Tehueco, El Fuerte, Sin.- Durante la transición de sábado de Gloria y domingo de Resurrección, los músicos, pascolas y bailarines de venado se amanecen bailando hasta el alba, es la culminación de la Semana Santa en Tehueco, uno de los centros ceremoniales de la cultura mayo-yoreme en el norte de Sinaloa.
Dentro de esta tradición, aquello también es una representación del Juya Ania o mundo del monte, donde los participantes emulan ingresar a un mundo desconocido y de fantasía en interacción con la naturaleza y sus seres vivos.
Para ello son esenciales los músicos yoremes, los cuales conllevan una fuerte carga simbólica cuyos sones llevan nombre de animales y flora de la región. Algunas de estas danzas se acompañan con tambores y flauta, otras con violines y arpa.
Sin embargo, este último instrumento es el que está enfrentando un reto para la preservación de estos rituales ceremoniales. En Tehueco y las comunidades de alrededor solo quedan dos arperos.
Uno de ellos es Tomás Valenzuela, un músico yoreme de 83 años originario de la Bajada del Monte, a cinco kilómetros de Tehueco, municipio de El Fuerte. Pese a ser una persona de edad avanzada él aprendió a tocar el arpa hace apenas 20 años, esto porque que nunca tuvo los recursos para conseguirse una.
Sin embargo, desde antes Tomás ya deseaba aprender de música y ser parte de las fiestas de su cultura, pero tampoco conocía quien le enseñara.
Fue durante una visita de autoridades del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH) que pudo solicitar un arpa, junto con unos violines para otras personas que también estaban interesadas en los sones yoremes.
“A mí me enseñó un músico viejo que era arpero, tocaba el violín y el arpa, él me enseñó, pero luego murió y me quedé solo. Se murió, estaba muy mayor. Él tocaba violín y yo lo acompañaba con el arpa. Me cargaba él a donde sea”, recuerda en entrevista para Espejo.
“No batallé para aprender, se me hizo fácil, ya lo traía yo, es que le tenía ganas: tenía ganas de tocar arpa”, comparte.
Así como muchos otros yoremes que participan en la Semana Santa en Tehueco, Tomás se dedica mayormente a ser jornalero, trabaja en el campo; pese a su edad, dice que todavía le gusta trabajar porque se enfada si está “dioquis” en su casa, como se dice comúnmente en Sinaloa para referirse a estar “en vano”.
En sus tiempos libres toca el arpa, pero lamenta que no encuentra a quién heredarle sus conocimiento musicales y teme que su instrumento termine arrumbado en su casa cuando ya no esté en este mundo.
“No hay muchos que toquen el arpa, casi no hay, nomás somos dos. Los que me enseñaron se murieron: me quedé solo. Yo quisiera enseñar a alguien a tocar el arpa pero nadie quiere, los plebes ya no quieren. Si muero se va perder eso: para allá va”, se reprocha a sí mismo.
“Con cualquiera toco, con cualquier músico, compañero ya no tengo, el señor (su maestro) ya no está. Ojalá se enseñaran otros nuevos, para que sigan ellos con la tradición”, anhela.
Comentarios
Antes de dejar un comentario pregúntate si beneficia a alguien y debes estar consciente en que al hacer uso de esta función te adíeles a nuestros términos y condiciones de uso.