Aquí no hay distingos, que si tú eres de este medio o del otro. No, señor.
—¿No es viable?
No, es hasta peligroso andar cubriendo solo o querer ganar la exclusiva. Hay puntos donde la cobertura se complica, es peligroso.

La cobertura de Manuel Salas, periodista independiente y fundador del portal Link Sinaloa, parecía tranquila esa mañana. El primer reporte indicaba un “41”: código policial para identificar el hallazgo de una persona sin vida.

En el poblado de La Michoacana, sindicatura de Villa Juárez, Navolato, el cuerpo de un joven yacía sin vida bajo una banca. Horas más tarde sería identificado como Jorge.

—¿En su caso pone todo?
—Es una inversión: el tiempo, la gasolina, el equipo. No tengo quien me supla. ¿Cuándo descanso? Nunca. Psicológicamente ya estoy predispuesto a estar pendiente todos los días. Tengo 30 años en esto. La violencia nunca he visto que se acabe.

La voz de Manuel es también la de muchos. La violencia en Sinaloa, dice, no es nueva, pero nunca se había extendido tanto ni por tanto tiempo. Desde septiembre de 2024, con el estallido del conflicto al interior del Cártel de Sinaloa, los periodistas de nota roja han tenido que abandonar la competencia y adoptar códigos propios de seguridad.

Hoy, quienes cubren homicidios y enfrentamientos lo hacen con chalecos antibalas, camionetas rotuladas, radios de comunicación y avisos entre colegas. Como si se tratara de un conflicto bélico en el extranjero. Pero es Sinaloa. Y es México.

Voy en camino, plebes. Tomé la ruta por Eldorado.
—¿Se avisan?
—Algunos estamos coordinados. Otros siguen buscando la exclusiva. Pero yo soy independiente. Si la zona no está asegurada, no voy. Me gusta esto, pero me cuido.

En los primeros meses del conflicto, las agresiones se concentraron en el sur de Culiacán y en municipios como Elota, San Ignacio, Cosalá, Eldorado, Mazatlán y Concordia. Pero pronto la violencia alcanzó a los 20 municipios del estado.

Cuando Manuel y otros periodistas llegaron a La Michoacana, la escena era desoladora: Guardia Nacional, Ejército, Policía Estatal, elementos municipales y de la Fiscalía General del Estado acordonaban el área. Jorge había sido asesinado a balazos. La sangre aún fresca en el pavimento recibía a los reporteros.

Tengo apenas un mes y 20 días trabajando.
—¿Y por qué decidiste cubrir nota roja justo ahora?
—Por la oportunidad. Estudié criminalística y no logré entrar a la Fiscalía, es muy difícil conseguir una plaza. Ahora veo cómo trabajan los peritos, pero desde el periodismo e informando.

Brayan Beltrán, joven reportero de El Debate, sabe que las garantías para ejercer son nulas. Pero sigue. Porque informar, incluso con miedo, es una forma de resistir.

—Somos medios, no somos trabajadores del gobierno o elementos de seguridad, ellos están armados, tienen protección. A nosotros solo nos queda trabajar con nuestro propio criterio de seguridad.
—¿Piensas en el riesgo cada vez que sales?
—No, pues no más salgo con la bendición de mi ’amá… y vámonos a chambear.

El 14 de julio, un grupo de periodistas recibió un reporte: tres personas asesinadas en El Pozo. Al llegar, encontraron casas incendiadas y hombres armados. Los gatilleros abrieron fuego… y también dispararon contra los periodistas.

Desde que inició la guerra, el Instituto para la Protección de Personas Defensoras y Periodistas ha emitido el doble de medidas de protección que desde que se creo en 2022. 132 personas agredidas, entre ellas 64 periodistas. Se han otorgado 560 medidas, informó Jhenny Judith Bernal Arellano, directora del instituto.

Pero para algunos las recomendaciones llegaron tarde. Tres meses tarde.

Se tardaron. Yo hasta les dije: ya pa’ qué. Nosotros ya habíamos armado nuestros propios protocolos.

Ernesto Meda, reportero de nota roja con 16 años de trayectoria en TVP, dice que la cobertura ya no se siente como antes.

—Procuro no llegar primero a cubrirlo. Llegó al hecho, lo cubro y busco regresar a casa con bien
—¿Comparte el hartazgo que otros periodistas sienten?
—Sí. Cubrimos hasta seis o siete hechos violentos al día. Ver ese número de cuerpos, con esos niveles de violencia… llega un punto en el que pierdes sensibilidad. Tomamos la foto, redactamos y seguimos. Es el pan de cada día.

Ellos son solo algunos. Periodistas que todos los días arriesgan su vida para contar lo que pasa. Y aunque las autoridades se reservan la información, aunque los boletines no dicen en ocasiones lo suficiente, la verdad sigue saliendo a la luz… a través de sus cámaras, sus crónicas, sus pasos.