Culiacán, Sin.- Cornelia habla despacio, como si todavía mirara el camino de terracería que la sacó de su casa en Los Laureles, Badiraguato. Dice que allá nació y allá vivió toda su vida, en un ranchito muy bonito. Allá tenía gallinas, perros, gatos, y una casa que dejó con las puertas cerradas. Pero esa calma se rompió una noche del 2021, cuando hombres armados llegaron hasta su puerta.
“Ahí no había problemas, todo era tranquilo. La gente trabajaba normal, todo era muy bonito. Vivía muy a gusto”, recuerda.
“Nos dijeron que querían que nos fuéramos. Les preguntamos que cómo, si no teníamos dinero ni nada, y nos respondieron: ‘A nosotros no nos importa, nomás váyanse. No los queremos ver aquí mañana.’”
Cornelia ya perdió la esperanza de regresar a su hogar.
Esa noche no durmieron. Antes de que amaneciera, Cornelia tomó una cobija, un cambio de ropa para cada uno y una maleta. Cerraron la puerta, como si fueran a volver. Pero no regresaron.
“Todo se quedó ahí: la casa, los animalitos… todo.”
El chofer del camión, que conocía a los hombres armados, los subió sin cobrarles. No traían nada. Desde entonces no ha podido regresar ni ver a su madre, que aún vive allá.
“Ellos fueron y sacaron a los que quisieron. Mi mamá se quedó. Extraño todo, oiga. Porque uno ya saliendo de su casa ya batalla con todo.”
Hoy Cornelia vive en Culiacán, en un terreno prestado por un amigo de su esposo, quien trabaja de electricista y “batalla” con los días sin empleo.
“Nos dijo que podíamos hacer una casita de lo que pudiéramos. Así vivimos, en una de cartón, por mientras y a ver qué pasa”, cuenta.
Han pasado casi cuatro años desde aquella madrugada. Cornelia todavía habla de su casa en tiempo presente, como si no se hubiera ido.
“Yo quisiera tener un lugar donde acomodarse uno a vivir, poder decir: aquí voy a estar. Quiero tranquilidad. Pero a como están las cosas, veo imposible volver. No se me hace justo, la verdad no. Esto es muy triste.”
Cornelia Mercado Bernal tiene 43 años. Viene de Los Laureles, Badiraguato. Y aunque ahora su hogar sea Culiacán, lo repite con la certeza de quien se aferra a su origen: “También somos de Los Laureles.”
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