Por Daniel Villaman / @Danielvilldz
Ilustración de portada Diana Soto / @weirdu_u
Desde el 9 de septiembre de 2024, sobre Sinaloa se extiende una ola violencia desbordada. En uno de los periodos más violentos en la historia de la entidad, en Culiacán y sus sindicaturas no sólo se cuentan muertos, también se cuentan vidas interrumpidas como producto de la “guerra” que hoy libran grupos antagónicos del crimen organizado en la región.
Entre el inicio de septiembre de 2024 y el 28 de marzo del presente año, la Fiscalía General del Estado de Sinaloa lleva registro de 1,034 homicidios dolosos. Esto implica un repunte del 259% en las incidencias comparado con el mismo periodo del año anterior.
Entre las víctimas de la criminalidad en dicho lapso de tiempo, se cuentan por lo menos 30 niños, niñas y adolescentes menores de edad, según información provista por la Secretaría de Seguridad del Estado.
Además, un análisis conducido por Revista Espejo concluyó que la mayoría de fichas de búsqueda de personas desaparecidas entre septiembre y febrero pertenecen a la generación nacida entre 1995 y 2006: 496 de un total de 956.
Las balas han enterrado los sueños de cientos, transformando hogares en refugios, comunidades en pueblos fantasma debido al desplazamiento forzado y calles en “cementerios comerciales”, como se les ha referido por parte del sector privado a algunas vialidades donde la mayoría de negocios ya se encuentran cerrados.
Como el grupo poblacional más vulnerable frente a la violencia, la crisis de seguridad ha truncado las metas, robado la tranquilidad, y lacerado la salud física y mental de una cantidad indeterminable de juventudes en la capital sinaloense.
“Cada semana que pasa es una semana más que perdí, que ya no sé qué voy a hacer y no se ve mejora. Se siente bien horrible”, así se lamenta Isabel, de 20 años, cuya voz refleja el sentimiento de quienes han visto sus vidas paralizadas por la inseguridad, o por cualquiera de las formas en que esta ha venido a convulsionar la vida de la sociedad culichi.
A continuación, se narran las historias de tres jóvenes que, desde diferentes circunstancias, relatan lo que la crisis les arrebató. Sus nombres han sido cambiados no sólo para protegerles sino también para que pudieran expresarse con mayor libertad.
“Perdí mi trabajo, perdí mi tranquilidad y perdimos mucha libertad también”.
Isabel es una joven que vive en el sector centro de Culiacán junto con su madre y hermanos. Aspirante a cineasta, tuvo que interrumpir su formación preparatoria por cuestiones familiares y personales durante la pandemia del 2020. Durante este tiempo, ha acumulado experiencia laboral mientras ayuda con los gastos de su casa e intenta ahorrar para retomar sus estudios.
En noviembre de 2024, a un mes de iniciada la crisis de seguridad, su posición dentro del restaurante en el que trabajaba fue eliminada y no pudo conservar su empleo. Desde entonces, busca un nuevo trabajo que le permita contribuir al hogar familiar mientras junta dinero para sus propios planes, entre los que está poder estudiar la carrera de cinematografía en Puebla.
No es la primera vez que Isabel tiene que cambiar de trabajo, sin embargo, afirma nunca haber percibido tan pocas opciones ni ser rechazada de tantos lugares como ahora. En su experiencia, encontrar un empleo se ha vuelto una tarea mucho más complicada desde el inicio de la crisis en Culiacán.
“Salgo a dejar currículums en todos lados y no me hablan de ningún lugar. No es como otras veces, que salía y había muchas ofertas de trabajo y negocios abiertos. Hay muchísima gente buscando y hay muy pocos lugares contratando”
Relata cómo, en su búsqueda por empleo, suele salir por las tardes con por lo menos una decena de currículums elaborados a mano para dejar en negocios de su área. Restaurantes, cafés, tiendas de todo tipo; no se puede dar el lujo de ser demasiado selectiva.
Además, se le ha vuelto costumbre revisar compulsivamente los grupos de bolsa de trabajo en Facebook en búsqueda de alguna oferta disponible.
“Es bien pinche frustrante que estoy viendo que la entrada de dinero en mi casa disminuyó y tal vez no puedo ayudar cómo podía ayudar antes, y también yo tenía cosas planeadas para el futuro que no las puedo hacer porque no tengo dinero. Ya no sé dónde dejar un currículum porque siento que ya dejé en todos lados”.
Ella no es la única, ni siquiera dentro de su familia, que ha tenido problemas relacionados con la pérdida de empleo a raíz del estallido violento en Culiacán.
El negocio de venta y renta de vestidos de su hermana es uno de los cerca de 5 mil establecimientos que, de acuerdo con Alianza para el Desarrollo y Competitividad de las Empresas, han cerrado en todo el estado desde el inicio del brote delictivo. Coparmex Sinaloa estima cerca de 25 mil empleos perdidos.
“Llegó un momento en el que me saturé y me sentí mal, me sentí inútil en ese sentido. Pensar cuantas semanas llevo así, y luego me cuestiono, no sé, si a lo mejor el problema soy yo”.
Entre las cosas que la imposibilidad de encontrar un trabajo le ha privado, lista el resolver su situación de estudios o adquirir el equipo de grabación para poder llevar a cabo sus proyectos artísticos personales que planeaba realizar este año.
Pese a lo desesperante de su situación personal, hace un inciso en su historia para expresar su sentir respecto a cómo percibe que otras personas se encuentran en incluso peor posición.
“No soy ni de lejos la única que se ha quedado sin trabajo. Que haya tanta gente como yo, o con mayores necesidades que yo, tipo padres de familia, o madres, o muchachos que viven solos, y con tan pocas ofertas de trabajo es mucho más difícil ser esa persona que escogen para un puesto”.
Encuentra que esta interrupción en su vida, aunado al estrés que vivir en constante estado de alerta le supone, ha significado un deterioro en su salud mental.
“Todos estamos preocupados todo el día con eso. Que chinga que todo el día tengas que estar preocupado de si hubo una balacera para donde está tu mamá, de si está en riesgo. Llegó un punto en que dejé de ver las noticias porque ya no aguantaba. Luego en noviembre empecé a tener sueños, pesadillas con militares. Todo el tiempo estás tenso, esperando lo peor, y eso no es una manera sana de vivir”.
Sobre los cambios que ha notado en la ciudad, Isabel dice ver un “ralentizamiento” en la vida. Es testigo de cómo las calles de la zona dónde vive, antes atareada todo el día, se quedan desiertas al atardecer.
Como joven, pero también como mujer, Isabel dice sentirse desprotegida y abandonada en todos los sentidos por parte de sus autoridades.
Para el periodo comprendido entre septiembre y el cierre de marzo, la Fiscalía General del Estado contabiliza 24 feminicidios, la mayor incidencia para un periodo de 6 meses desde 2021. En el mismo espacio de tiempo se han emitido por lo menos 144 fichas de búsqueda por mujeres, niñas y adolescentes desaparecidas por parte de las colectivas de buscadoras.
Es importante señalar que los feminicidios y las desapariciones de jóvenes, tanto hombres como mujeres, no son algo nuevo en Sinaloa. Desde antes del estallido de violencia más reciente, sus familias ya tapizaban el primer cuadro del centro de Culiacán con fotografías de sus seres queridos desaparecidos.
“Se supone que somos el futuro del país y les está valiendo madre lo que nos está pasando. Es un malísimo momento para ser joven en Culiacán, no sabes en qué momento te pueden llevar y nadie va a hacer nada. estamos quedando más expuestas. Genera muchísima impotencia saber que a la gente que debería de cuidarte, no le importas”.
Con todo, declara no sentir que sus condiciones actuales se vayan a prolongar perpetuamente ni que este periodo haya terminado por convertir en inalcanzables sus metas y planes. “Nada es para siempre”, dice convencida, en una demostración de la resiliencia con la que se aferra a no darse por vencida.
“Me motiva que a final de cuentas mi familia está unida y entre todos nos estamos apoyando también”.
Luego de varios meses de entrevistas infructíferas, el dos de abril Isabel consiguió trabajo como mesera: “Supongo que si me brinda cierta tranquilidad saber que ya no va a pasar otro mes en que se me atrasen mis planes sabes? Básicamente es eso, me siento tranquila de saber que ya puedo ser autosuficiente de nuevo” escribe. Lo primero que hará con su sueldo es reparar su computadora y pagar el recibo de luz de su casa.
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“ la seguridad de poder salir a la calle como antes, la paz mental, la confianza en que puedes ir y volver sin miedo”.
Sofía es una estudiante universitaria de 22 años. Vive con sus padres en una de las zonas más conflictivas de la ciudad, ubicada al este del centro urbano. A escasos pasos de su casa, está el Boulevard Agricultores, escenario de recurrentes persecuciones, enfrentamientos, asesinatos y “levantones” desde el 9 de septiembre de 2024.
En su colonia se ha vuelto común el vandalismo de viviendas, ataques a negocios y la sustracción de personas de sus domicilios por parte de miembros del crimen organizado. Incluso amigos de su familia, personas con las que ha convivido desde niña, han sido víctima de estas situaciones.
“Me salen las noticias de que se llevaron a tal persona y digo, bestia, es la calle por la que tengo que pasar todos los días, perfectamente podría ser yo. Es una sensación que si me quedo pensándola mucho tiempo sí me agarra como un malestar bien desagradable”.
Una de las cosas que más le pesa a Sofía, de entre las implicaciones de la crisis de seguridad, es la incapacidad de salir de noche. Cuenta que era muy común para ella el ir a comer o al karaoke con sus amigos o con sus hermanas, práctica que desapareció desde hace seis meses: “No puedes andar con libertad porque estás esperando a ver qué hora es para que no te pase nada malo por andar a altas horas de la noche afuera”.
El condicionamiento que comenta se ha vuelto tan poderoso en ella que, incluso, cuando se ha encontrado fuera del estado, no puede encontrar tranquilidad apenas se pone el sol.
“Nada más veía la hora, que se estaba oscureciendo, y aparecía ese sentimiento de que tenía que irme al hotel, de que tenía que irme a mi casa”.
Declara que su bienestar mental se ha visto trastocado, con efectos similares a los que tuvo la pandemia del 2020, aunque intensificados.
Por ejemplo, le ha aparecido una dificultad para conciliar el sueño. Con un caudal de información sobre hechos delictivos corriendo las 24 horas, le cuesta desconectarse de las redes por las noches. “Siento que me pierdo de demasiadas cosas cuando duermo, me da miedo no estar enterada de todo lo que pasa”, dice.
Sofía teme que, a raíz de la ola de violencia y la crisis económica que se ha intensificado en el estado, su futuro laboral se vea amenazado.
“Más que nosotros estamos al final de nuestra carrera, se nos va a complicar mucho al momento de salir a lo laboral. No vamos a tener oportunidad de nada porque todo se está acabando, los negocios están cerrando…”.
Su pesimismo sobre el futuro laboral de los jóvenes sinaloenses en edad formativa no dista mucho del pronóstico de la mayoría de voces dentro de la academia y sector privado.
Por ejemplo, Martha Reyes, presidenta de Coparmex Culiacán, quien se refiere al actual panorama de negocios en el estado como una “economía de supervivencia”.
La contracción económica, corroborada por datos oficiales del Producto Interno Bruto estatal; manifestada en la parálisis de las inversiones y pérdida de empleos, ha dejado en evidencia la debilidad del andamiaje sobre el que se ha construído la economía sinaloense, principalmente basada en la agroindustria y el comercio.
A esto se le suma que la política económica estatal ha fallado en proveer seguridad y certidumbre a los negocios, que siguen cerrando día con día. Incluso las organizaciones empresariales más grandes de la región se tambalean, y no pocas franquicias de empresas globales han cesado sus operaciones en la capital sinaloense en los últimos seis meses.
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“Pues toda mi vida, yo creo. Mi felicidad. Siento que me perdí a mí, o como era antes de todo esto”
En una pequeña comunidad rural al norte de Culiacán vive Karla, de 23 años, junto con sus padres y hermanos. Pese a estudiar y tener la mayor parte de sus amigos en la capital, puede contar con los dedos de las manos la cantidad de veces que ha salido del poblado desde septiembre de 2024, producto del miedo que ha calado profundamente en ella y en su familia luego de vivir de cerca múltiples hechos violentos.
Karla se encuentra cursando el penúltimo año de la carrera en negocios internacionales en una universidad privada de Culiacán, misma que puede permitirse gracias a una beca parcial otorgada por su excelencia académica.
Ante la situación de inseguridad, que ha venido manifestándose también en la actividad delictiva constante en las carreteras que llevan a la ciudad, su escuela ha mostrado flexibilidad con los estudiantes foráneos. Para proteger su seguridad, les permite tomar clases y realizar exámenes en línea. Al menos otras dos universidades privadas en Culiacán han emprendido medidas parecidas.
Esta posibilidad le ha permitido no interrumpir sus estudios, sin embargo, este estado de “cuarentena”, como ella nombra al resguardo autoimpuesto al que han entrado ella y su familia, ha pasado factura a su salud física y mental, rendimiento académico, vida social y la economía de su familia.
“Ese sentimiento de sentirte cansada aunque no hayas hecho nada, o casi nada, en todo el día, es de las peores sensaciones que te puedes imaginar. Luego no puedo pensar. La cabeza me duele cuando quiero concentrarme en cualquier cosita sin chiste. al encierro, sí, porque nunca me había pasado algo así antes”.
El tomar sus clases a distancia, así como las secuelas que el resguardo y el estrés le han impactado su ánimo y han provocado una baja en sus calificaciones. Hoy, ve con temor que no pueda mantener el promedio que la universidad le requiere para mantener su beca: “Si ya me dijeron en plan: «Ponte pilas o adiós beca». La mayoría de profes si están abiertos a ayudarte si les explicas lo que pasa, pero ni así”.
Perder dicho beneficio implicaría tener que dejar sus estudios, pues tanto ella como su familia carecen de los recursos para pagar la colegiatura completa. En el peor de los casos se perderían los casi tres años que ha invertido en cursar la carrera.
Karla comenta haber crecido sintiéndose orgullosa de siempre obtener buenos resultados en sus estudios. Además de la posibilidad de perder su beca, le provoca un sentimiento de derrota no estar lográndolo esta vez. “Me hace dudar si de verdad soy tan cabrona como toda mi vida me dijeron que lo era”, dice.
Su resguardo no es infundado. Relata haber presenciado de cerca manifestaciones de la crisis de violencia incluso dentro de su comunidad. Por lo remoto de la misma, muchos de estos hechos terminan sin conocerse en otras partes del estado. Como su principal temor, declara sentir “terror” por la posibilidad de que el camión en el que viaja sea detenido en la carretera, como sucedió en repetidas ocasiones durante las primeras semanas del conflicto, para ser prendido en fuego y utilizado para bloquear la carretera.
“Aquí en ha pasado cada cosa que allá afuera ustedes nunca se enteran. Los militares se han metido a casas a sacar muchachos, se los llevan al arroyo y ahí los golpean. Muchas casas se han quedado solas. Sabes que se va a poner “bueno” cuando entran las camionetas”.
Entre los episodios más dramáticos que le ha tocado vivir en medio de este periodo violento, está la ocasión en la que quedó atrapada junto con su hermano menor en la escuela preparatoria a la que él asiste, pues un operativo que se desarrollaba a escasas cuadras provocó que se desatara un fuerte enfrentamiento armado.
“Nomás miraba los helicópteros pasar por encima de mi cuando iba a recogerlo. Me acuerdo y parece como escena de película”.
De el acontecimiento, lo que más se le quedó grabado fueron las expresiones de pánico en los rostros de los compañeros de su hermano.
A modo de terapia, Karla ha adquirido el hábito de escribir poemas, afición que tenía desde pequeña pero nunca le había dedicado tanto tiempo como le hubiera gustado. Para este texto, comparte con el lector un fragmento de uno de ellos.
Esta noche de nuevo anhelo calma. Las lágrimas ruedan hasta mi cuello y mojan mi almohada.
Hoy no intento huir de ellas, sólo las dejo ser.
Le doy la vuelta para que no me incomode y respiro.
Me tallo los ojos para elevar una plegaria.
No logro distinguir si lo que tengo es nostalgia o esperanza, pero quiero que sea paz.
Mi espíritu ha estado herido y pido que no sangre más.
Como lo principal que la ha mantenido a flote, está el recordar que no sólo avanza por ella misma, sino para poder apoyar a su familia a aspirar a una mejor vida en el futuro.
“Saber que hay gente que tiene su esperanza puesta en mí, mi familia más que nada, que ha invertido dinero, su trabajo, para que yo pueda tener la oportunidad de hacer algo. Yo creo que eso es lo que no me deja derrumbarme”.
En la zona centro de Sinaloa, el ausentismo escolar se ha vuelto en un problema latente en todos los niveles educativos desde el 9 de septiembre de 2024. Ya sea porque las mismas instituciones suspenden clases o porque los padres deciden no enviar a sus hijos a la escuela, se mantiene un ausentismo de hasta 80% en cada aula, según información de Mexicanos Primero.
Se ha documentado, además, un aumento en la deserción sobre todo entre estudiantes universitarios, según han declarado miembros de la academia sin que existan estadísticas oficiales que midan ni corroboren el fenómeno.
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La crisis de violencia en Culiacán ha generado una realidad en la que vivir se vuelve más doloroso cada día. El derecho básico a la seguridad personal se ha convertido en una aspiración más bien lejana y abstracta. Volver a ver a tus seres queridos, o que ellos te vean a ti, es una moneda al aire.
Mientras la sangre sigue corriendo, los culichis continuamos aferrándonos a la posibilidad de que, algún día, la violencia deje de dictar nuestro presente y futuro.
Con todo, con cada historia dolorosa viene implícito un rastro de resistencia. No porque exista una certeza, ni mucho menos confianza, de que las cosas mejorarán pronto sino porque, como dijo Isabel: “nada es para siempre”.
Lejos de ser una afirmación ingenua o basada en fe, es una expresión de que la vida sigue pasando incluso en medio de la crisis, pese a lo doloroso que pueda resultar; especialmente para las generaciones cuya única forma de vida conocida es la violencia, que no sólo condiciona su presente sino que también fragmenta sus posibilidades de futuro, tal y como lo evidencian los tres relatos de esta historia.
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ZonaDocs: Escuela de Periodismo, 2da. Generación
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