Desde mediados del siglo XX, el tomate ha sido parte fundamental del desarrollo del campo en sinaloense. Su cultivo impulsó la tecnificación agrícola y consolidó a Sinaloa como un referente nacional e internacional en producción hortícola.
El tomate forma parte de la identidad rural del estado, especialmente en zonas como Culiacán, Navolato y Guasave, donde generaciones enteras han trabajado en su siembra, cosecha y empaque.
El valor del tomate como producto y símbolo de progreso es tan importante para Sinaloa, que el estado es su principal productor en México desde hace 100 años, destacando, a su vez, como el primer exportador hacia los Estados Unidos. De ahí lo delicado del tema de un posible aumento de los aranceles anunciado por el presidente de los Estados Unidos, Donald Trump, a la denominada “perla roja sinaloense”.
Para profundizar a detalle del boom de la comercialización de este producto hortícola a lo largo del tiempo, se puede consultar el libro “El oro rojo de Sinaloa. El desarrollo de la agricultura del tomate para la exportación, 1920-1956”, del historiador Eduardo Frías Sarmiento, donde se explica que si bien este fruto rojo se cultiva en prácticamente en todos los rincones del país, el sinaloense se destina casi en su totalidad a Estados Unidos y en segundo lugar a Canadá, mientras que los otros estados abastecen el mercado interno.
Así de trascendente es el tema de los aranceles. De igual forma, hay que entender que la rivalidad de los productores de tomate del estado de Florida con los de Sinaloa, también es histórica y no es la primera vez que el gobierno de Estados Unidos o sus congresistas intentan frenar los miles de toneladas anuales que ese país importa de México.
Esta disputa se debe a que si bien Estados Unidos es el principal productor de tomate en el mundo, sus productores no lo siembran en invierno por las bajas temperaturas y heladas que azotan gran parte de ese territorio durante esa temporada. Esta coyuntura climática fue aprovechada por los agricultores sinaloenses para sembrar este producto en los meses de noviembre a mayo y así surtir el marcado estadounidense.
Pero es justo Florida, que de igual forma, tienen el mismo ciclo agrícola que el campo sinaloense.
Así pues, desde la década de 1920, tiempo en que se comenzó a construir el Canal Rosales en el valle de Culiacán, es decir, la primera gran obra de irrigación tecnologizada en la entidad, el estado se convirtió en el principal proveedor del mercado externo orientando su energía a este renglón.
“El hecho de competir con productores de tomate como los de Estados Unidos hizo que los sinaloenses tuvieran que desarrollar condiciones óptimas de infraestructura, tecnología y conocimientos para situarse en la cúspide en México. Esta posición no la perdieron durante el periodo de este estudio y la detentan aún en la actualidad”, se lee en el libro.
En Sinaloa, continúa el historiador, entre 1920 y 1956, una enorme cantidad de hectáreas incultas fue habilitada para la agricultura por medio del desmonte, la roturación de tierras y la construcción de obra hidráulicas. Lo anterior, porque el gobierno federal sabía que la entidad se insertaría en el proyecto nacional de desarrollo económico a través de la irrigación y por tal razón, los gobernantes en turno buscaron el apoyo de los empresarios agrícolas y de industriales.
Como dato curioso, mucho del apoyo que el gobierno federal destinó al noroeste del país en esa época fue porque prácticamente en toda la década de 1920, los presidentes de México fueron sonorenses, que en su mayoría, tenían relaciones comerciales y de compadrazgo con los agricultores sinaloenses.
El propio presidente Álvaro Obregón (1920-1924), por ejemplo, fue uno de los socios accionistas del Canal Rosales, porque él mismo estuvo interesado en cultivar tomates en el valle de Culiacán, tal y como se explica en el libro de Frías Sarmiento.
“Los gobiernos de Álvaro Obregón, Plutarco Elías Calles y los tres presidentes del Maximato estuvieron de acuerdo en que la creación de la pequeña propiedad era el medio adecuado para consolidar el desarrollo agrícola de México. Para ello, formar un nuevo agricultor semejante al de Estados Unidos era lo ideal para sacar adelante al país de la crisis económica en lo que había dejado la lucha armada de 1910-1920”, se explica.
Entre los productores sinaloenses de tomate de exportación que destacaron entre 1920 y 1953, se encontraban Jesús Ma. Tarriba y Cia.; Francisco Echavarría; Carlos de Doig Albear; Tamayo y Cia.; Cayetano Valdez; Vital y Manos, de R. L. de C.v.; Legumbrera del Noroeste de R.L. de C.V.; Agrícolas y Comerciales de R.L. de C.V.; Vital Campa S.L. de C.V., entre otros.
Para ejemplificar el liderazgo sinaloense en estas décadas, el historiador Eduardo Frías, muestra en su libro estadísticas con fuentes de la entonces Secretaría de Agricultura y Fomento, la superficie cosechada de tomate por estados en un análisis comparativo, así como las toneladas del producto resultante, año con año, al país vecino del norte.
En 1925 en Sinaloa había 10 mil 862 hectáreas destinadas a la siembra de tomate; mientras que el segundo estado productor, Sonora, apenas contaba con mil 500 hectáreas; le seguía Nayarit con mil 304 hectáreas, mientras que Baja California, un estado fronterizo, solo contaba con 200 hectáreas.
Para 1926, la superficie cosechada de tomate en Sinaloa ya era de 12 mil 357 hectáreas; en Sonora había ese año mil 369 hectáreas; en Nayarit mil 280 hectáreas y en Baja California 443 hectáreas.
En cuanto a la producción de tomate, regional y por estados de 1925, se muestra que ese año Sinaloa produjo 31 mil 889 toneladas; Sonora 3 mil 357 toneladas; Nayarit 2 mil 763 toneladas; y Baja California apenas 910 kilogramos.
Finalmente, cómo análisis externos al mercado mexicano, Frías Sarmiento argumenta que la demanda externa de productos primarios que se generó en Estados Unidos y Canadá en los cuarenta y parte de los cincuenta, como consecuencia indirecta de los conflictos armados que enfrentó el primero, favoreció el desarrollo del sector hortícola de México, en el que Sinaloa destacó notablemente.
“A partir de 1943 la tendencia fue ascendente y no se detuvo por muchos años (…) Los productores de Sinaloa, ante las exigencias del mercado externo, buscaron constantemente elevar la productividad y mejorar la calidad de sus productos, para lo cual practicaron nuevos métodos de siembra y pusieron en operación más maquinaria, además de que usaron químicos para fumigar y fertilizar los sembradíos”, se lee.
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