Sobre la calle Antonio Rosales, entre la avenida Álvaro Obregón y Juan Carrasco, se ubica un pequeño local que alberga el negocio más antiguo de esa calle. Se trata de un lugar que, para muchos transeúntes, posiblemente ha pasado desapercibido por el ritmo vertiginoso de la vida moderna, pero lo que pocos saben es que ha logrado convertir en millonarios a más de una persona en Culiacán.
Es un expendio de la Lotería Nacional, uno de los pocos que aún existen; aunque esta sigue siendo una empresa del Estado mexicano, dedicada a organizar sorteos con premios en efectivo para el público.
La época dorada de esta institución ya pasó, protagonista de múltiples escenas del Cine de Oro y recordando que cualquier tiempo pasado fue mejor. Así lo recuerda Jesús Antonio Hirata Galindo, de 81 años, que desde hace 65 años se dedica a vender billetes —o cachitos— de la lotería en el mismo lugar.
Su negocio se ha vuelto de tanta tradición en la ciudad que hasta un hijo suyo, en la actualidad, ha continuado con este oficio. Aquí llegó un 4 de agosto de 1960; en entrevista para Espejo compartió algo de su historia familiar y empresarial.
Jesús Antonio Hirata es de ascendencia japonesa. Hirata se apellidaba su abuelo, que llegó de Japón en 1944, huyendo posiblemente de la Segunda Guerra Mundial. Desafortunadamente, este billetero solo lo vio una vez, pero decía su papá que se dedicaba a la medicina en Culiacán —fue el caso de algunos otros japoneses que llegaron por esos años a Sinaloa, como Okamura o Kuroda.
Al local donde despacha desde hace más de seis décadas llegó, cuenta, derivado de una disputa familiar. No es que en sus planes se haya propuesto vender cachitos de la Lotería Nacional como proyecto de vida, sino que fueron una serie de acontecimientos lo que lo orillaron a encontrar este sustento.
“Llegué por una circunstancia que no podría decirte, una circunstancia de que un hermano menor vendía cachitos y salió quebrado él. Entonces, estaba de gobernador Sánchez Celis, un gobernador pesado y nos querían quitar la casa. Entonces, yo les dije: no nos quiten la casa, yo voy y trabajo de eso. Y hasta que no quede a mano con ustedes… pero no nos quiten la casa. Fue el motivo por el que yo entré aquí”, comparte.
Hirata pagó su deuda y ayudó a su familia. Optó por continuar vendiendo billetes de la Lotería Nacional porque se dio cuenta de que era redituable; reitera que en esos años fue la mejor época para vender cachitos.
“Fue muy positiva, ya de ahí para acá empezaron los problemas de las devaluaciones del peso, influyó para que la Lotería cayera un poco. Pero los mejores años fueron hasta la década de los noventa”, comenta.
Aun así, destaca que —todavía lo recuerda a detalle— el 19 de octubre de 2014 un habitante de Culiacán ganó el Premio Mayor de la Lotería Nacional, convirtiéndose en millonario de la noche a la mañana.
“En este expendio ha habido 4 Premios Mayores en los 60 años que hemos vendido. El último fue el de 2014”, precisa. Jesús Antonio Hirata también ha sido testigo de las varias reconfiguraciones del primer cuadro de la ciudad. Justo donde está su local es parte de lo que fue el antiguo Hotel Silvia, uno de los mejores en la década de 1960. Hoy en día solo luce un viejo edificio amarillo de oficinas, abandonadas en su mayoría.
De igual modo, enfrente de su expendio, donde hoy es el Hotel Ramada, existía otra vieja estructura colonial que albergaba el viejo Hotel Rosales, recordada por los cronistas de la localidad por ser el escenario del asesinato de Alfonso Tirado, en 1944, un político de Mazatlán que buscaba ser gobernador del estado.
“A mí me tocó ver cómo tiraban el viejo hotel Rosales, y construyeran este nuevo edificio”, señala con el dedo mientras clientes suyos se disponen a rascar un cachito con una moneda.
Así se fueron cayendo, o derribando intencionalmente, varios de los edificios del viejo Culiacán. El señor Hirata ha sido testigo de este devenir y también parte, ya que en su juventud ejerció como pintor en varios de los edificios del centro.
Lamentablemente, en el presente la venta de billetes para los sorteos es muy irregular, y en su mayoría, sus clientes asiduos son adultos mayores. A pesar de esto, comenta que lo que más le gusta de su oficio es el trato con las personas, ya que hay conocidos que sí reconocen su labor.
“La venta es irregular, pero gracias a Dios que sobrevivimos a toda la problemática que estamos viviendo, pero ya no es igual. Gracias a Dios que sobrevivimos a los tiempos difíciles de hoy. Yo pienso seguir hasta donde muera China”, menciona.
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