Texto: Andi Sarmiento
Foto: Tomada del trailer oficial

CIUDAD DE MÉXICO. – La más reciente adaptación cinematográfica del cómic Superman, dirigida por el estadounidense James Gunn, plantea un discurso análogo a la situación política global actual. A pesar de tratarse de una historia ficticia, representa una narrativa nada alejada de nuestra realidad.

La trama habla sobre Superman, el ser extraterrestre que llegó a la Tierra tras la destrucción de su planeta, Krypton, enviado con el propósito de supervivencia y criado bajo un discurso de hacer algo para mejorar nuestra vida. Esto motiva al protagonista a utilizar sus habilidades sobrehumanas para defender sus ideales sobre el bien.

La historia muestra a Superman en conflicto con el gobierno estadounidense luego de intervenir en la invasión de un país de Oriente llamado Jarhanpur, el cual está siendo ocupado por Boravia, otro país de la región, con Estados Unidos como principal aliado. Pero su principal cómplice es Lex Luthor, un multimillonario empresario de Metrópolis con enorme influencia política y archienemigo de Superman, quien proporciona armas a Boravia, estableciendo contacto directo con su presidente para concretar la invasión y cumplir sus objetivos económicos y personales.

Al detener la intervención militar, Superman enfrenta una campaña mediática en su contra por representar un obstáculo para los intereses de los poderosos. Además, Luthor siente un odio personal hacia el superhéroe y dedica todos sus recursos a eliminarlo.

Así, se difunde un discurso de criminalización: acusan a Superman de entrometerse ilegalmente en un conflicto ajeno y atentar contra los principios de Boravia, por lo que debe ser condenado. Los esfuerzos por deslegitimarlo continúan, y, por primera vez, la gente comienza a volverse en su contra.

A lo largo de la cinta, Superman atraviesa un proceso de introspección debido al odio recibido y los desafíos que enfrenta. Con la ayuda de Lois Lane, se revela que el financiamiento de la ocupación no solo obedece a intereses económicos, sino también a una xenofobia convertida en política, sumado al interés por las materias primas del territorio.

También se observan las consecuencias de que un empresario acumule tanto poder adquisitivo y gubernamental. El peligro no proviene de una amenaza sobrenatural, sino de un multimillonario que busca control, viendo a los demás como inferiores y como objetos desechables en su camino al éxito.

Los cómics estadounidenses de superhéroes han sido parte de la cultura popular durante décadas y, aunque son ficticios, suelen incluir carga política, ya sea como propaganda nacionalista o crítica social.

En ese sentido, no es casual que una historia como esta llegue a la pantalla grande en el contexto global actual.

No hace falta ir al cine: basta con leer las noticias para entender que Jarhanpur y Boravia existen, pero se llaman Palestina e Israel. También tenemos a nuestro Lex Luthor, conocido como Elon Musk —aunque podría tener otros nombres—, pues, a diferencia de la película, en la realidad son múltiples los villanos: multimillonarios que se enriquecen explotando pueblos, controlando medios, espionaje y venta de armas, todos racistas, fascistas y ególatras.

Vemos, además, a una sociedad indiferente, influenciada por discursos que justifican la ocupación. Casi nadie indaga ni empatiza: condenan a Superman por intervenir, pero no al invasor. Las noticias son manipuladas por Luthor, y aunque la gente conoce algo de la situación, pocos actúan. Las redes sociales sirven como mecanismo de control, donde el odio y el linchamiento reemplazan el diálogo.

Todo esto refleja la decadencia actual: pérdida de valores, emociones y esperanza. Superman simboliza eso que busca preservar al defender un pueblo. Pero el personaje no es real.

No hay Superman que detenga el genocidio. A Palestina la liberará su gente, el pueblo organizado, junto al Sur Global que resiste al colonialismo. En el trailer, niños sostienen la bandera de Superman; en Palestina, agarran su propia bandera y no la soltarán, pese a la persistencia de los Estados sionistas.

Por eso, narrativas como esta cobran relevancia hoy. Es crucial que expresiones culturales aborden estos temas, sobre todo en producciones masivas, para difundir, debatir e involucrar a más personas en la lucha.

Sin embargo, no debe pasarse por alto que es una película hollywoodense. Hay que analizar no solo el mensaje, sino quién lo transmite y con qué fin. Nace de una industria que históricamente ha encubierto las violencias de EE.UU. y ha instrumentalizado movimientos sociales para lavar su imagen.

En el cine, pocas celebridades apoyan a Palestina sin repercusiones, mientras que las proisraelíes no enfrentan consecuencias. Entonces, ¿por qué permiten una historia tan directa ahora? ¿Qué intereses hay detrás?

Podemos recordar el documental ganador del Óscar No Other Land, que expone la brutalidad israelí, patrocinado por la misma entidad que lo premió. La atención se desvió hacia el triunfo, olvidando lo esencial. Incluso, tras ganar, el codirector palestino Hamdan Ballal fue secuestrado por colonos israelíes, liberado tras presión mediática y agresiones físicas, un hecho ignorado por la Academia y la industria.

Mi punto es: a Hollywood no le importa el genocidio a menos que pueda lucrar con él. Ya no puede callar del todo, pues la presión social la obliga a involucrarse, pero sigue siendo cómplice.

Superman es la película más taquillera de DC en años, y ni un dólar se donó para Palestina. El director niega que la trama refleje conflictos reales, pero el público reconoce el paralelismo con Gaza. Así, es fácil deslindarse: el filme genera ingresos apelando a la empatía, pero evita comprometerse con la causa que le da visibilidad.

Lo quieran o no, Superman abre puertas para discutir el tema y masifica el mensaje, lo cual es necesario. Pero hablar ya no basta: urge exigir un alto al fuego con acciones concretas.

Hoy, debemos consumir cultura con mirada crítica, priorizando las historias oprimidas. El arte no puede ser indiferente ante las atrocidades, ni mucho menos servir para perpetuarlas. Por más que intenten silenciar a Palestina, no lo lograrán: en el arte y la cultura, su voz siempre vivirá.