Por Alejandra Partida Vital / @aleparvit (IG)

Del 22 al 24 de agosto, el Museo de la Paleontología fue sede del festival Fungshion, un encuentro entre micólogos y entusiastas del intrigante mundo de los hongos. El programa incluyó desde talleres de manualidades para niños hasta charlas impartidas por científicos, proyecciones de documentales y un bazar. La apuesta del evento fue tender puentes entre expertos, activistas y curiosos que quizás, por primera vez, se acercaron al universo fungi.

Uno de los ejes principales fue el micoturismo. En estos espacios se discute la regulación de esta práctica para evitar la sobreexplotación y la importancia de seguir métodos tradicionales de recolección, como tomar solo el fruto del hongo y dejar el micelio intacto para asegurar futuras cosechas. “Solo vamos a recolectar lo que vamos a comer, porque hay que preservar el bosque”, afirma Luis Villaseñor Ibarra, quien se describe a sí mismo como biólogo de profesión y etnomicólogo de pasión.

Luis se adentró por primera vez en la micología cultivando hongos caseros. Después, trabajó durante cuatro años en San Andrés Cohamita, en la Sierra Wixárica, donde colaboró con la comunidad en el desarrollo de técnicas para cultivar especies que antes solo recolectaban. También ha trabajado como guía de turistas interesados en las prácticas tradicionales de recolección y consumo de hongos.

Luis Villaseñor. Foto: Alejandra Partida

La importancia de un buen micólogo

Para Luis, “no hay micólogos expertos”. El que es micólogo, lo es y punto. Sin embargo, considera que hay actitudes que deben guiar su labor: valorar y remunerar debidamente el trabajo de los hongueros, y la habilidad de transmitir su conocimiento de forma profunda, así como ser conscientes de los riesgos de intoxicación por especies tóxicas. Ferias como Fungshion, explica, son espacios para formar a nuevos micólogos que puedan guiar a los aficionados. Como recomendación a esta feria y otras similares, propone incluir a más hongueros y miembros de comunidades indígenas, poseedores del conocimiento tradicional sobre los hongos.

Foto: Alejandra Partida

La carne del bosque

Para quienes se interesan en el cultivo casero, hubo charlas sobre distintos métodos: desde el uso de bolsas y cubetas para setas hasta troncos perforados para cultivar el carnoso hongo shiitake. “La proteína de las setas es de muy buena calidad; contienen todos los aminoácidos esenciales”, dijo el biólogo Saulo Mata García. Un kilo de hongos requiere 47 veces menos agua que un kilo de carne y, como la carne, son ricos en proteína. Por eso se les conoce como “la carne del bosque”. Saulo también destacó la importancia de aprovechar sustratos reciclados, como los residuos de la industria agavera en Jalisco, para hacer de este alimento (ya de por sí sustentable) aún más ecológico.

En México existen más de 400 especies de hongos comestibles silvestres. Sin embargo, en los supermercados solemos ver siempre las mismas variedades. En Fungshion, además de un espacio educativo, el público vivió una experiencia gastronómica: en el bazar instalado afuera del museo se podía encontrar una gran diversidad de hongos deshidratados para el deleite culinario.