Por Kenia Hernández / @keamoon_htz

Aunque la histórica cantante “Toña, la negra” definió a Veracruz como: “un pedacito de patria que sabe sufrir y cantar”, un grupo de mujeres del municipio de Tatahuicapan de Juárez, contraria a esa tradición, decidieron que dejarían atrás todo sufrimiento para poder disfrutar su canto sin violencia ni sufrimiento.

A cuatro horas y media del puerto de Veracruz, se encuentra uno de sus 212 municipios: Tatahuicapan de Juárez, lugar donde su vegetación aún sigue siendo verde por ser vecino de los cerros San Martín y Santa Martha. Y donde los avisos aún siguen siendo reproducidos por bocinas que alcanzan la distancia de todo el pueblo.

En este lugar, cuyo nombre proveniente de la lengua náhuatl significa: “El abuelo viene del arroyo”. Existe una casa morada marcada que se ha convertido en un bálsamo para muchas mujeres que viven violencia de género.

Lo que inició como necesidad de buscar ayuda es hoy una organización cuyo nombre resume su esencia: “Club de Mujeres Libres de Tatahuicapan”, un grupo que existe desde hace más de dos años y que cuenta con alrededor de 40 integrantes, las cuales tienen como presidenta a Minerva Galán, o como la conocen en el pueblo como: la maestra Mine, junto con ella, en la administración del grupo participan: Glicelly, Tomasa, Guadalupe, Cinthia, Jeira, Maria José y Vianey.

“Todo empezó en octubre del 2022. Yo, desde hace desde hace mucho tiempo platicaba con la maestra Minerva sobre diferentes temas. Tengo la fortuna de ser su nuera y de coincidir en muchos pensamientos. Entonces platicábamos que queríamos ayudar a otras mujeres, que queríamos hacer algo para apoyar al pueblo. Entonces, ¿qué podemos hacer? Pensábamos. En ese entonces conocí a una amiga que se llama Jeira y le platiqué, le dije: Mira, mi suegra piensa eso, nos está pidiendo una reunión, una reunión de cuatro, pues éramos cuatro.”

Comenta Glicelly, una de las cuatro fundadoras del club y para que la reunión fuese posible, Glicelly invitó a Vianey. Juntas se dieron cuenta de que en realidad todas tenían un sentir muy similar: “querían que las mujeres pensaran más allá de sus actividades domésticas… querían que recuperarán su amor propio”.

Entonces, el propósito del “Club de Mujeres Libres” fue reunir amistades que tenían problemas y las que querían ofrecerles alguna alternativa, así lo narra Glis, una de las cofundadoras del Club:

“Invitábamos amigas, conocidas… poco a poco nos reuníamos y tomábamos un café y de ahí empezamos a planear y pensar cuál podría ser nuestro propósito. Entonces decidimos cómo íbamos a llamarnos, necesitábamos un nombre y el nombre fue Club de Mujeres Libres de Tatahuicapan. Nombre que ahora tenemos”.

Actualmente, este grupo realiza diferentes actividades como: talleres sobre temas de salud emocional, danza y jarana, así como acciones que -en conjunto con Mujeres Líderes del Sur de Coatzacoalcos-, buscan incidir en la salud mental, emocional y espiritual de las mujeres, todo a través de acompañamiento psicológico y legal.

“Al día de hoy nosotras, al estar aquí, estamos creando un espacio para nosotras. Hemos dejado a un lado nuestras actividades, incluso, decidimos dejar a nuestra familia, todo para empezar a trabajar en nosotras. Entonces, nosotras somos un ejemplo para otras mujeres”.

En su perfil de Facebook, “El Club de Mujeres Libres de Tatahuicapan” se define como: “un grupo de mujeres que nos apoyamos para tener una vida plena y libre”, pero hacer esto no es una tarea fácil, ya que las mujeres que asisten al grupo se enfrentan a prejuicio, miedos y, sobre todo, al mentado: “¿qué dirán?”, siendo esto último lo que provoca que muchas mujeres no quieran cruzar esa barrera de idiosincrasia. Así lo señala la maestra Mine, presidenta del Club, al hablar sobre los desafíos que enfrentan las integrantes.

“¿Cómo podemos desligar un poco a las mujeres de ser amas de casa? Todo esto porque la sociedad así lo ha impuesto… pero: ¿Dónde está escrito que yo debo de estar en la cocina todo el día? ¿Dónde está escrito que no tengo el tiempo para salir a hacer otras cosas? ¿Quién dijo eso? Yo también tengo derecho a caminar, tengo derecho a viajar. Tengo derecho a dejar todo, derecho a olvidarme que la casa está tirada o de cabeza, yo tengo derecho a estar en mi reunión”.

¿Existe opción de elegir en Tatahuicapan?

¿Cómo hacer que las personas que viven alguna violencia sepan que esto no es normal? ¿Cómo influye el contexto en el reconocimiento de estas violencias? Hallar estas respuestas no es fácil, pero conceptos como el de interseccionalidad nos ayuda a comprender que, por ejemplo, las mujeres que viven en zonas rurales como Tatahuicapan de Juárez están atravesadas por múltiples dimensiones como: identidad, género, raza, clase social y orientación sexual, las cuales producen limitaciones de sentido, lo que no significa que acepten plenamente lo que viven ni que crean que la relación desigual entre mujeres y hombres en el pueblo no deba cuestionar…

Lo que ocurre, así lo descubrieron quienes integran “El Club de Mujeres Libres de Tatahuicapan”, es que primero se debe reconocer y nombrar lo que nos incomoda para después hacer algo para cambiarlo.

En 2021, en Veracruz el 13.8% de la población de mujeres de 15 años y más ha vivido situaciones de violencia por parte de su familia. De las cuales 11.5% ha sido violencia de tipo psicológica. Mientras que el 42.7% de las mujeres de 15 años y más que han tenido una relación de pareja, han sido violentadas a lo largo de la relación, lo que equivale a un millón 341 mil 088 mujeres en todo el estado, esto de acuerdo a la Encuesta Nacional sobre la Dinámica de las Relaciones en los Hogares publicada en 2022 realizada por INEGI

La interseccionalidad, como lo señalamos, es una herramienta para entender cómo diversos factores socioculturales y socioeconómicos generan condiciones que pueden propiciar que diversas violencias se manifiesten a lo largo de sus vidas.

Aplicando la interseccionalidad en el caso de las integrantes del “Club Mujeres Libres”, ellas coinciden en que son: habitantes de una zona rural, amas de casa, pertenecientes a clases sociales medias y bajas, y muchas de ellas dependen económicamente de sus parejas o esposos.

De acuerdo a la Secretaría de Economía, en su plataforma Data México, se registró que 46.6% de la población de Tatatahuicapan de Juárez se encontraba en situación de pobreza moderada y 40.2% en situación de pobreza extrema. La población vulnerable por carencias sociales alcanzó un 11.4%, mientras que la población vulnerable por ingresos fue de 0.67%.

Por lo tanto, la probabilidad de que estas mujeres no tengan otra alternativa que la de ser amas de casa y seguir esa rutina por el resto de sus vidas, es alta. También es alta la probabilidad de que vivan algún tipo de violencia.

Por ello, “El Club de Mujeres Libres de Tatahuicapan” comenzó por entender su contexto y cómo podrían revertirlo, así lo explica Cinthya Guadalupe Baeza González, psicóloga con 15 años de experiencia y miembro del Club.

“Hemos trabajado con problemas de violencia familiar, violencia a la mujer, violaciones a menores de edad… Esto es lo más común aquí en Tatahuicapan… Por ello, hemos dado talleres de violencia para que las mujeres se den cuenta de que no es amor, sino dependencia y eso es lo que está sucediendo ahorita en la comunidad. Hemos manejado siempre que la violencia no nada más se da en las personas de bajos recursos, también hemos trabajado con personas de un nivel económico alto y, a veces, son las que más están sufriendo violencia, pero por lo mismo  no pueden hablar, ya que tienen miedo al qué dirán”.

Dejar lo que provoca violencia cuesta mucho trabajo

Dejar lo que provoca violencia cuesta mucho trabajo

“Conocí a la maestra Mine y como me acababa de separar, entonces,  me ayudaron mucho en esa parte porque me cobijaron junto con mi familia. Ellas me han ayudado a salir adelante. Me sorprendí de esto porque nunca había participado en algo así, sentí miedo y, a la vez, sentí bonito porque había alguien que me apoyaba, aunque me dio mucha pena comentar situaciones de la vida… compartir mi experiencia sí fue un poco difícil ”.

Así lo relata Guadalupe, o Lupita, una de las integrantes del Club, al hablar sobre los retos emocionales de compartir su historia por primera vez, también explica cómo descubrió el Club y qué fue lo que pensó la primera vez que asistió a una de sus actividades.

“Mi nombre es Guadalupe del Carmen Miranda Blanco. Soy comerciante y soy mujer parte del grupo de Mujeres Libres de Tatahuicapan. Tengo 37 años. Pues mi rutina es bastante acelerada, ahí con el comercio, pues cuando llega el cliente, debo atenderlo y despachar y así. Eso es lo de mi día a día”.

Desde hace dos años, Lupita forma parte del Club Mujeres Libres, el mismo tiempo que ha estado separada. Gracias a que llegó aquí, ha podido salir adelante con todo su proceso de separación. En sus propias palabras, cuenta:

“Ha sido difícil porque fui una mujer y me tocó vivir violencia, viví 20 años con mi esposo. El papá de mis hijos, no sé cuál eran sus motivos, él era un hombre muy machista, yo trataba de apoyarlo en todo, pero… su detalle… Su problema era que tomaba mucho, era alcohólico y ya cuando están así, pues ya no entienden y todo le causaba molestia, aparte era muy mujeriego. Entonces,  llegó el momento en que me cansé,  mi familia me decía que lo dejara. Me costó porque yo siempre pensaba en mis hijos, tengo dos hijos y pues no es fácil.”

Después de separarse de su esposo, al integrarse al Club recibió un gran apoyo por parte de sus integrantes, así como acompañamiento psicológico:

“Y así poco a poquito se me fue pasando, pero también me metí como año y medio de terapias. Fui con una psicóloga que está en el grupo. Con ella estuve como año y medio, yo creo.”

Esta red de apoyo ha sido clave para que Lupita pudiera enfrentar y superar los desafíos de su separación. Sin embargo, Lupita no es la única mujer por la que ha pasado por un caso así, porque cuando hablamos de violencia hacia la pareja o hacía las mujeres descubrimos que no es una, son cientos.

Por estas situaciones “tan comunes” es que existen grupos como “El Club de Mujeres Libres de Tatahuicapan”, porque así como menciona Yeira, integrante y cofundadora:

“Yo siento que mi propósito y mi misión es ayudar a las mujeres…Siempre es el querer ayudar, el querer servir, el que vivan una vida diferente. Mi mamá tuvo tres parejas y creo que eso también me afectó de cierta manera, y me daba coraje cuando ella sufría por un hombre… allá en el pueblo también me da mucho coraje que digan: La mujer no se puede superar, la mujer tiene que estar, tiene que ser ama de casa nada más”.

Jeira Trinidad Mendez, tiene 32 años, es madre de dos hijos y cuenta con una licenciatura en contaduría; sin embargo, “la costumbre” la hizo juntarse desde joven, tenía 15 años. Como les pasa a muchas que “las juntan o se juntan”, la separación ocurrió unos años después. Cuando cumplió 21, se casó formalmente con la misma pareja que tenía.

“En la comunidad donde vivo es más chiquita que aquí (Tatahuicapan), entonces ahí es muy común de chiquita juntarse. No hay como un más allá. De hecho lo único que hay es una preparatoria, no hay universidad ni nada. Como decidí estudiar, me vine a Tatahuicapan, donde actualmente tengo dos años. A mí me ha gustado mucho la escuela, estudiar y aprender, entonces, cuando me fui a vivir con mi esposo, fue como muy difícil para mí ser nada más ama de casa”.

Estos dos últimos años fueron un poco caóticos para ella, ya que la vida le ha traído diversas experiencias tan buenas como el nacimiento de su segundo hijo, y malas como su divorcio.

“Mi esposo fue con la persona que me junté a los 15 años, nada más que nos separamos y después nos casamos, estuvimos casados formalmente 10 años. Cambió mucho, él cambió muchas cosas… pues era machista y todo eso. Se complicó todo, siento yo. En el embarazo una como mujer es sensible, entonces, eran como muchos problemas, porque yo desde que me embaracé era estar llorando, estar deprimida y así, pero las amigas del Club me ayudaron mucho, me cuidaban mucho… Glis me mandaba mensajes y, a veces, aunque ellas tengan la mejor intención de ayudar y apoyar, cuando uno se cierra, se cierra”.

Jeira, temía de que la historia de su madre se repitiera con ella al dejar a sus hijos sin una figura paterna; sin embargo, dio ese primer paso y siguió adelante, pues la relación con el padre de sus hijos no era saludable para ellos ni para ella, pues como pareja ya no congeniaban y después de un proceso de atención psicológica, y en sus propias palabras: “ella pudo salir de ese hoyo de depresión y dejar de llorar”.

“Yo decía: Es que estoy repitiendo la historia y yo no quiero que mis hijos sufran lo que yo sufrí sin un padre, porque es bien complicado vivir sin un padre. Nunca le rogué, pero sí le decía: “Piénsalo bien”. Yo no quería (aceptar la separación), yo pensaba en ellos (sus hijos) y lloraba y lloraba. Entonces, con la psicóloga, platicando, me cayó el veinte, y comprendí que no, que ellos no tienen por qué vivir eso. Realmente su papá, sí es un papá presente y que, aunque como pareja no nos entendamos, pues como papás podemos tener una buena relación.”

Ella, así como Lupita, aprendió a levantarse con ayuda del Club que le organizó un baby shower donde surgieron emociones encontradas de alegría, sorpresa y aprecio, junto con la llegada de su segundo hijo.

“Ese año fue difícil, pero bien bonito porque nació mi bebé. Y ahorita pues tengo una buena relación con el papá. El papá también comprende que él tiene cosas que trabajar emocionalmente al igual que yo. Entonces pues es eso, seguir. En el Club, yo pensaba en cómo ayudar a las demás, pero realmente la que salió ayudada fui yo…, la que recibió los beneficios soy yo porque, pues gracias al Club conocí muchas mujeres que brindan el apoyo sin condiciones, sin esperar nada a cambio. Me organizaron un baby shower que yo no pensaba hacer, y ahora tengo un montón de fotos y me hicieron llorar porque fue muy bonito que alguien te hiciera algo así”.

Créditos: Facebook Club de Mujeres Libres

Una ayuda sorora de ida y vuelta

Dentro del Club se han formado lazos de apoyo para su proceso de divorcio. Además ella también realiza actividades dentro del grupo como talleres de inteligencia emocional que ayudan a otras mujeres a aprender a quererse y respetarse a sí mismas.

“Tengo una certificación ante la SEP de cómo impartir cursos. Tomé un taller de cómo crear cursos digitales, también me capacité. Son muchos muchos temas porque me gusta mucho aprender. Y entonces creo que con esto, he apoyado a las mujeres con herramientas para lo emocional. También como lo he pasado y me han servido, por decir, como el de escribir en un papel todo lo que sientes, tus emociones y quemarlo”.

Así como Jeira apoya con talleres en el ámbito emocional dentro del grupo, también se tiene un conocimiento de lo espiritual, Vianney es quién dirige esta área de apoyo.

“Mi contribución en el Club de Mujeres es en el área espiritual, está integrado por licenciadas, psicólogas, maestras, de todo. Y mi área en la que yo aporto ahí es espiritual. Soy la única, de hecho, hasta ahorita que contribuyo de esa manera”.

Su nombre completo es Vianey Espinoza García, tiene 49 años, dos hijos y desde muy pequeña se ha dedicado al comercio, toda su familia es comerciante y por circunstancias de la vida a los 15 años su papá fue desahuciado, así que ella tomó el rol de jefa de la familia, pues tenía cinco hermanos.

“Cuando llegué aquí a este pueblito fue hace más de 15 años.Y desde ese tiempo en que nosotros llegamos, yo ya traía una visión de servir a la gente, de ayudar a la gente y la manera en que yo sirvo es por medio del Club de Mujeres Libres. Este club se formó porque todas nos sentimos con un mismo deseo, un mismo sentir, un mismo anhelo de poder servir a otras mujeres”.

En el Club no manejan ni política ni religión. Ellas saben que hay un ser superior. De hecho, de todas las mujeres del grupo, ninguna cobra; sino que la aportación que hacen cada una es completamente gratuita. Porque a palabras de Vianey, se trata de ayudar.

“El ser humano es tripartita. Es cuerpo, es alma y es espíritu. Entonces, cuerpo tenemos enfermeras o médicos. En lo emocional, están los psicólogos y las psicólogas. Espiritual, pues para eso estamos nosotros, para ayudar en esa área espiritual, respetamos la ideología y la creencia de cada persona, pero sabemos que somos seres espirituales. Entonces tratamos con mucho respeto esa área. No nos metemos en controversias de religiones, dogmas, doctrinas, en nada de eso”.

Vianey se siente feliz y contenta de servir y ayudar a otras mujeres porque de eso se trata la vida: “de crear comunidad y redes de apoyo para tener en donde caer cuando sentimos ese abismo que nos hace descender desde las alturas”.

“Es muy satisfactorio porque ahora tenemos un grupo que nos representa, es más organizado. Por ejemplo, que venga una persona con sus problemas, eso es muy bueno porque no solamente es una sola persona que carga con el problema de la gente, sino que todas aportamos de alguna manera nuestro granito de arena para poder ayudar a la solución de los problemas de las personas que se nos acercan”.

Tanto Yeira como la señora Vianey se sienten bien de brindar ayuda a otras mujeres; sin embargo, ellas también al formar parte del grupo, sienten un apoyo y una nueva enseñanza de vida.

Lupita posa en su tienda de abarrotes (Foto: Kenia Hernández).

Lupita, integrante del Club, también ha sentido esa cercanía y ese apoyo cuando más lo necesitaba,  pues ella al salir de una relación que implicaba violencia tenía miedo del qué dirán, pero principalmente el aterraba el no saber cómo salir adelante:

“Ahorita sí soy muy chillona, pero de primero no podía ni hablar porque pues no es fácil. Yo decía: “¿Qué voy a hacer con mis hijos? No tengo casa. Yo quiero que ellos estudien, pero me dije: “Prefiero batallar y luchar a que él me vaya a quitar un día la vida y qué va a pasar con mis hijos.” Mis compañeras siempre me han apoyado, siempre me dan ánimos. Siempre me animan a seguir adelante. Me apoyan y pues eso me da fortaleza”.

Y así como sus hijos y el Club le dieron la fortaleza para seguir adelante a Lupita, también su familia fue otro pilar fundamental para que ella pudiera sostenerse económicamente por sí sola ya que ahora, mientras me cuenta su historia ella atiende su negocio que a la vez es una tienda de abarrotes, ella abre desde que se levanta y cierra hasta que se va a dormir.

“Gracias a Dios mi familia me apoyó. Mis hermanos y mi mamá, me decían:`No te preocupes´, ellos me ayudaron a iniciar, a poner el negocio, a invertir y pues a trabajar.” también y sí, no es fácil, pero tampoco es imposible. Pues mientras uno tenga vida y tenga salud, puede uno seguir adelante. Ya ahorita me siento tranquila, me acuesto tranquila ya sin el temor de que me vaya a hacer algo o así”.

Lupita ha logrado salir adelante gracias a las personas que la quieren; no obstante, es importante comprender que su caso, lamentablemente, es uno de muchos. Afortunadamente, ella ya no vive dentro de ese ciclo de violencia, pero no será ni es la primera en vivir una situación así.

En Tatahuicapan se han registrado, en lo que va del 2022, 394 casos de violencia familiar, esto de acuerdo a la solicitud de acceso a la información que se hizo al Instituto Municipal de la Mujer del Ayuntamiento de Tatahuicapan de Juárez.

Jeira, integrante del Club (Foto: Kenia Hernández).

Ser ama de casa, no significa dejar de ser mujer

“El Club de Mujeres Libres de Tatahuicapan” ayuda a que los casos de violencia sean denunciados antes las autoridades, ya que en comunidades como Tatahuicapan, los prejuicios y las opiniones de los demás sí importan y tienen mucho peso en la manera en que las violencias se callan, ya que el aguantar maltratos y conductas machistas son el pan de cada día en el pueblo.

También el Club ha sido relevante para que, quizá, por vez primera muchas mujeres cuestionen lo que viven, pues en sus primeras sesiones -como lo narraron a quienes entrevistamos- comienzan a dudar lo que les enseñaron en casa y a cuestionar la costumbres de servicio que tenían con todas las personas, menos consigo mismas.

“A veces todavía están como en la era de los papás (la mentalidad), las mamás todavía están en esas cuestiones y van con esa mentalidad que como eran ellos tengo que ser yo, es como una escuela ¿no? Seguir el mismo patrón, yo siento que no porque los tiempos cambian y hay que dejar un lado lo que no es normal. No las dejan ser libres. Yo siento que ser mujer no nomás es estar en la casa y eso. Ser mujer, es ser libre, tenemos derecho a muchísimas cosas, no nomás estar encerradas y hacer amas de casa”.

Así lo menciona y lo cree, María José quien administra y participa en la organización de actividades que luego no tiene la respuesta que se espera, pues en el municipio por más extraño que parezca “a muchas mujeres no les dan permiso de ir”, sobre ello Glis tiene una clara perspectiva:

Vianey, integrante del Club (Foto: Kenia Hernández).

“Creo que todavía predomina mucho el machismo, pero el machismo entendido no solamente desde los hombres, sino también el que nosotras mismas también crecimos de cierta manera, en la que hay reglas donde aprendimos que nosotras debemos estar en la casa, atendiendo al marido, que tenemos que estar pendientes de nuestros niños, que somos las responsables. Y por otro lado, hay muchas mujeres que no asisten al Club porque tienen que pedirle permiso al marido, que no pueden, si el marido dice que no: pues no van”.

Sin embargo, quienes integran el Club tienen el deseo de cambiarse a sí mismas y de poder enseñarles a las demás que se puede ser amas de casa y, a la vez, ser mujeres libres. Así lo expresa Glis, al reflexionar sobre el equilibrio entre los roles tradicionales y la libertad personal.

“Si yo quiero estar en un lugar, pues voy a ir y no porque alguien me diga que no o porque yo me sienta con la con la restricción de que yo no puedo ir, o que yo no soy libre porque tengo que cumplir con mis necesidades en casa. Entonces, tenemos que cambiar la mentalidad, tenemos que trabajar mucho desde las escuelas quizás”.

Clase de música (Crédito: Facebook Club de Mujeres Libres).

Todo este cambio y transformación que busca “El Club de Mujeres Libres de Tatahuicapan” es posible verlo y vivirlo a través de talleres y actividades que no sólo van dirigidas a mujeres, sino también a infancias y adolescencias, ya que consideran que una buena crianza es sinónimo de mejores personas adultas, proceso con el que ahora  busca incidir a través del arte y la música:

“La idea es tener en un principio mujeres que les guste la música, pues es un arte, es una canción para el alma. Pero por ahora tenemos pocas señoras y varios niños, entonces, queremos impulsar este grupo de jarana y uno más de danza. Entonces, así estamos trabajando en lo poquito que podemos, pero sí invitando a niñas y mujeres”.

La invitación a las mujeres de Tatahuicapan no sólo es que más mujeres se puedan unir al Club, sino que también se creen otras redes de apoyo y hermandad para que más mujeres, como ellas, sean libres.

“Las invitamos a que se acerquen al taller o a los talleres. Yo sé que con un taller que entren ya no salen de aquí y les va a gustar mucho porque somos mujeres libres”, señala Tomasa quien -en efecto- llegó así al Club y aquí ha permanecido.

Por su parte Cinthia, invita a que le den una sola oportunidad al Club de Mujeres:

“las esperamos con los brazos abiertos en cada taller que tenemos, siempre deseamos con contar con la presencia de más mujeres para que ellas aprendan, para que nos conozcan y para que nosotras aprendamos también de ellas”.

Finalmente, Guadalupe -a quien la vida le cambió luego de conocer a quienes integran “El Club de Mujeres Libres de Tatahuicapan”– desde el corazón lanzó un llamado:

“Quierete mujer. Ámate mujer y tú puedes. Puedes cambiar tu perspectiva de vida, puedes cambiar lo que a lo mejor en su momento no lo hiciste. Aún nos sobra tiempo, mientras haya vida, hay esperanza”.

Esperanza para cantar libres: “Alma de jarocha que nació valiente”, versos con los que “Toña, la negra” expresó los lamentos jarochos que hoy, desde “El Club de Mujeres Libres de Tatahuicapan”, se han dejado atrás para dar paso a la libertad.

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ZonaDocs: Escuela de Periodismo, 2da. Generación

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