Carlos Fierro / Raíchali
Fotos Patricia Mayorga y Carlos Fierro

Cerocahui, Urique – El 20 de junio se cumplieron 3 años de los homicidios de dos sacerdotes jesuitas, un guía de turistas y un joven beisbolista en Cerocahui, municipio de Urique. Por eso la comunidad celebró el “Año de la Alegría” en este tercer aniversario luctuoso, porque para la cultura indígena rarómari se cumple el tiempo de soltar las almas de esos hombres y acompañarles en su camino hacia Dios u onorúame (en idioma ralámuli).

Rarómari es la forma en la que nos referiremos en este texto a los mal nombrados “tarahumaras”, ya que es el término que utilizan las personas indígenas en esa zona de la sierra Tarahumara para referirse a su pueblo.

Los cuerpos de los sacerdotes jesuitas Javier Campos Morales, “padre Gallo”, y Joaquín Mora Salazar, “padre Morita”, así como del guía de turistas, Pedro Eliodoro Palma Gutiérrez, fueron encontrados dos días después de sus asesinatos en el kilómetro 34 entre las comunidades de Pitorreal, municipio de Bocoyna, y Mogótavo, municipio de Urique, en la Sierra Tarahumara.

Ese día por la madrugada el mismo autor del crimen, José Noriel Portillo Gil, “El Chueco”, privó de la libertad a los hermanos beisbolistas Paúl Osvaldo y Jesús Armando Berrelleza Rábago. Paúl fue localizado muerto días después y Armando logró huir, sobrevivió.

Por eso es que justo en el kilómetro 34, a unos minutos del poblado de Creel, la comunidad realizó, como en los 2 años anteriores, una caravana por la paz y una fiesta conmemorativa denominada “de la Alegría”, durante el jueves 19 y viernes 20 de este mes de junio.

Con danzas pascol, matachín y yúmari, realizadas el viernes, así como la madrugada y mañana del sábado, las comunidades indígenas de la región y quienes les acompañaron, “levantaron” las almas de los sacerdotes, del guía de turistas y del beisbolista, para ayudarles a llegar onorúame.

Martín Corona, gobernador indígena de Cerecahui explica que esta ceremonia se llama nutema, es decir una fiesta que se hace durante los 3 años posteriores a la muerte de un hombre y 4 años cuando se trata de una mujer. Así lo detalla:

“Se llama nutema y significa dar alimento a los finados. La tecera fiesta significa que ya cumplimos con acompañarlos, que suban hasta donde está nuestro Dios. Después de este año, ya serán sólo actos de memoria, para recordarlos, seguir haciendo fiesta ya en memoria de ellos (…) es para que nos bendigan con la lluvia porque son unos santos, para que se dé la cosecha, para que nos curemos de las enfermedades, que nos den buena luz en los pensamientos y en el corazón, llevarnos bien, que nos bendiga con alimentos, de todo”.

En esta ocasión el escenario estuvo rodeado por cerros, árboles y plantas que afortunadamente no han sido alcanzados por los incendios provocados por la sequía o de manera intencional y que han devastado miles de hectáreas de bosque en la Tarahumara. Ahí en ese lugar se encuentran las tres cruces blancas con los nombres de Javier Campos, Joaquín Mora y Pedro Palma.

Desde las 10 de la mañana del jueves, bajo el sol de la primavera, poco a poco empezaron a llegar camionetas con gente de distintos lugares. La mayoría vestía playeras blancas con las imágenes de los dos sacerdotes jesuitas.

Durante esa mañana, como lo han hecho en años anteriores, personas de distintos lugares se reunieron al pie de las cruces. Felipe García Campos, un joven delgado y alto colocaba tres coronas, una en cada cruz. Él es sobrino del “padre Gallo” y viajó desde Monterrey para estar en la ceremonia tradicional del pueblo rarómari.

De una de las trocas que arribaron al lugar, bajaron varias personas rarómari que viajaron desde Cerocahui. Sin decir una sola palabra, descendieron y se dirigieron directamente a las cruces para saludar como es costumbre en la cultura ralámuli, rarómari o rarámuri, para luego saludar a los presentes.

Los representantes de Cerocahui rodearon la cruz en 4 ocasiones con una pausa en cada uno de los puntos cardinales. Este saludo guarda un significado espiritual profundo.

En la cultura rarómari se dan tres vueltas a la cruz si se trata de un hombre y cuatro vueltas si es mujer. La vuelta adicional es porque la mujer puede dar vida en su vientre.

Margarita Quintero Carrillo es una mujer rarámuri encargada del incienciario en las ceremonias tradicionales de Cerocahui y fue muy cercana al padre Gallo, desde que ella estudiaba en el internado de ese poblado serrano. Ella tomó la palabra al finalizar la danza frente a las cruces para dar inicio a la caravana.

Vestida con una falda floreada y oscura, tableada como es tradición en su región, con una playera con el rostro de los jesuitas y un suéter morado, y la cabeza cubierta por una pañuelo, Margarita explicó en ralámuli el sentido de la fiesta del tercer aniversario de los homicidios.

La hermana rarámuri Silvana Salmerón, de la misma Diócesis de la Tarahumara en Cerocahui, tradujo a Margarita:

“Estamos aquí reunidos, acompañando. Hemos levantado el alma de tres personas que caminaron con nosotros, pues desde ahorita que ya nos levantamos vamos a soltarlos nosotros también. Dejarlos, para nosotros caminar tranquilos, para no caminar pesado. En la tarde y noche vamos a bailar pascol, matachín y yúmari pidiendo perdón a Dios porque somos pecadores, fallamos. Si pedimos perdón así él nos va a perdonar, nos va a acompañar en la comida. Vamos a acompañarnos entre todos para no sufrir hambre, para pedirle a Dios que nos dé buenos días, buenas noches, que él sea nuestra fuerza”.

Esteban Cornejo, jesuita de la parroquia de Cerocahui, expresó frente a las tres cruces que con la tercera fiesta en conmemoración de los padres jesuitas y de Pedro Palma, van a estar contentos porque les darán fuerza, junto con Paúl Osvaldo Berrelleza Rábago, quien fue desaparecido junto con su hermano Armando.

“Hoy no vamos a dormir. Aguanten porque es una fiesta importante, que estemos hasta que salga el sol, hasta que inicie la misa. Hay que echarle ganas, que no nos gane el sueño ni la tristeza, que estos padres que estaban bajo una lona, bajo un hule negro, aquí los tiraron como si fueran una basura, los estamos recogiendo, los estamos devolviendo porque son valiosos para nosotros, estamos bendiciendo este lugar donde antes sólo hubo muerte”, dijo el padre.

La comunidad raromari de aquella región recibió a los padres jesuitas como uno de ellos. No es común que este tipo de cosas sucedan, pero por los más de 30 años habitando en la sierra, por su entrega incondicional para servir al que más lo necesitaba, la comunidad los vio como uno más de los suyos.

Algunos de los asistentes coinciden: Si por alguna razón no se hacen las ceremonias que corresponden al nutema, el alma restante quedará en la tierra y se llevará a la familia uno por uno, según la cultura raromari.

Después de estar en el lugar de las cruces por las víctimas, la caravana continuí hacia las comunidades de San Rafael y Bahuichivo, así como una pequeña parada en el lugar llamado El Paso de la Virgen, ubicado poco antes de llegar a la comunidad de Cerocahui. En cada uno de esos lugares del municipio de Urique, también bailaron pascol y matachín.

Las mujeres danzan usando su vestimenta tradicional colorida, una corona también de colores y una sonaja hecha de calabazas que suena al son del violín.

En la danza del pascol se usa chayewari, hecha de un listón de cuero, que tiene capullos de mariposa, con un largo de un metro, que se sujeta alrededor del pie, uno en cada lado.

Conforme la caravana avanzaba, se sumaban más vehículos. En cada parada las nubes amenazaban con llover, pero solo generaban falsas esperanzas.

Al entrar a Cerocahui ya esperaba más gente a la caravana por la paz. Antes de llegar a la iglesia, la caravana dio una pequeña vuelta por la plaza, donde los creyentes acompañaron el cortejo hasta llegar donde descansan los cuerpos, en el atrio de la parroquia.

Frente a la iglesia se encuentran las dos tumbas de los padres jesuitas. En las charlas con la gente de la comunidad, platican que los jesuitas les contaban que ellos siempre vivirán en la sierra y que en la muerte también se quedarían ahí. Por eso están los cuerpos en Cerocahui, en la iglesia donde también les arrebataron la vida.

Aquél trágico 20 de junio del 2022, se recuerda porque la tarde de ese día, el líder criminal de la región, José Noriel Portillo Gil, “El Chueco” entró a la parroquia de San Francisco Xavier en Cerocahui, persiguiendo a un guía turístico que, ya golpeado, buscaba refugio con los jesuitas y, al brindarle auxilio, lo asesinó junto con dos sacerdotes.

Primero salió a ayudarle el padre Joaquín Mora, quien intentó darle los santos oleos a Pedro Palma porque ya estaba moribundo. El Chueco enfureció y arremetió contra el padre, a quien persiguió hasta asesinarlo en el altar. Salió el padre Gallo para tratar de convencerlo que parara con la masacre, pero también disparó contra él en el altar.

Los tres cuerpos fueron arrebatados del altar del templo por el delincuente y sus cómplices. Días después los localizaron donde ahora se encuentran las cruces.

Después de la caravana y las danzas, cae la noche en la comunidad de Cerocahui el jueves 19 de junio, y las estrellas iluminan la comunidad, la fiesta sigue, los músicos tocan, los danzantes invitan a seguir la música y la gente los acompaña para celebrar desde distintas comunidades: Guapalayna, Piedras Verdes, San José del Pinal, Baragomachi, Bahuichivo, entre otras, para conmemorar a los que en vida entregaron todo.

Por la mañana del viernes, ofrecieron bebidas medicinales y alimentos para curar la tierra que fue testigo de las muertes violentas, para sanarla y dar vida con los bailes indígenas.

Esos días se vistieron de fiesta, pero también de tristeza. Las almas de los cuatro, desde la cultura raromari, podrán descansar en paz y el pueblo continuará tejiendo su propia paz como respuesta a la impunidad de ese crimen y de muchos más.