Texto y fotos: Ivan Pérez Téllez
VERACRUZ. – A lo largo de los 10 últimos años, he registrado distintas actividades rituales en la comunidad otomí de Cruz Blanca, Ixhuatlán de Madero, Veracruz. La serie que propongo es una exploración fotográfica y etnográfica del cambio de año otomí: un evento ceremonial que enmarca una serie de peticiones, agradecimientos y negociaciones con las divinidades otomíes.
Principalmente, los chamanes otomíes convocan a los cerros-persona más «poderosos», como San Jerónimo o Mayoniha, así como a entidades tutelares como La Sirena o Santa Rosa el Diablo. Sus secuaces también son convocados al inicio del ritual, para que acudan al Costumbre a recibir sus ofrendas. Así como para escuchar solicitudes y reconocimientos por lo que prodigaron, o no, durante el año transcurrido.
Aunque, a decir verdad, los otomíes agradecen al año otomí en sí. Entendido éste como un par de divinidades: Los Abuelas Tierra. Estos seres son, de hecho, tanto el tiempo como el espacio en el que acontece la vida humana mientras transcurre un ciclo anual. Las abuelas, y demás divinidades, sufren el desgaste de la existencia, de manera que deben ser remplazados año con año.
Durante el ritual en el que se muda el mundo, el “año” es personificado por una persona otomí. Ésta cargará en un ayate tanto a los Abuelas Tierra, personaje que es al mismo tiempo el mundo, como a los recortes de las semillas de todo tipo de plantas comestibles, así como aquellos de divinidades diversas, que en conjunto conforman un cosmograma otomí.
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