés que haga pan”, comparte.
La panadería Douce France
El panadero Malamine comenzó su negocio de la mano de su hermano y mucho tuvo que ver que él trabaja en un instituto privado al interior de La Primavera, la zona residencial más exclusiva de Culiacán y justo son esos residentes sus principales clientes.
Douce France nació en una colonia popular, la Amado Nervo número 383, sobre la avenida Álvaro Obregón, lejos de las principales zonas comerciales de la capital sinaloense, aunque rápido encontró su nicho al ser la ruta de quienes se dirigen hacia el complejo habitacional mencionado.
“¿Tú crees que cuando recién llegué hubiera podido rentar un local en Tres Rios, donde las rentas están en 30 mil o 40 mil pesos al mes? Entonces, buscaba algo accesible y aquí era accesible y a 5 minutos de donde vivía”, explica.
“La mayoría de mis clientes son de La Primavera, el 80 por ciento, aquí es su ruta para llegar a sus casas. No es bueno para estacionarse, pero por una vez me pareció bueno que en México se estacionan en el primer carril”, continúa.
Nimaga Malamine al principio empezó por encargos de los papás de los alumnos de su hermano, así operaron todo el primer año y ya luego buscó el local. En esa lapso incluso hubo clientes que le sugirieron que abriera la panadería dentro de La Primavera.
Ahora con la narcoguerra que desangra a Culiacán y sus comunidades rurales, este panadero lamenta que la afluencia de quienes antes llegaban a comprarle ha disminuido. Dice no extrañarle el contexto de violencia que tiene sumido al gobierno y los habitantes de la ciudad, ya que reconoce que incluso en Francia existe el narcotráfico y cada vez más se normalizan balaceras en los barrios franceses a plena luz del día.
“A mí no me impacta que se peleen los narcos. Pero si me molesta que me ha repercutido en mi negocio, porque a mí nunca me molestó que ellos hagan sus cosas, pero ahora sí lo siento porque mis clientes ahora tienen miedo de salir o no tienen tanto dinero. Ahora vendo 50 por ciento menos y por qué yo tengo que pagar la cuenta de esa guerra si yo no me senté a la mesa a comer con ellos”, se cuestiona de la misma manera que lo hacen los demás comerciantes y empresarios de Culiacán.
Malamine dice buscar un estilo de vida tranquilo, donde se tiene que levantar a las 5:30 de la mañana a elaborar su masa y producir sus panes, trabajar justo para no caer en actividades ilícitas para que luego no le vengan a pedir la cuenta a él, reprocha.
A pesar de esto, con todo y casi 6 meses de enfrentamientos entre fracciones del Cártel de Sinaloa por un lado, y gobierno contra delincuentes, por el otro, este panadero no piensa en moverse de Culiacán porque en esta ciudad ya ha construido su hogar: “cuando me voy de viaje, digo, tengo ganas de regresar a casa y cuando pienso en mi casa, pienso en Culiacán”.
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