Por Anashely Elizondo / @Anashely_Elizondo
Me enamoré de la fotografía cuando era muy joven, apenas tenía 16 años. La primera vez que pude tener una cámara semiprofesional entre mis manos. Desde que comencé a entender mi equipo y a las complejidades de la imagen quedé anonadada, impresionada y quería más, mucho más; sin embargo, no sabía hacía dónde dirigir mi lente, había tantas cosas increíbles; paisajes, rostros, eventos, me fascinaba el color de lo comercial, la fantasía de una edición bien hecha, pero nada fue como lo periodístico.
El fotoperiodismo se tardó más en llegar a mi mente, entró sigilosamente.
Recuerdo que la primera cobertura que hice, la hice sin tenerla planeada; era una marcha comunista sobre avenida Juárez, yo estaba por el centro y tenía la cámara lista, sólo comencé a acercarme y a disparar. Una, dos, ocho, quince fotos, todas mejorables, pero no terribles, comenzaron a direccionar mis metas.
Una licenciatura en foto, becas, diplomados, concursos y talleres fueron un pieza clara para que mi amor por el fotoperiodismo se extendiera y con él, mis ganas de salir a la calle, acercarme a las causas y las personas. Documentar y mostrar lo que se ignora, enfocar lo que no siempre se observa.
Mi madre siempre tenía miedo, verme con la cámara en la calle nunca ha sido su actividad favorita. Supongo que podía imaginarme siendo violentada por la policía en alguna marcha o apartada del medio con una facilidad inaudita. Sabe que ser periodista en este país es complicado, que cada evento que se cubre puede ser fatídico, inhumano, mortal.
A mí nunca me dio miedo, no por hacerme valiente, simplemente no existía dentro de mí el temor, no formaba parte de los mil sentimientos que podía llegar en los instantes de trabajo. A veces siento que mi mente se aparta tanto de mí misma que no soy yo quien toma las fotos, si no una persona más rápida, ágil y sincera, alguien que se parece sólo físicamente a mí.
Tal vez sólo quiero decir que entiendo la pasión, una pasión que te hace decir “sí” cuando tal vez deberías decir “no” (por mil razones; mal o nula paga, condiciones deplorables de trabajo, cansancio físico o poco reconocimiento del trabajo), entiendo el impulso que te lleva a tomar la cámara y buscar acercarse a varios sitios, reunirse con colegas, conversar y comenzar a congelar momentos extraordinarios. Lo entiendo todo pero también repudió el cómo empresas, medios y sistemas se aprovechan de ello.
La pérdida de Berenice Giles y Miguel Ángel Rojas es un recordatorio de las mil y un cambios que tienen que existir dentro del gremio periodístico, de cómo las negligencias se hacen presentes y los medios y empresas comienzan a deslindarse, a repartirse responsabilidades como si fuera un enorme pastel donde sólo ellos comen y los demás se quedan mirando.
Sin justicia, sin responsables, sin nada más que dolor.
Que la pasión crezca y nadie se aproveche de ella. Que la imagen viva y perdure en condiciones dignas. Que tomar una foto, cubrir un evento, luchar por un sueño, no se convierta en un castigo sin regreso.
Comentarios
Antes de dejar un comentario pregúntate si beneficia a alguien y debes estar consciente en que al hacer uso de esta función te adíeles a nuestros términos y condiciones de uso.