M.C. María del Refugio Manjarrez Montero

Vicepresidenta del Colegio del Economistas del Estado de Sinaloa.

En Sinaloa, el campo ya no crece, sobrevive. Aunque seguimos siendo reconocidos como el granero de México, las señales de agotamiento del modelo agrícola tradicional se vuelven cada vez más evidentes: aumento en los costos de producción, dependencia de subsidios, falta de acceso a tecnología, escasa vinculación con centros de investigación y un mercado internacional que exige más trazabilidad, sustentabilidad y diferenciación.

​El estancamiento agrícola es más que una disminución en el volumen de producción; es la expresión de un modelo que ya no genera valor agregado, que se mantiene con base en prácticas intensivas en recursos naturales, mano de obra mal remunerada y baja inversión en ciencia,  innovación y tecnología.

En el caso del tomate, las exportaciones siguen generando divisas, pero los márgenes se achican, los productores medianos y pequeños quedan fuera de la cadena, y la innovación brilla por su ausencia más allá del uso de casas sombra o invernaderos.

​Hoy, lo que urge no es producir más, sino producir mejor, con inteligencia y con innovación. Pero no cualquier innovación: el campo sinaloense requiere un modelo sistémico y territorial de innovación agrícola, con cinco características clave:

1. Articulación público-privada real: no basta con programas de gobierno dispersos o apoyos aislados; se necesita una agenda estratégica compartida entre productores, universidades, centros de investigación y gobierno.
2. Transferencia de tecnología adaptada al territorio: lo que funciona en el Bajío no necesariamente funciona en el Valle de Culiacán. Se requiere conocimiento aplicado, no solo importado.
3. Capacitación e inclusión digital del productor: sin capital humano calificado, cualquier avance tecnológico se vuelve estéril. La educación tecnológica rural es urgente.
4. Impulso a certificaciones, trazabilidad y marketing agrícola: el valor del producto ya no está solo en su calidad, sino en su historia, su empaque, su origen sostenible.
5. Financiamiento e incentivos para la innovación, no solo para la producción: el gasto en I+D agrícola sigue siendo bajo en México. Sin inversión estratégica, no hay transformación posible.
​Innovar en la agricultura sinaloense no se reduce a tecnología, sino a un cambio profundo: dejar atrás la producción masiva por un modelo sostenible, diversificado y de alto valor. El primer desafío es romper la dependencia del ciclo otoño-invierno, una tradición que frena nuestra adaptación. El segundo, y más urgente, es la sequía: ya no es un riesgo ocasional, sino una crisis estructural que exige abandonar cultivos intensivos en agua.

​Hemos normalizado la precariedad del campo, pero hoy es necesario transformarlo en un motor de desarrollo sostenible. Esto requiere voluntad política, inversión en infraestructura física e hídrica y cultivos resilientes. Sin acciones concretas, la innovación seguirá siendo un discurso vacío frente a la realidad.