Ayer, el calor de Culiacán pegaba con furia sobre el bulevar Pedro Infante. En el asiento del conductor de una camioneta blindada, el comandante Cristóbal David Barraza Sainz, mejor conocido como ‘Nitro’, avanzaba sin imaginar que sería su último recorrido.
Eran poco más de la una de la tarde cuando las balas comenzaron a sonar. Testigos dicen que fueron ráfagas precisas, certeras. No hubo persecución. No hubo tiempo de pedir refuerzos. En segundos, el líder del Grupo Élite de la Policía Estatal Preventiva estaba muerto, asesinado a plena luz del día y frente a decenas de ciudadanos que apenas entendían lo que ocurría.
Junto a él, su esposa quedó herida. Y sobre el asfalto quedó también el símbolo de una corporación que ha visto caer a más de 40 de sus elementos en menos de un año.
Cuando las ráfagas comenzaron a escucharse, el caos se apoderó del lugar.
Quienes estaban en el estacionamiento de la Secretaría de Educación Pública y Cultura corrieron a esconderse entre los autos, detrás de columnas, sin saber de dónde venían los tiros ni si estaban a salvo. Algunos pensaron que era un choque; otros, que los disparos ocurrían lejos. Pero no: el blanco era el comandante ‘Nitro’, justo allí, a unos metros.
En la cafetería de la SEP, Silveria, la señora que atiende uno de los locales escuchó el estruendo: “Fue algo que pegó rápido”, contó horas después, aún con la voz temblorosa. Un adulto mayor que comía en su negocio entró en shock. A como pudo, ella lo ayudó a reaccionar y lo escondió en el baño, mientras afuera seguían sonando las balas.
“Vi como la gente comenzó a correr hacia arriba, no entendía que pasaba. Todos corrieron a esconderse, tomé al señor y nos metimos al baño que por lo menos tiene paredes de block pero techo de lamina. No sabía de donde venían las balas”, comentó Silveria.
Afortunadamente, los niños de la guardería y del jardín de niños que están dentro de la SEPyC no estaban en clases: están de vacaciones. De lo contrario, la escena pudo haber terminado en un caos.
En la oficina de Vinculación Social, particularmente en el área de Indautor, una bala atravesó el cristal de una ventana, dejándolo astillado y abierto como una herida. Al escuchar el estallido del vidrio – y el de su tranquilidad -, los trabajadores corrieron a encerrarse en una oficina, se tiraron al suelo, buscando no ser una víctima colateral más de esta guerra que no ha parado en Sinaloa desde el 9 de septiembre.
Es la primera vez que las oficinas de la SEP son alcanzadas por las balas, pero no es la primera vez que la violencia irrumpe en espacios escolares. Maestros y niños, en distintas partes del estado, han sido testigos de cómo los disparos terminan con la calma de sus aulas, lugares que deberían ser seguros, no zonas de refugio. Aun así, la secretaria de Educación, Gloria Himelda Félix, ha insistido en que las clases no se suspenden porque, dice, “las escuelas son espacios seguros”.
Tras el ataque, el bulevar Pedro Infante fue cerrado por completo. El caos vial se desbordó y, por horas, las patrullas ocuparon el espacio donde minutos antes la gente iba al trabajo, a casa, a recoger un hijo o ha realizar algún pendiente. Policías estatales impidieron que los reporteros usaran drones, quizá por protocolo, quizá por miedo. La verdad es que nadie lo sabe. Porque en Sinaloa, ningún agente, por más blindaje que lleve, tiene la certeza de que regresará a casa al terminar el día.
Antes de las seis de la tarde, el cuerpo del comandante ‘Nitro’ y la camioneta blindada en la que fue atacado ya habían sido retirados del lugar. El bulevar Pedro Infante fue reabierto a la circulación y los autos volvieron a pasar como si nada hubiese ocurrido. Casi al mismo tiempo, el cristal astillado por una bala en las oficinas de la SEP fue reemplazado. Rápido. Silencioso. En cuestión de horas, la ciudad retomó su rutina, como si no se hubiese derramado sangre, como si no se hubiese fracturado, otra vez, la calma. Como si lo ocurrido pudiera cubrirse con vidrio nuevo, un gesto que parece reflejar la forma en que el gobierno enfrenta la violencia: no con respuestas de fondo, sino con parches apresurados que buscan ocultar la herida antes de que alguien la vea demasiado.
Desde el 9 de septiembre de 2024, Sinaloa ha visto caer a 43 policías de distintas corporaciones (estatales, municipales y de investigación) en menos de un año. El vicefiscal Dámaso Castro confirmó que la cifra incluye 10 víctimas en el sur del estado y el resto en la región centro, con Culiacán y Navolato como los municipios más afectados.
Pero no sólo los agentes han sido alcanzados por las balas. De acuerdo con un análisis de notas periodísticas publicadas en medios locales, ESPEJO documentó que entre septiembre de 2024 y el primer semestre de 2025, al menos una treintena de personas , entre civiles y presuntos delincuentes han resultado lesionadas o asesinadas tras quedar atrapadas en enfrentamientos entre fuerzas de seguridad y grupos armados.
La muerte del comandante ‘Nitro’ no es solo un número más. Es parte de una nueva realidad que viven los sinaloenses: una en la que los disparos interrumpen la comida, el trabajo, el juego de los niños. Una en la que las escuelas ya no solo enseñan, también protegen. Una realidad que no parece tener final.
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