Por Marcos Vizcarra y Alexandra Figueroa
María Piña es una de las cocineras del comedor comunitario del basurero municipal de Culiacán. Un sitio enorme donde hombres y mujeres pepenan materiales que venden por kilo. Desde hace poco más de un año trabaja ahí y habita en una casa en construcción en una colonia nueva que se ha levantado junto a las montañas de basura.
Quienes habitan el lugar no saben cómo llamarlo, están más concentrados en no ceder el espacio a quienes llegan buscando dónde vivir y trabajar. Le dicen “la colonia nueva”. Está junto a otra de nombre “Ampliación Bicentenario”, fundada por personas desplazadas de aquel conflicto que tuvo lugar entre 2006 y 2014, conocida como “ la guerra contra las drogas de Felipe Calderón”. Son personas que bajaron de las montañas, abandonando sus casas y los paisajes repletos de pinos, abetos y un cielo azul que podía tocarse cuando las nubes estaban bajas.
La historia de la Ampliación Bicentenario es el antecedente más próximo de la nueva fotografía que se ve junto a las faldas de la montaña de basura: son personas desplazadas. Una gran parte de ellas tienen alrededor de un año, incluso poco antes de que estallara la “guerra” entre los Chapitos y los Mayos.
María tiene 52 años, recuerda que el 23 de julio del 2024 fue asesinado un muchacho de su pueblo, El Mezcal, una de las comunidades que pertenecen a la sindicatura San José del Llano, Badiraguato. Pasaron tres días para que ese joven fuera velado. Para llegar a ese lugar se tiene que cruzar el río Humaya y seguir a pie y para esas fechas el afluente estaba crecido por las lluvias.
“No miramos a los matones ni supimos quién, nada, solo nos dio miedo. Así que salieron unos y luego otros, ya después vinimos nosotros. Ahorita el rancho no tiene ni un alma, ni una persona”, contó la mujer mientras daba cuenta del paisaje, su casa, su huerto y la vida de 30 años con su esposo.
“Ya no volvimos. Creo que ya nadie vuelve”.
Viajó con su esposo e hijos, unos primos y vecinos que habitaban aquel pueblo dedicado a la agricultura a través de un programa social de nombre “Sembrando Vida”. Ha sido el alivio de 2 mil personas en 84 comunidades de Badiraguato desde hace cinco años, antes de eso vivieron una crisis económica ante la caída de los precios de la marihuana y la amapola.
“Nosotros nos estábamos manteniendo con el apoyo Sembrando Vida. Hasta la fecha aún mi esposo lo tiene porque sus compañeros se quedaron allá en otro ranchito donde lo siguen reportando como desplazado, se lo están respetando hasta ahorita”, contó.
Los campesinos de la región atendieron los campos con los dos monocultivos desde antes de la prohibición en la década de 1960. Fue atractivo por los precios del mercado ilegal y la negociación con intermediarios como Don Lalo o la familia Quintero. Esos campos sobrevivieron a la Operación Cóndor en los setenta, que buscaba erradicar amapola y marihuana en la sierra.
En 2013 un kilo de opio valía 30 mil pesos, hoy apenas 4 mil; la marihuana cayó de 6 mil a 250 pesos.
“Ya no es negocio, sale más caro producirla que lo que se gana”, dijo un funcionario del programa Sembrando Vida que solicitó anonimato.
“Al principio no fue sencillo, había personas armadas cuidando los CAC (Comunidades de Aprendizaje Campesino) y hombres diciendo que respondían a uno u otro jefe, no a los capacitadores”, agregó.
El programa se convirtió en la forma de vida de miles de personas, quienes aprendieron a sembrar, reforestar y a crear productos con sus cosechas. Cambiaron los plantíos ilícitos por los lícitos, que a su vez les garantizaron un ingreso mensual por 6,500 pesos (325 dólares mensuales) y las ganancias de sus ventas sin tener que regresar dinero al gobierno.
Eso, sin embargo, no detuvo a los carteles, que mantuvieron la producción en laboratorios y se apropiaron de territorios para el trasiego de drogas y armas, usando los asesinatos y desapariciones como métodos principales.
“Violencia allá siempre hay, siempre se están peleando los grupos”, dijo el funcionario.
Tras el asesinato de aquel joven en el Mezcal, los sembradores acordaron cubrir a sus compañeros ante la Secretaría de Bienestar (de la que depende el programa) mientras estén desplazados.
“Es dinero para que estén al pendiente de la de nosotros y produzcan en el CAC, porque entre los 30 (sembradores) que habían tenían un vivero grande donde sembraban árboles frutales, maderables y hortalizas”, dijo María.
“Es acuerdo de ellos y los desplazados, nadie dice nada por eso. El ingeniero dijo que él no podía hacer nada, que no podía quitar el programa, pero que si todos estaban de acuerdo, ellos podían seguir teniéndolo, pero tienen que apoyar cada mes”.
Los carteles tomaron ese territorio colindante con Chihuahua como uno de los sitios en disputa. Están “los 22”, los “Salazar” y un poco más abajo los de “el Músico”, tres facciones distintas que se pelean casi a diario, sometiendo a los pueblos a la violencia más extrema.
“Sacaron a los hijos de el Chapo de ahí, sobre todo de San José del Llano, pero ahora se están peleando hasta tres carteles”, aseguró el funcionario de Sembrando Vida.
Un año después, decenas siguen desplazándose hacia el basurero municipal de Culiacán. María los ve llegar cada día desde el comedor comunitario donde trabaja, el cual pasó de atender 30 personas a más de 300, todas expulsadas por la guerra.
Comentarios
Antes de dejar un comentario pregúntate si beneficia a alguien y debes estar consciente en que al hacer uso de esta función te adíeles a nuestros términos y condiciones de uso.