Desde la sala de control del buque de investigación Falkor (too), Alvar Carranza observa las imágenes transmitidas por el ROV SuBastian, sumergido a más de 230 metros en aguas del mar uruguayo, cuando finalmente ve los arrecifes. En 2010, el biólogo marino y su equipo los habían detectado usando tecnología de mapeo, pero pasaron quince años hasta que pudo observarlos con sus propios ojos. “Hola, ¿qué tal? Tanto tiempo”, alcanzó a decir antes de romper en llanto, mientras desde Uruguay miles de personas seguían el emotivo momento a través de una transmisión en vivo.

A su lado, la oceanógrafa Leticia Burone, también conmovida hasta las lágrimas, agregó: “Era una duda que teníamos: si estas estructuras, si estos corales iban a estar vivos o no. Pues bien, ahora los tenemos en la pantalla”.

Desmophyllum pertusum, una especie de coral pétreo de crecimiento lento de aguas frías, y un pez trompetero (Notopogon sp.). La imagen se capturó a 203 metros de profundidad durante una inmersión con ROV en el borde exterior de la Plataforma Continental, cerca de la cabecera del cañón submarino de José Ignacio. El sitio se encuentra bajo la influencia de la corriente de Brasil, que transporta aguas tropicales y agua antártica intermedia reciclada. Foto: cortesía ROV SuBastian / Schmidt Ocean Institute

El hallazgo marcó un momento histórico para la ciencia marina en Uruguay. Durante 29 días de misión —culminada el 19 de septiembre de 2025— el equipo Uruguay Sub200, conformado por científicos uruguayos e internacionales y respaldado por el Schmidt Ocean Institute, logró confirmar algo inédito: los arrecifes de coral de aguas profundas frente a la costa uruguaya no solo existen, sino que están prosperando y floreciendo. Lo que encontraron superó todas las expectativas. Formados por Desmophyllum pertusum —un coral pétreo de aguas frías, de crecimiento lento y recientemente catalogado como vulnerable a la extinción— estos arrecifes se revelaron más grandes, más saludables y más llenos de vida de lo que nadie imaginaba.

Aquel arrecife que Alvar Carranza y Leticia Burone describieron en vivo para el público era uno de los complejos más grandes: cubre un área de 1.3 kilómetros cuadrados —el equivalente a más de 180 canchas de fútbol— y su montículo más alto alcanza los 40 metros de altura.

“Cuando comunicamos el hallazgo en 2010, no sabíamos si eran realmente arrecifes de coral o gigantescas rocas con coral encima”, explica Carranza, académico de la Universidad de la República y el Centro Universitario Regional del Este, a Mongabay Latam. “Sabíamos que había coral ahí, pero resultó que toda la estructura era arrecife: coral sobre coral, sobre coral. Desde que los encontramos, yo decía: ‘Tengo que volver para ver esto con un submarino, con cámara, con algo…’. Era una cosa pendiente. La reacción ya la vio todo el mundo: yo me emocioné hasta las lágrimas, literalmente, al ver que estaban vivos”.

Una posible nueva especie de coral bambú fue documentada a una profundidad de 2415 metros en la base del cañón submarino de Cabo Polonio, frente a la costa de Uruguay. Foto: cortesía ROV SuBastian / Schmidt Ocean Institute

Pero eso no fue todo. El equipo descubrió al menos 30 especies potencialmente nuevas para la ciencia —entre esponjas, caracoles y crustáceos— y documentó cientos de organismos jamás registrados en aguas uruguayas, como calamares de cristal, el enigmático pulpo dumbo y peces trípode.

“Yo trabajo con el fondo, con el sedimento, con su morfología y con lo que está dentro de él”, explica Burone, académica de la Universidad de la República. “Allí también vamos a estudiar la fauna —la microfauna, la meiofauna— que no se ve, pero está. Me parece que la cantidad de especies nuevas que puedan aparecer también abre otro mundo. Son trabajos muy minuciosos, que llevan tiempo y se hacen bajo lupa, con microscopio, pero aportan muchísimos datos para la biodiversidad”.

Una esponja (Haliclona sp), sobre un gran montículo de coral pétreo Desmophyllum pertusum, documentada a 269 metros de profundidad. Esta inmersión se realizó cerca de la cabecera del cañón submarino de Cabo Polonio. Foto: cortesía ROV SuBastian / Schmidt Ocean Institute

Lo mismo podría decirse de las muestras tomadas a lo largo de la expedición, agrega Carranza: “Las muestras de la columna de agua, del plancton y las muestras macro que obtenía el ROV con sus manitos y bracitos… en todo hay cosas nuevas para describir”.

Cada hallazgo ha sido como encajar piezas en un gran rompecabezas, explica el científico. “Tenés fragmentos de información, pero mínimos. Yo solía contar que los paleontólogos encuentran un diente fósil y, a partir de ese diente, reconstruyen cómo se vería el animal. Esto es como ver el dinosaurio completo: antes solo veíamos los dientes, pero ahora es como si un paleontólogo viajara al pasado, a Jurassic Park, y pudiera ver todo. Es, esencialmente, lo mismo.”

Se documentó la presencia de peces gallineta (Helicolenus dactylopterus), entre corales blandos (Heteropolypus sp.), a 246 metros de profundidad frente a la costa de Uruguay. La inmersión con el ROV se realizó en la cabecera del Cañón de Montevideo, en la ladera superior. Foto: cortesía ROV SuBastian / Schmidt Ocean Institute

Explorar lo desconocido

El objetivo de la expedición era ambicioso: recorrer muchos puntos en poco tiempo para abarcar la enorme variabilidad ecológica de la zona económica exclusiva de Uruguay. El equipo trabajó desde los 200 hasta los 4000 metros de profundidad, a lo largo de un eje norte-sur que incluyó seis cañones submarinos con biogeografías tan distintas como el ambiente subtropical y el subantártico. “Queríamos cubrir todos los gradientes ambientales del área”, explica Carranza.

La posibilidad de hacerlo fue única: “Encontrarnos con esta tecnología de punta fue increíble, porque en nuestro país no tenemos un equipo así a disposición. Creo que en muy pocas partes del mundo debe existir un equipo como este, un barco como este y un ROV como este”, sostiene el científico que lideró durante dos años la solicitud al Schmidt Ocean Institute para llevar a cabo la expedición.

El ROV SuBastian es lanzado desde el buque de investigación Falkor (too), frente a las costas de Uruguay, para explorar las profundidades del océano. Foto: cortesía Alex Ingle / Schmidt Ocean Institute

Los hallazgos no dejaban de sorprender al equipo. Uno de los más fascinantes fue la convivencia de especies subtropicales y templadas, favorecida por la confluencia de corrientes cálidas y frías frente a la costa uruguaya. Entre los habitantes registrados en estos arrecifes se encontraban peces colibrí, caracoles de hendidura, meros y tiburones.

Pero una escena aún más inesperada apareció en otro punto de la expedición: gusanos Lamellibrachia victori, que habitan en manantiales fríos ricos en metano, creciendo junto a corales de aguas profundas. Dos comunidades que sobreviven gracias a fuentes de energía totalmente distintas —una alimentada por microalimentos de la columna de agua, la otra por compuestos químicos del lecho marino— compartiendo, sin embargo, un mismo y sorprendente paisaje submarino.

Gusanos quimiosintéticos (Lamellibrachia victori) crecen junto a los montículos arrecifales. Si bien no es frecuente, estudios previos han demostrado que es una parte normal de la evolución de la comunidad. Foto: cortesía ROV SuBastian / Schmidt Ocean Institute

Uno de los momentos más conmovedores para Leticia Burone ocurrió en el cañón submarino Cabo Polonio, el más grande del país. Allí, pudo ver cómo las formas del fondo marino se convertían en el hogar de muchos organismos. Pero hubo una imagen que la marcó para siempre: “El pulpo bajó delante de la cámara, se dejó caer con las patitas abiertas —sus tentáculos—, y el tipo se paró ahí, como un modelo”, ríe la científica. “Parecía que nos miraba: nunca más se me va a borrar de la mente”. Para ella, fue un instante transformador: ver ese mundo vivo y en movimiento, ahí mismo, cambió por completo su forma de relacionarse con el océano.

Un pulpo se mueve entre corales de aguas profundas a 1612 metros, durante una inmersión del vehículo operado remotamente ROV SuBastian, cerca de la histórica estación oceanográfica 320 del HMS Challenger, donde se recolectaron las primeras muestras de coral del país, hace casi 150 años. Foto: cortesía ROV SuBastian / Schmidt Ocean Institute

Las imágenes que revelaron los secretos del fondo marino fueron posibles gracias al ROV SuBastian, un vehículo submarino no tripulado operado de forma remota por el equipo del Schmidt Ocean Institute. Capaz de descender hasta los 4500 metros, está equipado con cámaras de alta definición, luces potentes y brazos articulados para recolectar muestras del lecho marino. Pero maniobrar un robot así en las profundidades no está exento de riesgos.

“En una ocasión, a 3000 metros, el submarino se enganchó con un cable de pesca”, recuerda Carranza. “Además tiene seis kilómetros de fibra óptica entre él y el barco, y los pilotos maniobraron durante 40 minutos para liberarlo. Hubiera sido catastrófico. No volaba una mosca en la sala de control: era un quirófano”.

La científica Leticia Burone, de la Universidad de la República de Uruguay, e investigadores observan imágenes del fondo marino transmitidas en vivo en la Sala de Control del buque Falkor (too). Foto: cortesía Alex Ingle / Schmidt Ocean Institute

Burone cuenta que también enfrentaron inmersiones abortadas por corrientes tan fuertes que arrastraban al vehículo. “La velocidad era tan alta y el sedimento tan inconsolidado que no podíamos ver nada. Eso se transforma en un peligro para la herramienta y para los pilotos. Pero al contrario, cualquier cosita era solucionada de forma tan ágil, que te quedabas impresionadísimo”, explica la científica.

El equipo de investigación exploró el naufragio del ROU Uruguay bajo el agua. Foto: cortesía ROV SuBastian / Schmidt Ocean Institute

Esta tecnología también les permitió lograr otro hito: la expedición fue la primera en explorar los restos del ROU Uruguay, un destructor clase cañonera que originalmente sirvió como el USS Baron durante la Segunda Guerra Mundial. Estados Unidos lo transfirió a Uruguay en 1952, y fue utilizado durante décadas como patrullero y buque escuela, hasta que en 1995 fue hundido en un ejercicio naval. Hoy, tres décadas más tarde, ese mismo naufragio se ha transformado en un sorprendente hábitat arrecifal. El equipo dedicó un día entero a estudiarlo, recopilando datos para entender cómo ha cambiado la estructura con el paso del tiempo y evaluar la posible presencia de contaminantes.

“Para la arqueología submarina uruguaya es un hito porque es la primera vez que se visita un naufragio a 1000 metros de profundidad y aprendimos muchísimas cosas”, agrega Carranza. “Por ejemplo, que en 30 años el destructor pasó de ser un casco desnudo al momento del hundimiento, a un arrecife con fecha de nacimiento. Eso sugiere que si uno deja quietito algo en el fondo marino, con suficiente tiempo, la naturaleza lo recobra, mostrando que hay potencial de restauración o de regeneración de los sistemas marinos”.

El equipo de investigación exploró el naufragio del ROU Uruguay bajo el agua. Foto: cortesía ROV SuBastian / Schmidt Ocean Institute

La visita al naufragio del ROU Uruguay tuvo una carga emocional inesperada. En la tripulación científica participaron dos arqueólogos marítimos que entraron en contacto con extripulantes del buque para entrevistarlos. Sin embargo, al ver las imágenes del barco en el fondo del mar, comenzaron a compartir historias, datos y anécdotas que enriquecieron aún más la exploración. “Creo que todos lloramos ahí; no se salvó nadie porque fue muy emocionante”, recuerda Burone. “Estar en un ambiente tan alejado de la costa y poder llevar esa información, es una forma también de que la gente se adueñe de ese patrimonio cultural”, agrega la científica.

El barco utilizado originalmente durante la Segunda Guerra Mundial fue donado por Estados Unidos a Uruguay en 1952 y hundido en 1995 como ejercicio naval. Foto: cortesía ROV SuBastian / Schmidt Ocean Institute

El componente humano estuvo presente en cada momento de la expedición y marcó profundamente a quienes participaron, agrega Burone. Durante la campaña, un hecho conmovió profundamente al equipo: falleció la madre de Alvar Carranza. “Nos desmoronamos de alguna forma”, recuerda la científica. La respuesta fue unánime: respeto, contención y una red de apoyo en medio del océano.

“Alvar es una persona muy querida y eso quedó claro. Todos intentamos sostenerlo y él tuvo la fuerza de continuar”, agrega Burone. Fue un mes intenso, no solo por los hallazgos científicos, sino por lo vivido a nivel emocional. “Uno sube de una forma y baja de otra”, dice. Ese tránsito compartido terminó por consolidar los lazos entre el equipo científico y la tripulación del Falkor (too), que no solo demostró excelencia técnica, sino una calidad humana que atravesó toda la campaña, afirma la especialista.

El jefe científico Alvar Carranza, de la Universidad de la República, junto a miembros del equipo, narra en vivo imágenes de las profundidades marinas transmitidas para el público de Uruguay y del mundo. Las tomas fueron captadas por el ROV SuBastian, operado de forma remota por pilotos desde el buque. Foto: cortesía Alex Ingle / Schmidt Ocean Institute

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Lo vivido a bordo del Falkor (too) traspasó las paredes del buque. A través de las transmisiones en vivo, miles de personas siguieron la expedición desde sus pantallas, presenciando en tiempo real lo que muy pocos humanos han podido ver.

Para el equipo fue un desafío enorme, pero también una satisfacción profunda. No solo cumplieron sus objetivos científicos, sino que lograron algo igual de valioso: acercar la oceanografía a la sociedad. “Uno de nuestros principales propósitos era democratizar la ciencia”, afirma Leticia Burone. Y lo lograron.

Un tiburón gato de aguas profundas (Scyliorhinus haeckelii) fue documentado a 198 metros en el borde exterior de la plataforma continental, cerca de la cabecera del cañón submarino La Paloma. El sitio está influenciado por la Corriente de Brasil, que transporta aguas tropicales y centrales del Atlántico Sur. Foto: cortesía ROV SuBastian / Schmidt Ocean Institute

Durante los streamings, el público enviaba preguntas, escuelas compartían dibujos, liceos mandaban tareas inspiradas en la campaña. “Cosas divinas como: ‘Imagínense que ustedes son los científicos a bordo del Falkor’”, cuenta Burone con emoción. Al regresar al continente, los especialistas trajeron no solo datos y muestras, sino algo más grande: un hito colectivo, un antes y un después para el país. “Crecimos todos”, resume la investigadora.

La científica Jessica Risaro, del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas, Museo Argentino de Ciencias Naturales, toma submuestras de una estrella de mar para análisis de ADN en el laboratorio principal del buque de investigación Falkor (too), frente a la costa de Uruguay. Foto: cortesía Alex Ingle / Schmidt Ocean Institute

Los datos recolectados durante la expedición orientarán la forma en que Uruguay gestionará y protegerá sus recursos marinos, explica Carranza. La gran ventaja es que las propias autoridades ambientales estuvieron embarcadas en la expedición y fueron parte del equipo, así que tienen la información de primera mano.

“También tenemos material para décadas o generaciones de investigadores. Tan solo para el análisis de video, tenemos más de 200 horas de grabaciones de alta definición: con cada video, sale más de una tesis. Es básicamente inconmensurable la cantidad de cosas que se pueden hacer con esto”, agrega Carranza.

Estrellas y corales encontrados a una profundidad de 278 metros. Foto: cortesía ROV SuBastian / Schmidt Ocean Institute

Por ahora, la información se continuará compartiendo por todas las vías posibles en el corto y mediano plazo: exposiciones en museos, creación de libros, documentales, material didáctico y espectáculos artísticos, entre otros, enlistan los científicos. Estos productos irán surgiendo a medida que se procese la información recopilada.

“Los más veteranos siempre lo repetimos: somos de la generación de Jacques Cousteau y fuimos influenciados por lo que nos mostraba”, concluye Burone. “Para mí era el poeta azul, por sus frases profundas que resumen que uno no puede proteger lo que no conoce. Ojalá, y creo que así será, este trabajo inspire a la juventud de hoy, tal como él nos inspiró a nosotros.”

Calamar del género Gonatus observado a 1462 metros de profundidad. Foto: cortesía ROV SuBastian / Schmidt Ocean Institute

Imagen principal: un pulpo se mueve entre corales de aguas profundas a 1612 metros, durante una inmersión del vehículo operado remotamente ROV SuBastian, cerca de la histórica estación oceanográfica 320 del HMS Challenger, donde se recolectaron las primeras muestras de coral del país hace casi 150 años. Foto: cortesía ROV SuBastian / Schmidt Ocean Institute