Más allá del sensacionalismo que estos hechos traen implícito, debe reconocer la estrategia de seguridades en Sinaloa que el frecuente aseguramiento de artefactos explosivos durante los operativos de las fuerza pública, y la muerte de una persona en Mazatlán al ser atacada ayer por este tipo de dispositivos, aumentan el nivel de alerta en la prolongada jornada de violencia que cada vez más presenta sesgos hacia el terrorismo.

Se trata de un rasgo de la guerra entre grupos del narcotráfico que significa la parte del problema a atender debido a que delata la incursión en métodos de violencia no utilizados en anteriores conflictos en el Cártel de Sinaloa, siendo tambien el indicio que avisa de que las afectaciones a la población pacífica no dan señales de acabar pronto.

Los arsenales de que dispone la delincuencia organizada son enormes y aparentemente ilimitados, como lo expone el reciente decomiso de estos artefactos en los recientes enfrentamientos en la sindicatura de Culiacancito y el poblado de El Tamarindo, así como el uso de los mismos para asesinar a una persona en la colonia Jaripillo de Mazatlán.

Por la enorme capacidad de expandir terror y de asesinar de manera masiva, la detección y destrucción de dichos artilugios antes de que causen daños se coloca como prioridad del Ejercito, Marina, Guardia Nacional y Policía Estatal Preventiva, instalándose como otra emrgencia de la seguridad nacional.

Sinaloa está convertido en centro de experimentación de modos de delincuencia que prueban métodos de mayor atrocidad para someter al gobierno y secuestrar a los ciudananos en el horror. Los artefactos explosivos que irrumpen en el choque interno en el Cártel de Sinaloa requieren de que los gobiernos federal y estatal de igual manera redireccionen las acciones de combate al crimen frente a la posibilidad de mayor impacto violento sobre los pacíficos.