Ciudad de México.- El olor a hierba quemada todavía se percibe en el aire y se cuela por las fosas nasales. Los restos de la explosión del 10 de septiembre siguen presentes, no sólo en las casas, los árboles o el pavimento, sino también en la atmósfera del lugar: citadina, impersonal y periférica. La avenida, normalmente concurrida, permanece en silencio.
En medio de estos puentes y estructuras de concreto que se alzan colosalmente a más de cuarenta metros de altura, entre algunas de las zonas pobres del Valle de México, se ha montado espontáneamente la imagen de la Virgen de Guadalupe y, a sus pies, un pequeño altar en honor a las más de cien personas afectadas por el volcamiento y explosión de una pipa de gas perteneciente a la empresa Silza.
Hasta ese lugar ha llegado Julio César, un hombre joven que no esconde su dolor; en sus manos porta una veladora. Mientras la enciende, cierra los ojos y susurra algunas palabras para sí. El fuego que acompaña la comida, los mensajes y las fotografías del altar tiene una dedicatoria especial: está dirigido a la memoria de Eduardo Noé García, antiguo profesor de matemáticas de secundaria, fallecido en el accidente ocurrido apenas dos días antes.
—Más que como un profesor lo recuerdo como un amigo. Yo no era un buen estudiante, pero el profe me ayudó mucho cuando iba en la secundaria. Gracias a sus consejos y enseñanzas pude seguir estudiando. Por esa razón estoy aquí.
Puente de la Concordia es insegura para peatones
Al igual que Julio César, otras personas se van acercando a cuentagotas. Llegar hasta el altar, a escasos metros de donde fue el accidente, no es sencillo, porque la zona no es transitable para los peatones: no existen puentes ni cruces seguros. Para lograrlo hay que librar las avenidas y los autos que no paran de circular. Varias de ellas no conocían a ninguna de las personas que resultaron heridas, pero la empatía no responde solamente a los lazos afectivos.
Gabriel Vargas vive a cuatro calles del lugar, en la colonia Lomas de Zaragoza, justo delante de la zona siniestrada. Él no conoce directamente a ninguno de los heridos, pero estaba muy cerca cuando todo ocurrió. Recuerda el estruendo de la explosión, el caos y el miedo que desató en su barrio. Él, como otros tantos vecinos, intentó poner su “granito de arena”, llevando agua, cubetas, cobijas, todo aquello que ayudara a sofocar el fuego.
—Ayudamos como pudimos y desde donde pudimos; cuando algo así ocurre, hay que solidarizarse. Somos mexicanos, somos humanos.
El Puente de la Concordia es parte de una obra millonaria inaugurada en 2007, durante los gobiernos del entonces gobernador del Estado de México, Enrique Peña Nieto, y el exjefe de Gobierno de la Ciudad de México, Marcelo Ebrard. El inmenso distribuidor automovilístico, de más de tres kilómetros de largo, se construyó pensando en aliviar la inmensa carga vial que esta frontera entre ambas demarcaciones desahoga a diario.
A pesar del alto flujo, la megaobra no cuenta con las señaléticas necesarias que adviertan a los conductores sobre la estrechez de las curvas o de los entronques por los que circulan. En el caso de la avenida donde la pipa se volcó, solo 5.90 metros en su punto más angosto separan los muros de contención, según las mediciones del personal de Ingeniería de Tránsito de la Ciudad de México, que aún trabaja en el lugar junto a algunas de las aseguradoras de la gasera implicada.
Vecinos intentan regresar a la normalidad
Aunque una aparente calma envuelve la zona del siniestro, muchos de los vecinos que presenciaron la explosión siguen procesando el impacto de ser testigos de un suceso así. El miedo y la constante sensación de alerta son apenas el inicio de un largo camino por el que deben atravesar las personas que presentan síntomas de estrés postraumático.
Alberto Gómez, que prepara tacos a tan solo 300 metros de la zona cero, no puede sacar de su mente muchas de las imágenes que presenció el miércoles pasado: en esos recuerdos aún hay gente que corre pidiendo auxilio y una inmensa nube de gas que se avecinaba al puesto donde trabaja.
—Fue horrible. Mis compañeros y yo pudimos salir del lugar, aunque la onda expansiva de calor nos alcanzó, no sufrimos ninguna quemadura. Ayer no vine a trabajar, pero hoy que volví miro hacia el lugar del accidente y veo la gran nube de gas viniendo hacia mí. Llevo dos noches sin poder dormir, pero tampoco puedo dejar de trabajar; por eso estoy aquí, no queda de otra.
Aunque las autoridades han iniciado peritajes y han hecho promesas de reparación, algunos vecinos insisten en que las deficiencias estructurales y la falta de señalización siguen siendo un riesgo latente en esta y otras zonas aledañas. La herida que dejó la tragedia no solo se mide en las pérdidas humanas y materiales, sino también en la desconfianza con la que ahora las personas deben volver a retomar sus vidas poco a poco.
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