Culiacán, Sin.- ¿Cómo evitar que un niño termine atrapado por el crimen organizado? La pregunta no admite fórmulas mágicas, pero sí pistas claras. José Iván Velázquez Aréchiga, director general de SUMA Sociedad Unida I.A.P., sostiene que el punto de partida es entender las condiciones en las que crecen niñas, niños y adolescentes en Sinaloa: un entorno marcado por la violencia estructural, la narcocultura y la normalización del delito.

Un adolescente busca identidad, pertenencia y reconocimiento social. Cuando la comunidad no ofrece vías saludables para satisfacer esas necesidades, el narco las aprovecha”, explica.

La adolescencia es una etapa donde el cerebro aún no se desarrolla por completo. La toma de decisiones a largo plazo es limitada y las acciones suelen responder más a la presión social o al deseo de aceptación que a una reflexión sobre las consecuencias.  Velázquez Aréchiga explicó que es posible ver jóvenes que arriesgan su vida para impresionar a sus pares.

Arriesgan su vida para impresionar a sus pares, lo mismo subiendo a un árbol que disparando un arma”, el problema, agrega, no es solo individual, sino profundamente social “Cuando un niño crece en un ambiente de violencia familiar, con fácil acceso a drogas y con referentes de éxito ligados a la delincuencia, las posibilidades de que sea cooptado aumentan drásticamente”, advierte.

La otra cara de la narcocultura

Velázquez Aréchiga recuerda que muchos adolescentes consumen corridos tumbados, siguen a narcoinfluencers y miran la opulencia del crimen como si fuera un juego lejano. Pero la violencia que estalló en Sinaloa desde 2024 mostró con crudeza que ese estilo de vida no es glamoroso, sino mortal.

Hoy los jóvenes saben que la delincuencia cuesta vidas, calidad de vida y derechos básicos: desde el acceso a la educación hasta el simple derecho de salir a jugar a la calle”, subraya.

Este choque con la realidad, afirma, puede ser un punto de inflexión.

Si algo debemos aprender es que el Sinaloa de antes no volverá. Tenemos que construir nuevas condiciones de vida, y eso es responsabilidad de toda la sociedad: familias, escuelas, instituciones, empresas y gobiernos”.

En SUMA, el trabajo con adolescentes parte de reconocerlos como agentes de paz. Se trata de brindarles herramientas para que comprendan qué es la violencia, cómo desnormalizarla y, sobre todo, cómo ejercer sus derechos. El objetivo es empoderarlos y abrirles espacios de liderazgo.

Nos ha faltado escuchar a los jóvenes y darles opciones reales. Muchas veces los adultos actuamos desde la arrogancia de creer que sabemos todo, cuando en realidad las transformaciones sociales más importantes han surgido de la juventud”, sostiene.

Para SUMA, el modelo de intervención busca crear alternativas que satisfagan de manera positiva las tres necesidades clave: identidad, pertenencia y reconocimiento. Eso puede lograrse en la música, el deporte, el activismo comunitario o proyectos culturales, pero requiere el acompañamiento del entorno adulto y políticas públicas que lo hagan posible.

Los datos que incomodan

 

Un cuestionario aplicado en 2024 a internos del Centro de Internamiento para Adolescentes en Sinaloa arrojó hallazgos que desmontan mitos. La mayoría de los jóvenes involucrados en delitos no eran los llamados “ninis”; muchos estudiaban, trabajaban o hacían ambas cosas. El dinero fácil fue un motivador, pero también lo fueron la adrenalina, el poder y, sobre todo, el sentido de pertenencia que hallaron en los grupos criminales.

La presión de los amigos fue determinante. Por eso nosotros buscamos crear redes de jóvenes que se motiven entre sí hacia la paz, que contagien un ánimo de participación y construcción comunitaria”, apunta Velázquez.

El investigador sostiene que ningún niño está perdido de manera irreversible. Incluso quienes han transitado por el delito merecen segundas oportunidades. Pero para que esto ocurra, dice, es indispensable que los adultos asuman su papel.

No basta con darle a un hijo una tableta para que se entretenga. Hay que estar presentes, saber qué contenidos consume, generar conversaciones y ofrecer opciones sanas para que construya su identidad”.

Si muchos jóvenes han elegido la delincuencia es porque no hemos dado alternativas viables. La responsabilidad es de todos. Y el futuro de Sinaloa depende de qué tan dispuestos estemos a construir esas rutas que nuestros niños necesitan para sentirse parte de una comunidad pacífica”.

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