Texto y fotos: Andrea Guerrero y Jazmín Sandoval

CIUDAD DE MÉXICO. – La Ciudad de México ya no es la misma. Barrios que por décadas albergaron a familias trabajadoras hoy se transforman en zonas exclusivas, inaccesibles para quienes los habitaron. Rentas que se duplican, salarios que no alcanzan, comunidades fracturadas. ¿Quién gana con este «progreso»?

Detrás de la fachada de modernidad, la gentrificación es un mecanismo de expulsión: gobiernos y capital especulativo priorizan ganancias sobre derechos. Los testimonios aquí reunidos lo demuestran, mientras revela un sistema que favorece a extranjeros y élites locales, dejando a mexicanos de clase trabajadora sin ciudad ni futuro.

“Ya no fue solo la renta, fue el costo de todo”

Argenis es un joven que hace apenas unos años vivía en una colonia céntrica de la Ciudad de México. Actualmente ha tenido que mudarse a Coacalco, Estado de México, debido al incremento en los precios de renta.

«Claro que a todos nos afecta, no solo en tu vivienda, sino también en el costo de tu vida. Por ejemplo, ¿hace seis años cuánto costaba una pieza de pan? ¿Y ahora cuánto cuesta? No va de acuerdo con la inflación. La comida es otro costo muy alto».

Esto nos muestra otra realidad muchas veces ignorada: la gentrificación no solo encarece la vivienda, también arrastra consigo un alza en alimentos, transporte, servicios y productos básicos. A medida que las colonias se vuelven “atractivas” para el mercado inmobiliario o para el turismo extranjero.

En muchas zonas de la Ciudad —especialmente aquellas reconfiguradas para atraer nómadas digitales y consumidores con alto poder adquisitivo—, el alza de precios no tiene relación con la inflación nacional, ya que no parece que su “progreso” sea para todos, ni siquiera para mexicanos, sino más bien adaptar estas colonias para extranjeros y las pocas personas con mayor poder adquisitivo.

Foto: Andrea Guerrero

El pan que menciona Argenis, que costaba tres pesos, hoy ronda los ocho o incluso diez. Un platillo antes popular se convierte en “comida gourmet” con solo cruzar la frontera invisible de una colonia gentrificada.

Este proceso brutal y silencioso no se siente solo en el desarraigo físico: también se vive en el desgaste económico diario, donde los salarios no alcanzan y los precios responden a otro mundo, ajeno a la mayoría de los ciudadanos mexicanos.

“Creo que soy más parte del problema que de la experiencia”

Fernando N., residente de Los Héroes Chalco, Estado de México, resume su experiencia con una frase tan dura como reveladora. Cada mañana, desde muy temprano, Fernando recorre decenas de kilómetros para llegar a su trabajo en la Ciudad de México. Como él, miles de personas provenientes del Estado de México cruzan diariamente la frontera metropolitana para poder acceder a empleos que, aunque lejanos y agotadores, al menos ofrecen un salario ligeramente mejor que lo que podrían encontrar en su lugar de residencia.

«Soy del Estado y me traslado a CDMX, como muchos otros, a saturar la ciudad. La saturación, sobre todo en el transporte y en el tránsito vehicular, sí afecta. Pero es consecuencia directa de la falta de buenos trabajos en el Edomex, donde los empleos son escasos y mal pagados».

Su experiencia pone sobre la mesa un tema que rara vez se menciona cuando se habla de gentrificación: la desigualdad laboral del país que obliga a las personas a desplazarse todos los días desde las periferias hacia los centros de poder económico, donde se concentra la mayoría de los empleos formales y mejor remunerados. Pero aún dentro de esta supuesta “mejor opción”, las condiciones siguen siendo precarias: en la Ciudad de México, apenas el 33 % de los empleos pueden considerarse dignos en términos de salario y prestaciones, según cifras del IMSS e INEGI.

Foto: Jazmín Sandoval

«Sí, porque pese a que un empleo en CDMX está mejor pagado que en el Edomex, seguimos siendo mano de obra barata. Y la mano de obra barata siempre da mejor inversión para aumentar las ganancias, sobre todo a empresarios extranjeros», concluye Fernando.

La experiencia de Fernando no es un caso aislado. El acceso a empleos mal remunerados y los traslados diarios son solo una parte del problema. Para muchas personas, la lucha comienza incluso antes: al intentar encontrar una vivienda asequible.

“No es progreso, es despojo”

Esta situación no ha afectado solamente en cuestiones laborales; ahora, encontrar una vivienda digna en la Ciudad de México se ha convertido en una misión casi imposible, así lo relata Angélica, una madre soltera que vive con su padre, un adulto mayor de 74 años, y su pequeña, una niña de 10 años que padece TDAH, habitantes de la alcaldía Gustavo A. Madero. Ella menciona:

«Con la pensión de mi papá podríamos pagar hasta 7 mil 500 pesos. Hemos ido hasta a cuartos con techo de lámina y ni así nos rentan por todos los requisitos que piden. Donde vivo ya nada baja de 12 mil pesos».

Podemos notar que los costos de renta han incrementado significativamente, incluso en colonias que no se conocen como céntricas se han visto afectadas y, con ello, gran parte de la población mexicana, pero se hace más notorio en áreas metropolitanas.

«Y como están construyendo edificios de apartamentos que parecen colmenas, está subiendo más todo», relata, cuyos departamentos serán vendidos o rentados a personas con una economía más alta, pues Angélica menciona que es imposible para gran parte de la población que habita en zonas populares adquirir una propiedad. Estudios demuestran que una pequeña parte de los mexicanos, menos del 30 %, está en posibilidades de comprar un inmueble.

Además del desgaste físico, también está el desgaste emocional

«Sí es un estrés tan fuerte que he pensado en mejor terminar con todo, pero siendo mamá es más difícil dejarse vencer», esas fueron sus palabras, demostrando desesperación por no encontrar un hogar digno. Como podemos notar, también tiene un impacto emocional. Para muchos mexicanos se ha vuelto más difícil mantener sus necesidades básicas, llevándolos a sentirse vulnerables. Esto afecta a todos los integrantes de la familia:

«Sí es horrible, pero más horrible es que mi hija me pregunte si vamos a vivir en la calle o verla llorar. Mi papá no me dice nada, solo dice que Dios nos va a ayudar, pero sí lo he visto llorar a escondidas».

La gentrificación, además de tener un gran impacto económico y urbanístico, tiene un impacto emocional, lo que conlleva a que la población afectada sufra consecuencias significativas en su salud mental.

Poblaciones de bajos ingresos son desplazadas de lugares donde han habitado por años por otras de mayor poder adquisitivo. Esto genera en las comunidades locales posibles problemas emocionales como: depresión, ansiedad, estrés, pérdida de identidad y pertenencia, aislamiento social e incluso trastornos del sueño.

«Es difícil construir un país diferente con gente indiferente»

Angélica, como miles de afectados por la gentrificación, ha pensado en irse fuera o a las periferias de la ciudad:

«Sí, hemos buscado hasta Tlalnepantla, Tenayuca, Iztapalapa, Ecatepec… todo está igual». Esto nos lleva a pensar que es un problema que está perjudicando gran parte del país, tanto económicamente como cultural y emocionalmente.

«Todo esto que está pasando es humillante para los mexicanos de clase promedio y bajo, es clasismo en su máxima expresión», expresa una crítica y un punto de vista especialmente dirigido hacia la población de menor poder adquisitivo, vulnerando sus derechos y dignidad debido a su estatus socioeconómico.

Vivienda encontrada por Angélica y su familia en su búsqueda de una renta accesible y digna. Foto: Cortesía

«Pienso que está bien que vengan de turismo, que a lo mejor vieron la forma de vivir mejor con todo más barato y con el calor de nuestra gente, y es fácil verlo desde ese punto. Lo que no pensaron o no les importa es todo el efecto que eso tendría en la población mexicana, todo el daño que están causando, aunado con la clase que se cree alta en México, que se pone de rodillas ante todo lo que les dé ‘estatus’, aunque sea imaginario. Y ya que vieron que entraron sin problemas, sin pagar impuestos, que fácilmente se podían adueñar de lo que quisieran teniendo con qué pagar, empezaron no solo a desplazarnos, sino a tratarnos como servidumbre.

«Con el apoyo de la clase media imaginaria, polarizó todo: la lucha de siempre en México, la lucha de clases y la invasión apoyada por otros mexicanos. Pero también está la lucha del mexicano que cuando despierta, agárrense».

Esas fueron las palabras de Angélica, con inconformidad y con algo de enojo, haciendo notar que no se trata de un progreso como sociedad, sino de un retroceso. No solo los extranjeros son parte del problema, sino que también, como sociedad, estamos perdiendo identidad y respeto a nuestra cultura.

Muchos arrendadores prefieren alquilar su inmueble a precios excesivos e irreales, acompañados de una gran lista de requisitos para la población mexicana. Eso genera que los únicos que puedan habitarlos sean los extranjeros o personas con un nivel económico más alto. Mexicanos también se volvieron parte del problema, ya que, mientras ellos ganen más, no les importa y no entienden el impacto que tiene para miles de familias promedio en el país. Esto aplica tanto para restaurantes, locales, rentas, negocios, etc., que inclusive cobran sus servicios en dólares.