Por Marcela Del Muro y Marcos Vizcarra*

Iván tenía síndrome pos-COVID-19: había perdido el olfato tras la enfermedad y lo veía como una ventaja. No percibir la pólvora ni los vapores tóxicos le permitía «cocinar» fentanilo sin marearse. T enía 29 años, sabía lo básico de química y trabajaba como «cocinero» para un grupo criminal en Culiacán.

«Decía que mientras no lo oliera, no se iba a morir», cuenta uno de sus familiares.

Iván explicaba que cocinar fentanilo era sencillo: bastaba con combinar productos químicos según una receta anotada en una libreta y respetar las medidas, incluidas las del fuego y el tiempo de reposo en las ollas. Su cocina no era un laboratorio; solo tenía ollas a presión, guantes de látex desgastados y, a veces, lentes. No usaba mascarilla ni había ventilación. Sus jefes no iban a gastar dinero en seguridad: si él moría, lo reemplazarían.

El Gobierno mexicano insiste en que el fentanilo requiere laboratorios sofisticados, pero investigadores como Victoria Dittmar, de InSight Crime, señalan lo contrario: en Sinaloa hay cocineros que sintetizan fentanilo con procesos completos, usando precursores legales en la industria farmacéutica o química. Un químico consultado confirma que con esos insumos basta con tener equipo doméstico: ollas a presión, matraces y refrigerantes, que son fáciles de conseguir.

Se usan productos químicos que sirven para otros medicamentos, como fármacos contra el VIH, el Alzheimer, la leucemia, la esquizofrenia, así como para fragancias y plásticos.  Sin embargo, el proceso artesanal eleva el riesgo de la droga, ya que sin control de la pureza o las dosis, las sobredosis pueden ser fatales.

«Lo que está pasando ahora es que se importan pre-precursores para hacer precursores y a partir de eso hacer
fentanilo. Es como irse tres o cuatro pasos atrás desde el producto final», señala Dittmar.

 

Iván cocinaba fentanilo sin mayor cuidado ni protección, confiado en su incapacidad para oler lo que había a su alrededor. Llevaba trabajando dos años para dejar listas las mezclas, que luego otros hombres comprimían en pastillas.

El joven había creado una rutina para limpiarse. Cada vez que terminaba de trabajar, se quitaba la ropa, la metía en una bolsa de plástico y se daba un baño con agua caliente, casi hirviendo. Se pasaba un cepillo entre las uñas y se frotaba con jabón hasta sentirse limpio. Después, se iba a dormir y no se despertaba hasta pasados uno o dos días, excepto para ir al baño. Mientras dormía, su esposa lo cuidaba.

El 25 de abril de 2023 murió. Acababa de celebrar el cumpleaños de su hija y se fue a trabajar sin dormir. Al volver, estaba tan cansado que se fue a dormir con la misma ropa con la que cocinó el fentanilo. No se bañó y solo se lavó las manos, pensando que eso sería suficiente. Durante la madrugada, intentó levantarse para beber agua, pero al llegar a la cocina se desmayó.

Su esposa lo encontró tirado en el suelo y de inmediato llamó a sus jefes. No contestaron. Entonces, llamó al 911 y una operadora le dijo que esperara una ambulancia. Pasaron minutos que para ella fueron tan largos como para quitarle la vida.

«Duró media hora muerto», afirma un familiar.

 

Un paramédico le dio primeros auxilios, lo golpeó y trató de reanimarlo. Iván revivió 30 minutos después de caer al suelo y fue llevado al hospital. Duró internado una semana y sus órganos comenzaron a dañarse; el corazón y el hígado prácticamente hasta el final, pues fue conectado a unas máquinas e intentaron ayudarle con diálisis para limpiar la sangre. Su cuerpo no resistió. El hígado falló y se le declaró muerte cerebral. La Secretaría de Salud registró su muerte como falla multiorgánica, aunque los médicos sabían que los químicos lo habían destruido.

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*Este trabajo fue realizado forma parte del proyecto “Fentanilo no regulado en Norteamérica. Una perspectiva trilateral” de Global Initiative. Para consultar el contenido original, dar clic aquí.