Juan José Flores Herrera fue el único hijo de Manuela Herrera Caballero, una mujer disciplinada, muy trabajadora, administrada en sus finanzas y que cuidaba con ahínco su imagen personal; le gustaba comprarse ropa, zapatos y accesorios, teñirse el cabello, dejárselo corto y usar maquillaje, aunque sutil.
Cuando nació Juanjo se convirtió en la luz de sus ojos. Lo amaba a su manera, porque era conservadora, discreta y cautelosa para expresar sus sentimientos.
“Adoraba a su hijo, siempre estaba al pendiente de él, que tuviera sus alimentos, que se vistiera correctamente. Hubo un tiempo que a Juan José le dio por ponerse los pantalones aguados, flojos.
“Era su mayor vergüenza para ella, le decía que se veía mal, que eso era de delincuentes, de bajo barrio, no le gustaba, ella era así”, dice Socorro, su hermana, 13 años menor. Manuelita era la segunda de diez hermanos y Socorro la nueve.
Rafael, el esposo de Manuelita, era diez años mayor y murió en los 90, cuando Juanjo tenía ocho años.
Al enviudar, Manuelita decidió rentar su casa y acordó vivir con Socorro, que se había separado y que tenía dos hijas pequeñas, Diana y Sugey. “Coco” también alquiló su vivienda y ambas rentaron una casa más amplia sobre la calle Ciprés Pereyra, en la colonia Revolución, frente a la Cruz Roja de Gómez Palacio, Durango.
“¡Para qué estás batallando, hombre, vámonos a vivir juntas!, ya para que no me mandes al niño en el camión a la casa mientras trabajas”, le dijo Socorro a Manuelita.
Socorro es enfermera y en ese entonces trabajaba por turnos en la Secretaría de Salud y en el Seguro Social, mientras que Manuelita tenía una plaza de intendencia en la escuela primaria “Justo Sierra” del municipio de Lerdo.
Con ellas también se mudó Matilde, otra de sus hermanas, quien nunca se casó ni tuvo hijos propios, pero cuidó a Juanjo y a las niñas como si fueran suyos: los crió como hermanos.
Quedó al cuidado de sus sobrinos porque en aquel tiempo Matilde trabajaba en una fábrica de ropa que entró en huelga y que provocó su despido.
“Matilde era la alcahueta, la buena onda, la que te daba un buen consejo o te hacía el paro; para ella, sus hijos eran los nuestros”, recuerda Socorro.
Aunque no fue fácil, Manuelita pudo lograr un equilibrio entre su vida personal, laboral y el cuidado de su hijo, a quien protegía con devoción.
En su responsabilidad de crianza, llevaba a Juanjo y a su prima Sugey a partidos de basquetbol, obras de teatro y cursos de danza azteca y folklórica que se impartían en la Casa de la Cultura.
En una máquina de coser que tenían en casa, les confeccionaba coloridos vestuarios y les hacía reparaciones. Incluso llegó a acompañarlos a presentaciones en comunidades rurales de La Laguna y en estados como Puebla.
Cuando Juan José dejó la adolescencia, además de bailar decidió dar clases de danza folklórica e inscribirse en la Escuela de Técnicos en Radiología de la Comarca Lagunera, en la generación 2004-2007.
Después de 27 años de servicio, Manuelita tramitó su jubilación y pudo heredar la plaza a Juan José, pero en una escuela ubicada en el ejido 6 de Octubre. El joven aceptó, aunque su ilusión siempre fue tener una oportunidad profesional como técnico radiólogo.
Manuelita y su hermana Matilde decidieron emprender con una tienda de abarrotes situada entre las calles Ignacio de la Llave y Trujano de la zona centro, pero cuando empezó la ola de inseguridad en La Laguna, el negocio fue asaltado tres viernes seguidos, motivo por el cual no dudaron en cerrarlo y reubicarlo en su domicilio particular de la calle Ciprés Pereyra.
Ambas se turnaban en la tienda al igual que en la cocina. Los platillos fuertes de Manuelita eran las rajas con carne de cerdo y el salpicón; además de que se daba el tiempo para organizar los cumpleaños de Juan José en el jardín de la casa; él era dicharachero, juguetón y amiguero.
Cada año tampoco podía faltar una posada familiar previa a la Navidad. Manuelita era la organizadora y era muy buena para racionar la cena entre los invitados. Socorro no duda en decir que formó una gran familia con Manuelita y Matilde, aunque con personalidades tan diferentes.
“TE VOY A BUSCAR HASTA ENCONTRARTE”
El viernes 20 de enero de 2012, Juan José, que ya tenía 26 años de edad, le pidió dinero prestado a Manuelita para cargar el tanque de gasolina de un Dodge Stratus en color verde grisáceo que ambos habían comprado tiempo atrás para facilitar el traslado del joven hasta el ejido 6 de Octubre.
“Juan José, es que te acaban de pagar, ¿qué le haces el dinero?”, le dijo Manuelita.
“Pues es que se gasta, se me acabó, ¡préstame!, ¡préstame!, yo te pago”, respondió su hijo. Después de varios intentos, finalmente fue Matilde quien le dio 40 pesos para la gasolina.
Ese viernes, Juanjo se reuniría con un grupo de amigos que al día siguiente viajaría a Querétaro para una presentación de danza folklórica, partiendo del municipio de San Pedro, Coahuila, situado a poco más de 70 kilómetros de Gómez Palacio. El hijo de Manuelita no iría al viaje porque no tuvo permiso en la escuela donde trabajaba.
La mañana del sábado, Juan José y su novia Thania se trasladaron en el Dodge Status a San Pedro para despedir al grupo de danza, pero antes harían una parada en el municipio de Francisco I. Madero, también en Coahuila, para dejar a Leslie, una compañera que no era parte del grupo pero a la que habían decidido darle un “raite” hasta su casa.
Ese día, Manuelita se quedó en casa pintándose el cabello mientras Socorro estaba durmiendo porque una noche antes había hecho guardia en el trabajo.
Alrededor de la una de la tarde, los amigos de Juan José fueron a buscar a Manuelita para decirle que no encontraban a la pareja y que la familia de Thania había recibido una llamada telefónica en la que les pidieron un rescate de 300 mil pesos a cambio de la liberación de la joven.
La madre de Juanjo entró en shock; con ella los captores jamás se comunicaron para pedirle alguna suma de dinero como precio de liberación de su hijo. Junto a Sugey, su sobrina, se fueron de inmediato a casa de Thania para averiguar lo sucedido.
Socorro cuenta que la mamá de la joven pidió apoyo a la policía y que el entonces delegado en La Laguna, Fernando Olivas Jurado, le dijo que aprendieran a negociar con los secuestradores, quienes no volvieron a llamar.
Lo que supo Manuelita es que después de dejar a Leslie, alrededor de las 8:00 horas, Juan José se comunicó a través de su teléfono Nextel con sus amigos y les comentó que se le había ponchado una llanta. “Me ponché, hagan paro”, les dijo. Sus amistades fueron a buscarlos a pie de carretera pero no hubo rastro.
Ese mismo día, pero a las 7 de la tarde, Leslie se comunicó para decirles que el carro de Juanjo estaba cerca de su casa, por Gasoducto y Juárez en Francisco I. Madero.
Estaba abierto, sin tripulantes y en una zona peligrosa. 2011, un año antes, había sido particularmente violento en la zona metropolitana de La Laguna, con 995 homicidios, con base en estadísticas oficiales.
Ese 21 de enero de 2012, Manuelita comenzó un largo y tortuoso peregrinar. Fue a distintas dependencias a reportar la desaparición de Juan José pero nadie le orientaba, andaba de un lado a otro.
Al final, la denuncia la presentó en la delegación Laguna I de la Fiscalía de Coahuila y después acudieron a la Fiscalía General de la República (FGR, antes PGR).
“Me acuerdo que el licenciado Olivas personalmente nos dijo ‘no hagan olas, no platiquen mucho, esto se va a resolver, en cualquier momento van a aparecer los muchachos’”, narra Socorro.
“Nos amedrentaron un poquito porque nos dijeron que si ellos se habían ido en calidad de enamorados, de novios, de fugarse, iba a tener consecuencias y podíamos ir a la cárcel. Manuelita dijo que ni modo, que quería saber dónde estaba su hijo.
“Nos callaron la boca, nos detuvieron, yo le decía a Manuelita que teníamos que gritar, ir a las noticias pero nos decía que no hiciéramos olas, pero todo fue una mentira porque nunca tuvimos respuesta”.
La primera noche sin Juanjo en casa no se durmió. Nadie pudo. En absoluto silencio, su madre, sus tías y primas escuchaban el ruido de los automóviles y observaban la luz de los faros con la esperanza de que Juan José entrara por la puerta, pero no fue así.
Desapareció, desquebrajando el funcionamiento de la familia. Atrás se quedaron las actividades cotidianas y de recreación, y Manuelita y el resto de las mujeres con quienes compartía el techo, tuvieron que enfrentarse a una nueva realidad: aprender a respirar en medio del dolor, del miedo, de la rabia, de la incertidumbre y del descuido de necesidades tan básicas como comer y dormir.
Juan José se llevó la cordura, dice Coco, mientras retira el polvo de una fotografía que guarda de Manuelita, cuando celebró su jubilación tras cumplir con los años de servicio y edad en su centro de trabajo.
El domingo muy temprano, Manuelita, Socorro y la familia de Thania salieron a buscar el carro de Juan José al punto donde les dijeron que lo habían visto, sin embargo ya no estaba.
Lo último que averiguaron fue que una combi blanca había arrastrado el vehículo con rumbo desconocido.
Desde entonces, las hermanas Herrera Caballero acompañaban a Manuelita a buscar a Juan José, a pegar carteles con su fotografía y a revisar el caso en Francisco I. Madero, San Pedro y Saltillo, caracterizado por procesos de revictimización, indolencia de las autoridades y falta de pruebas sustanciales.
En 2012, año en que desapareció Juan José, se registraron 341 personas desaparecidas y no localizadas en el estado de Coahuila; 7 reportes (5 mujeres y 2 hombres) fueron de Francisco I. Madero, según datos oficiales del Registro Nacional de Personas Desaparecidas y Personas No Localizadas (RNPDNO).
En el caso de Juanjo, la FGR tiene como fecha de hechos y percato el 21 de enero de 2012 mientras que la Fiscalía de Coahuila, el 21 de febrero de 2012, es decir, hay un mes de diferencia.
Tiempo después de la desaparición de Juanjo, el 10 de octubre de 2014, falleció Matilde, por cáncer de colon.
Tenía 62 años de edad. Socorro dice que fue tanta la angustia de su hermana por no saber el paradero de su sobrino que descuidó su salud física.
En ese entonces, las hijas de Socorro se casaron y se fueron de la casa, por lo que ella se convirtió en el brazo derecho de Manuelita, que dedicó el resto de su vida a buscar a su hijo.
Dejó de preocuparse por su imagen personal y sus finanzas, le creció el cabello y se cubrió de canas, tenía dificultades para conciliar el sueño y estrés postraumático. Su único consuelo para no desfallecer fue la oración y Dios.
MANUELITA ENCUENTRA UNA LUZ EN GRUPO VIDA
Manuelita encontró una luz de esperanza en el Grupo Víctimas por sus Desaparecidos en Acción (VIDA), el colectivo que surgió en La Laguna durante los años más álgidos de violencia perpetrada por el crimen organizado y que fue fundado por Silvia Ortiz, madre de Silvia Stephanie Sánchez-Viesca Ortiz, desaparecida a sus 16 años el 5 de noviembre de 2004 en Torreón. Por la familia de Thania, Manuelita supo del grupo.
El 10 de enero de 2015, Grupo Vida anunció una búsqueda independiente en campo debido a la indolencia e incapacidad gubernamental.
Eran pasadas las 6 de la mañana del sábado 17 de ese mismo mes, cuando Manuelita y familiares de las víctimas de desaparición salieron a buscar por primera vez, cargados de palas, varillas, aparatos de radio para comunicarse entre ellos, banderines para marcar los puntos sospechosos y un silbato.
Manuelita quería mucho a Silvia y le admiraba su capacidad para grabarse datos duros y su facilidad para comunicarse.
La búsqueda en campo era extremadamente agotadora física y mentalmente, por lo que al ser una persona de la tercera edad y al tener dificultades para desplazarse, el colectivo acordó que Manuelita se quedaría en el vehículo, resguardando los alimentos. Había que probar bocado porque las diligencias se prolongaban hasta pasadas las 6 de la tarde.
“Rosita” Flores, como la conocen en el grupo, busca a Sergio Vázquez, su hijo. La última vez que lo vieron fue en la colonia Aviación de Torreón, cuando tenía 26 años, en 2010.
Conoció a Manuelita en las reuniones que hacían en la Vicaría Pastoral, con una herida compartida y el mismo pensamiento: encontrar a sus hijos antes del final de su vida.
“Platicábamos con Manuelita que nos dolería mucho irnos de este mundo sin saber de nuestros hijos, una siempre trae eso en la mente, queremos verdad y justicia”, dice. Rosita rememora que cuando iniciaron las búsquedas, familiares de las personas desaparecidas llevaban provisiones de alimentos y Manuelita era quien los administraba para que nadie se quedara sin comer.
“Manuelita era bien buena gente, bien linda persona, como no podía andar en campo, ella nos decía: ‘ustedes váyanse a caminar y yo aquí me quedo para calentarles la comida mientras regresan’.
“Se iban los de Fiscalía con nosotros y ahí se quedaba un elemento con ella, nos íbamos a buscar y cuando volvíamos ya estaba todo listo, juntaba toda la comida que llevábamos y ella la hacía rendir, fueran burritos, guisos, lo que sea. Era muy activa, y verla a ella nos daba el ánimo para seguir buscando”, comenta.
Una ocasión, llevaron comida pero olvidaron los sartenes. Óscar Sánchez-Viesca, el padre de Silvia Stephanie, quitó la tapa del carburador del vehículo en el que viajaban, lo lavó y, como simulaba un disco, ahí fue donde cocinó Manuelita.
El grupo también se enfrentaba a las inclemencias del tiempo y a la peligrosidad de los sitios que visitaban, despoblados, con maleza, fauna nociva e incluso con interferencias de radios de comunicación inalámbricos.
Además de las búsquedas en campo, Manuelita participó en marchas, hizo plantones en aniversarios de la desaparición de su hijo, y no descartaba la posibilidad de que hubiese sido llevado a otro lugar fuera de La Laguna, por lo que se trasladó a otros municipios de Coahuila y Durango y estados como Michoacán, Ciudad de México, Oaxaca y Guanajuato.
La madre buscadora recorrió zonas serranas, cárceles, centros de rehabilitación, servicios médicos forenses, panteones, hospitales y demás lugares donde pudiera encontrar una pista.
Todos los días estaba al pendiente de los noticieros y revisaba una y otra vez fotografías de personas fallecidas y osamentas no identificadas, registros y carpetas de investigación con cientos de hojas.
Según el relato de Socorro, “fuimos varias veces a México y no había nada, nos decían: ‘se está investigando, ¿ustedes qué saben?’, les decíamos lo que habíamos investigado nosotras por nuestra cuenta, pero hasta ahí”.
Manuelita decía que quería verlo, quería tener la seguridad y “la certeza de que era su hijo lo que le entregaran”.
PIERDE LUCHA CONTRA EL CÁNCER Y SE VA SIN ENCONTRAR A SU HIJO
En febrero de 2020, que coincidió con la pandemia por Covid-19, Manuelita salió del baño y le dijo a Socorro que tenía un bulto sospechoso en su seno, con piel de naranja. Acudió a revisión médica, le hicieron un ultrasonido y una biopsia que confirmó el diagnóstico de cáncer de mama.
Para Manuelita fue un duro golpe, porque su tratamiento implicó quimioterapias y una mastectomía, que le impidió acudir a las reuniones del colectivo y a las búsquedas en vida y en campo.
También tenía daños en la columna vertebral y le detectaron enfisema pulmonar, aunque no tenía antecedente de uso de tabaco.
Después de luchar contra el cáncer, que se diseminó a otros órganos del cuerpo, la madre buscadora murió a las 16:00 horas del 2 de marzo de 2023 en la Clínica Hospital del ISSSTE de Gómez Palacio, a los 73 años de edad. Antes de partir, le dijo a Socorro que siguiera buscando a Juan José y que no se separara de Silvia Ortiz.
La casa de Ciprés Pereyra le trae muchos recuerdos a Socorro, razón por la que decidió mudarse al centro de Gómez Palacio, pero sin olvidar la encomienda que le hizo su hermana.
“Se fue con una gran tristeza en su corazón, se fue sin encontrar a su hijo. Decía ‘No me cansaré de encontrarte’, y se cansó, Dios se la llevó”, dice Socorro.
ENCUENTRAN A THANIA, PERO JUAN JOSÉ SIGUE DESAPARECIDO
A 13 años de su desaparición, el pasado domingo 29 de junio de 2025, la familia de Thania Sánchez Aranda, la novia de Juan José, hizo una emotiva ceremonia en el Árbol de la Esperanza de la Alameda Zaragoza de Torreón para celebrar que la joven pasó del anonimato a su regreso a casa.
En 2017 se filtró información respecto a restos humanos localizados en el ejido Santa Elena del municipio de San Pedro. Concretamente, una pieza dental coincidió con el ADN de Thania.
En ese año, la familia de la joven demandó al laboratorio privado ADN México, de la empresa Central ADN S.A. de C.V., por la manera en que se vertió la información sin antes notificarles a ellos. Manuelita siempre decía que al conocer el paradero de Thania, sabría dónde estaba su hijo.
Luego del hallazgo en Santa Elena, Socorro dice que las autoridades les dijeron que requerían un ADN de una persona del sexo masculino por parte de la familia de Rafael, el padre de Juan José, para confrontarlo con perfiles genéticos de los restos.
Después de la muerte de Manuelita y por azares del destino, Socorro se encontró con Teresita, una compañera que resultó ser hija de un sobrino de Rafael. Le platicó la situación y le dijo que Juan José tenía un medio hermano.
Hablaron con él y aceptó tomarse la muestra, pero hasta la fecha no se han encontrado coincidencias con los indicios y Socorro sigue exigiendo verdad y justicia por Juan José, por Manuelita y porque dice que mientras haya impunidad, la historia de su sobrino se seguirá repitiendo en miles de familias.
“La conclusión que saca la Policía es que se poncharon en el lugar equivocado, pero Dios es justo y tengo la confianza de que algún día sabremos de él”, expresa.
DATOS DEL CRIH
Según el Programa en Materia de Desaparición de Personas para el Estado de Coahuila 2023-2029, publicado el 12 de noviembre de 2024 en el Periódico Oficial de esta entidad, el área de registro y control del Centro Regional de Identificación Humana (CRIH) reportó un total de 149 cuerpos.
Además de 436.639 kilogramos y 112 mil 554 piezas de restos óseos derivados de las puestas a disposición por parte de la FGE. El CRIH tenía bajo resguardo un total de 1,025 cuerpos, 26 huesos sueltos, 99 partes óseas y 173 lotes.
Este texto forma parte de la serie Huella de resistencia: historias de buscadoras que presentaremos en Heridas Abiertas cada catorcena.
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