El hecho de elegir a Culiacán como la primera ciudad en que se presenta el Índice de Paz, pues esto ha sido siempre en la capital del país, no es una distinción que deba enorgullecernos a los sinaloenses porque la deferencia se sustenta en que se trata de una de las ciudades más violentas de México al ser el principal campo de batalla del choque entre células locales del narcotráfico.

Según el informe del Instituto para la Economía y la Paz, que preside Juan Carlos Juárez, Sinaloa se ubica en la posición 22 de los 32 estados en el ranking de construcción de paz, cayendo cuatro lugares en comparación con la posición que ocupó en 2024 en incidencia delictiva, lo cual significa que es el segundo estado a nivel nacional con mayor deterioro en materia de pacificación.

De igual manera, por si acaso es útil como contrapeso frente a la realidad violenta que a diario corroboramos los sinaloenses, el IPM establece que en la entidad sí existen métricas alentadoras en la calificada como “paz positiva”,en lo cual se encuentra en quinto lugar, reflejando las aspiraciones a la no violencia desde la resistencia social.

La seguridad pública se ha complicado en Sinaloa con daños y miedos en la población en general y en las ocupaciones y esparcimientos de ésta, lo que significa que el esfuerzo ciudadano y las políticas públicas para la construcción de paz deberán ser más persistentes y audaces de lo que han sido en los casi nueve meses de violencia derivada de pugnas entre segmentos del crimen organizado.

Lejos de desanimarnos, o de tratar de minimizar, la autenticidad del Índice del Paz puede ser útil al identificar en qué áreas trabajar más y de qué manera lograr mejores resultados con los sinaloenses empujando juntos hacia la recuperación de niveles aceptables de legalidad y tranquilidad para la gobernabilidad. Lo mal que estamos no es un llamado a rendirnos; es aliciente para luchar más en la trinchera de los civilizados.