Texto y fotos por Aletse Torres / @aletse1799

En México, más de 116 mil personas están oficialmente registradas como desaparecidas, de acuerdo con el Registro Nacional de Personas Desaparecidas y No Localizadas (RNPDNO). Pero esa cifra, siempre cambiante y parcial, no alcanza a reflejar la magnitud del caminar incansable de las familias buscadoras, que todos los días se niegan a aceptar el silencio y la impunidad.

Frente a este contexto, para el colectivo Huellas de la Memoria la tarea fundamental ha sido mantener viva la memoria de las familias y de sus tesoros ausentes. Lo hacen a través de zapatos: huaraches, botas, tenis que alguna vez recorrieron la tierra junto a quienes hoy faltan y que ahora cargan, en sus suelas grabadas y gastadas, la huella de otra huella más profunda: la del amor de quienes buscan, la del reclamo de justicia, la de un país que no puede seguir caminando sin ellos. Cada par condensa memorias de esperanza y desconsuelo que nos interpelan.

La memoria está viva, y estos cientos de zapatos lo muestran con claridad. Cada suela lleva grabado un nombre, una fecha, un mensaje de amor escrito por madres, padres, hermanos, hijas o esposas que se niegan a olvidar. La verdad, en la mayoría de los casos, ya es conocida: las familias han brindado información y existen investigaciones que señalan responsabilidades. Lo que falta es justicia, esa justicia que estos zapatos reclaman al convertirse en un acto colectivo de resistencia frente al olvido.

El pasado 22 de agosto se inauguró en “La Fábrica”, en Guadalajara, la exposición Huellas de la Memoria, que antes había recorrido la Ciudad de México. Reúne más de 150 pares de zapatos transformados en testigos de la violencia y en portadores de la esperanza.

El proyecto cumple este año una década acompañando a familias que buscan a sus seres queridos. En ese tiempo, más de 300 pares de zapatos han sido confiados al colectivo y convertidos en piezas de memoria.

En esta edición, la muestra reúne 150 pares de calzado dispuestos de manera cronológica, y el recorrido inicia con los huaraches de doña Braulia, que desde 1969 busca a su esposo Epifanio, y culmina con el par de Fabiola Rayas, quien busca a su hermano menor Miguel Angel Sanchez, desaparecido el 1 de febrero de 2024 en Morelia.

En medio se levantan bloques de memoria como los zapatos de las madres y padres de los 43 normalistas de Ayotzinapa, desaparecidos el 27 de septiembre de 2014.

Los colores de cada suela también hablan: el verde simboliza a quienes siguen desaparecidos; el negro recuerda a las víctimas halladas sin vida; el rojo, a los familiares asesinados durante la búsqueda; y el naranja, el “amanecer” de quienes han regresado con vida.

Como señaló Florian Übere, director de la Fundación Heinrich Böll:

“cada zapato es un testimonio imborrable que combina pasado, presente y futuro. Nos recuerda que la desaparición no pertenece al pasado: es un fenómeno global que sigue marcando a miles de familias”.

La exposición no se limita a México. Entre los zapatos también aparecen pares de El Salvador, Guatemala y Túnez, recordando que la desaparición forzada es un crimen internacional.

Asimismo, la exposición incorporó una línea del tiempo que, de un lado, mostraba los principales actos de violencia que han marcado la historia reciente de México, y del otro, las acciones de memoria, verdad y resistencia impulsadas por familiares y colectivos. Ese contraste evidenciaba que, frente a la violencia sistemática, siempre han existido gestos de dignidad que se niegan a dejar que el silencio gane terreno.

En las paredes también estaba una galería fotográfica proveniente del archivo del colectivo, donde se documentan marcha y los rostros de los familiares junto con la ficha de búsqueda de su ser querido. Cada imagen era un recordatorio visual de que las huellas no solo se imprimen en los zapatos, sino también en la historia colectiva del país.

Memoria como denuncia

Durante la inauguración, diversas voces hicieron evidente que “Huellas de la Memoria” es, ante todo, un acto político. Alejandra Cartagena, integrante de Cladem y del Instituto de Derechos Humanos del ITESO —y también busca a su madre, Leticia Galarza Campos, a quien se le vio por última vez dentro de las instalaciones del Campo Militar No.1, ubicado en Naucalpan en el Estado de México, el 4 de enero de 1978—, señaló:

“Para nosotros, las huellas no son una obra de arte. Son un artefacto permanente de exigencia de memoria, verdad y justicia. Y también señalan a los perpetradores”.

El Colectivo Luz de Esperanza tomó la palabra para recordar que cada par de zapatos refleja un paso de dolor en las jornadas de búsqueda: en los montes, en los parajes, en las calles donde se pegan fichas:

“Nuestra obligación ha sido hacer el trabajo que corresponde al gobierno, porque al final es nuestro dolor y nuestra lucha. No vamos a dejar que la memoria de nuestros desaparecidos quede en el olvido”, expresaron.

Carlos Mercado, hermano de Francisco Mercado, alias “el Flaco”, desaparecido en 1977 por su militancia en la Liga Comunista 23 de Septiembre compartió que su madre murió sin saber de él. Y por lo mismo, la consigna de ‘Vivos se los llevaron, vivos los queremos’ resuena con más fuerza, por todas las familias que tienen más de 50 años caminando.

Ese eco de décadas de búsqueda se materializa en la exposición. Cada suela grabada, cada cartita escondida dentro de un zapato, enlaza el pasado con el presente. Como lo explicó Marina, integrante del colectivo:

“En México la memoria es un territorio en disputa. El Estado teme a la memoria porque evidencia su responsabilidad. Por eso intenta borrarla. Pero las familias la defienden y la siembran cada día en las calles, en las fichas, en los memoriales”.

Asimismo, la activista comentó que la decisión de traer la exposición a Guadalajara no fue casualidad. Jalisco es el estado con mayor número de desapariciones en el país, cuenta Aquí, las familias han convertido la Glorieta de los Desaparecidos en un espacio vivo de memoria, aunque constantemente es vandalizado o borrado por las autoridades.

Para las y los familiares buscadores, cada vez que el gobierno arranca una ficha o desmonta un memorial, vuelve a desaparecer a la persona:

“Es como una doble o triple desaparición”, denuncia Marina. Por eso, Huellas de la Memoria se instaló en esta ciudad: para visibilizar el epicentro del dolor y confrontar la normalización del crimen.

El colectivo fue contundente: no basta con la memoria si no se traduce en verdad y justicia, expresaron que las familias han hecho el trabajo que corresponde al Estado: salir a buscar en los montes, en los parajes, en las calles y en las fosas clandestinas.

“Nuestra obligación ha sido caminar donde el gobierno se niega a hacerlo. Hemos sido nosotras quienes pegamos fichas, quienes excavamos con las manos, quienes nombramos a los que ellos quieren borrar”, señalaron.

La exigencia fue clara: que las autoridades dejen de minimizar la crisis, que reconozcan su responsabilidad y actúen contra quienes han convertido la desaparición en un mecanismo sistemático.

“En Palacio de Gobierno, en presidencias municipales, en corporaciones policiacas, ahí están parte de los perpetradores. No vamos a callar mientras Jalisco sigue siendo el epicentro de la desaparición forzada en el país”, denunciaron.

La exposición permanecerá alrededor de tres semanas, pero en sus redes sociales “Huellas de la memoria” compartirá la fecha de cierre. Además de recorrer los pares ya grabados, las familias están invitadas a traer sus zapatos e historias para que pueda ser plasmada por el colectivo. Dentro de cada calzado se coloca una carta manuscrita dirigida a la persona desaparecida, en la que se relata qué significa caminar y buscar: “Cada huella es íntima y amorosa, pero también es un grito político contra el olvido”.

La invitación de ver la exposición está abierta a todas las personas, porque para ellxs en un país con más de 100 mil desaparecidos, la memoria no es sólo tarea de las familias, sino también una responsabilidad colectiva.

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Aquí el horario de las visitas guiadas: