Por Adrián González Camargo

Advertencia: contiene spoilers de los primeros tres episodios de la 7a temporada.

Las narrativas distópicas surgen en la literatura (en principio) cuando se han concretado algunos imaginarios de lo que hoy llamamos mundo y cuando comienza la desconfianza del futuro prometedor, equilibrado e ideal. No existen narrativas distópicas en el siglo XIX, en gran medida, porque el mundo seguía en construcción como idea y porque la maquinaria económica que implicó la revolución industrial comenzaba realmente a funcionar.

Si acordamos que la distopía es una respuesta a la utopía y que esta última se consolida desde que comienzan las exploraciones europeas a lo que después serían sus colonias y territorios conquistados, las narrativas del futuro proponen dos vías: una humanidad que vive en completa armonía, en una sociedad que funciona y funciona bien y para todos (utopía) o que ha fracasado en la construcción de la sociedad y cuyos avances que suponían el progreso en realidad se vuelven adversos hacia la misma humanidad (distopía). En el medio y solo a manera de una propuesta denominativa para este artículo, sugiero está la distopía disipada. Esta distopía, propongo, utilizaría dispositivos narrativos que evitan la fatalidad desde la estructura social o que la han integrado de alguna forma.

En esta entrega comentaré los tres primeros episodios de la nueva temporada de Black Mirror (Charlie Brooker, 2025), una serie con profunda tradición nihilista que ha sido tema de conversación desde su primera temporada en el 2011 y que siempre ha combinado la relación de una sociedad citadina contemporánea (primordialmente la sociedad británica) y su relación con posibilidades de desarrollo tecnológico en un futuro tal vez no tan lejano.

En el primer episodio, “Common people” (Gente común), una pareja intenta tener hijos y se encuentra con un problema médico grave: ella tiene un tumor en el cerebro y tiene pocas esperanzas de vida. Sin embargo, una empresa ofrece la oportunidad de extensión de vida: crear una emulación del cerebro y hacer un implante para mantenerla viva. Sin embargo, el precio, como es de esperarse, es alto. Conforme avanzan, el plan que ha contratado la pareja se va actualizando sin posibilidad de los contratantes a negociar: sus posibilidades se reducen y solo puede mejorar si pagan más. Así, se ven atrapados en el círculo vicioso comercial. Él se auto deriva a la humillación y ella apenas puede vivir unos segundos de placer y serenidad.

En Black Mirror, a diferencia de otros personajes que han sacrificado algo muy valioso a cambio de una continuidad, eran personajes que vivían en un estado de cierto poderío o superioridad económica. Pero a partir de Common People, personajes como Fausto, Dorian Gray o el Rey Midas son ahora personas comunes y corrientes (common people, dice el título).

El episodio no solo revisa temas como la persistencia de la vida o entregar la vida a las compañías; también critica lo absurdo que puede llegar a ser la publicidad para suplantar a la persona por el mensaje publicitario, la desgracia de lo que llama “gente común” que implica no trabajar para poder vivir sino para sobrevivir y tener muy poco tiempo de placer. De igual forma, el aislamiento de la misma clase socioeconómica le impedirá salir incluso de su propio condado.

Si bien el capítulo padece de cierto maniqueísmo narrativo, pues los personajes parecen no tener otras formas de idear más que la autodestrucción, el intercambio que nos ofrecen los relatos posmodernos mantiene aún la tradición del intercambio de algo muy valioso por una gran apuesta, solo que los héroes no salvan a la humanidad, sino a su propia vida.

En el segundo episodio, llamado Bête Noire, una investigadora culinaria cae en una espiral de paranoia cuando se reencuentra una compañera del bachillerato quien se integra a su equipo. La investigadora, María, recuerda que su excompañera Verity siempre fue acosada y padeció de vergüenza pública y castigo social toda vez que un rumor se había esparcido en la preparatoria.

La lenta construcción de la venganza es lo que va acumulando en recuerdos y apelaciones aparentemente paranoicas de María. Las ideas que tiene María se ven reconsideradas casi inmediatamente y ella es constantemente ridiculizada. Sin embargo, sin caer en la espiral y manteniéndose convencida de lo que ella cree, María decide ir hacia el núcleo y persigue a Verity para encontrar la verdad. La explicación, que de ser tan técnica se aleja del ritmo paranoico de María y nos lleva a la idea de la posibilidad de realidades paralelas que ha venido controlando Verity.

Las ideas liberales del éxito profesional económico y de la relegación social que ha provocado industrias como los tecnócratas se ponen en competencia en una arena que es una compañía de productos alimenticios. Sobre todo, la manipulación psicológica (gaslighting) que sufre María y que logra vencer, pero apropiándose de la fuente y convirtiéndose posiblemente en lo que fue su adversaria.

Los giros de lo que percibimos como real o no, que incluye manipular a las fuerzas policiales y convertirlos en súbditos, nos llevará a un final que parece ser el resumen de una fantasía. O lo que es lo mismo, generar una realidad paralela donde es posible la idea de una emperatriz, ya que el escalafón que había generado el sistema social era muy lento para sus expectativas de crecimiento.

En el tercer episodio, combinando un homenaje al filme clásico Casablanca (Michael Curtiz, 1942) y a los filmes de la época dorada de Hollywood, pero con una nostalgia de las ‘grandes hazañas’ que hoy en día son cada vez menos apreciadas (justo por el visionado en plataformas) el tercer capítulo, titulado Hotel Reverie, pone de manifiesto dos necesidades: una actriz que quiere salir del ‘typecasting‘ (término que se utiliza para las actrices y actores que son estereotipados en ciertos personajes) y la dueña de un antiguo estudio de cine que se encuentra en el viejo dilema del renovarse o morir. Así, encuentran una alianza con una nueva productora que encarna lo que hace una IA “generativa”: recrear la versión de una película clásica en un modelo interactivo de realidad virtual en donde será insertada la actriz y tomará el papel del antiguo personaje principal.

Considerando que hace dos años brotaron protestas en Hollywood y el sindicato de guionistas (WGA) se puso en huelga, justo en contra de la IA, cabría preguntarse cómo Black Mirror ya no cuestiona el uso de la IA sino lo adapta en su narrativa como parte de esa distopía disipada. No se hace un señalamiento sobre la falta de empleabilidad de técnicos y creativos del cine, pues ya se ha recreado a partir del filme hecho, sin que se discuta si los descendientes de los que crearon ese filme podrían obtener alguna ganancia por el trabajo que hicieron sus autores previos.

En este episodio, la magistral guía narrativa de Charlie Brooker nos lleva de un mundo a un meta mundo, que se ha convertido en una especie de película interactiva (¿cómo fue Bandersnatch?). Si bien también se ha disipado la agenda ‘woke’ y la narrativa ‘pro LBGT+), también recupera temas clásicos como la continuidad del amor post-mortem o el amor como adversidad en contra de la sociedad.

Sin embargo, el verdadero punto de quiebre que cuestiona a la adaptación de la sociedad con las nuevas tecnologías y la pérdida del cuerpo como parte de la posible deshumanización es cuando la actriz que busca su recuperación, Brandy, tras haberse enamorado a partir de la interacción accidental que tuvo que incrementarse por una caída del sistema, duda por un momento si quiere dejar morir su cuerpo físico y permanecer para siempre con Dorothy (la actriz del filme que reinterpretan) y vivir en un mundo virtual por siempre.

En suma, como cualquier distopía, la idea generalizada e incluso romantizada del progreso o del avance tecnológico con supuestos fines de mejora en las actividades humanas, se rompe en la narrativa distópica y provoca productos narrativos como este. Black Mirror ha perseguido una idea de la continuidad del ser humano en ocasiones sin el ser humano como cuerpo y más como conciencia y como ente simbólico, pero, sobre todo, como engranajes de esa máquina invisible que quita y pone, que se alimenta del dinero y que ahora se alimenta de las ideas, la creatividad y las emociones de aquellos que hasta ahora hemos llamado seres humanos.