Mocorito, Sinaloa. – El reloj marca las 5:30. Un hombre acomoda su cabello y sale de su casa despidiéndose de su familia. Sabe que su trayecto al trabajo durará alrededor de cuatro horas. Lo ha hecho durante años. Hoy, lo que ha cambiado no es el camino, sino la seguridad con la que lo cruza.
Él es uno de los tantos maestros que trabajan en las zonas serranas de Sinaloa, lugares que por mucho tiempo han estado marcados por violencia en distintas expresiones: marginación, explotación laboral y violencia doméstica. Pero, actualmente, las actividades delictivas dentro de estos sectores han impactado de manera significativa.
Según el Sistema de Información y Gestión Educativa (SIGED) de la Secretaria de Educación Pública (SEP), Sinaloa cuenta con nueve zonas escolares distribuidas en contextos serranos, abarcando municipios como Badiraguato, Choix, Sinaloa de Leyva, Concordia, Mazatlán y Mocorito. En estas regiones, la docencia implica mucho más que enseñar: es recorrer rutas de riesgo, adaptarse a crisis cíclicas de violencia y confiar muchas veces en la comunidad más que en el Estado.
Desde septiembre de 2024, las comunidades serranas de Sinaloa —especialmente en Mocorito, Badiraguato y Choix— han sido escenario de una ola de violencia: enfrentamientos entre grupos delictivos, retenes ilegales, asesinatos, desplazamientos forzados que se han convertido en parte del cerro. Las escuelas no están a salvo.
Sierra de Mocorito, tierra caliente.
Algunos de los eventos que mencionaron los entrevistados para este reportaje fueron los siguientes: en enero de 2025, un convoy armado bloqueó la carretera entre Guamúchil y El Valle, zona de tránsito obligado para maestros rurales.
En marzo, reportes ciudadanos alertaron sobre disparos en comunidades cercanas a La Higuera y La Noria. El 1 de mayo se vivió una de las jornadas más violentas en el estado, provocando miedo y pánico en las calles del pueblo mágico de Mocorito, donde se reportaron balaceras que dejaron dos muertos.
Lourdes Higuera*, maestra de dicha zona, comenta que nada de esto derivó en una suspensión oficial por parte de la SEP. De las 13 escuelas de esta zona, solo cuatro trabajan de manera presencial, ya que la responsabilidad de decidir si asistir o no recayó totalmente en los maestros y los padres de familia.
“Decidimos entre padres y maestros si seguimos o no. Pero el miedo siempre está ahí”, contó la docente.
Aseguró que, en su caso, fueron los padres de familia quienes le pidieron que no regresará a la escuela, ya que consideraban demasiado riesgoso el camino hacia El Mezquite*, Mocorito. Por ello, se decidió que las actividades serían en línea hasta que la situación mejore.
Para muchos maestros de esta zona, la violencia no es nada nuevo. En mayo de 2014, un grupo de docentes tuvo que refugiarse durante cuatro días en la oficina de supervisión escolar tras enfrentamientos en las comunidades. Según palabras de la maestra Higuera, fue por miedo a que —por falta de una señal estable— no pudieran contactar con las autoridades en la cabecera municipal al momento de subir a la montaña.
“Nos mandaron a resguardo. No había señal, solo pudimos avisar por una llamada que no asistiríamos. A los niños les dejamos tareas básicas. No queríamos que pensaran que ya no había clases. Fue una manera de sostener lo poco que podíamos”, recordó la maestra.
Los maestros en zona coinciden en que las dinámicas dentro de la comunidad han cambiado. Cuenta una maestra rural de Mocorito que ya no se queda a platicar con madres de familia. Ya no deja salir a los niños solos. Permanece en la escuela con la puerta cerrada, pendiente de cada ruido.
“Antes bajaba dos veces por semana a comprar cosas para la escuela. Ahora solo salgo si es estrictamente necesario”.
Badiraguato, maestros entre balas
César Galindo, maestro con 40 años en la sierra de Badiraguato y coordinador del proyecto educativo Santa Gertrudis, describe su rutina con serenidad y contrarresta la situación de sus compañeros.
“Somos ciudadanos del mundo. Si vamos a un pueblo costero, convivimos con los pescadores. Si vamos a la sierra, convivimos con la sierra”.
El maestro César Galindo menciona que en años anteriores le tocó estar en medio de situaciones de enfrentamientos armados, aunque no directamente involucrado o cercano a la situación.
“Me han tocado eventos en otros años, en otras temporadas, en donde vamos a decir: está peleando un grupo acá y otro allá, y yo tengo que pasar (…) pasó por donde está el primer grupo, me esculcan y todo (…) luego paso con los contrarios, también te esculcan, te preguntan qué llevas”. dijo.
Aunque su zona ha permanecido sin violencia directa durante los últimos tres años, reconoce los riesgos.
“Una vez tuvimos que cruzar por el monte porque habían cerrado la carretera. Otra vez encontramos ponchallantas. Uno sabe que el 98 por ciento de salir bien librado es obedecer”, relató con seguridad.” Aseguro.
¿Y a nosotros quién nos cuida?
A pesar del miedo, los docentes siguen enseñando. A veces desde casa, a veces desde aulas vacías. La SEP no ha emitido ninguna directiva clara para zonas de riesgo.
“La escuela debe de estar abierta, nos dicen, pero nadie garantiza la seguridad de quien abre la puerta cada mañana”, sentenció la maestra Lourdes.
Algunos nombres o lugares fueron cambiados a petición de los entrevistados
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