Poza Rica, Veracruz.- Mientras empujan lodo con jaladores improvisados y levantan los enormes escombros de sus casas sin apoyo de maquinaria, vecinos damnificados por el desbordamiento del Río Cazones lamentan que Poza Rica, la ciudad que alguna vez movió la economía petrolera del país, hoy, en uno de sus peores momentos, fue abandonada por su gobierno.
La única explicación que les viene a la mente es que, tras la disminución de inversiones federales a Petróleos Mexicanos, entre 2015 y 2018, “empezó el descuido, empezaron a faltar luminarias, las calles se llenaron de basura, baches” y hoy no hay manos, ni voluntad institucionales, que apoyen a la recuperación del pueblo, dice Santiago Martínez, sobreviviente al golpe de agua.
“Antes, cuando algo pasaba, llegaban los camiones de Pemex, el Ejército, la Marina. Hoy no hay nadie. Nos dejaron solos. No hubo perifoneo para avisarnos que había que salir. Fue un trabajador, que se saltó las órdenes de su jefe, el que encendió la alarma que nos avisó de salir y de no ser así se contaría otra historia con más muertos”, reclama Martínez, exjefe de recursos humanos de la empresa estatal.
Foto: Alelhí Salgado
Todo está lleno de lodo
A unos metros de él, en la calle Ignacio Allende, unos niños esperan sobre la banqueta, sentados en un colchón lleno de tierra, tapados con plásticos, mientras adultos jalan muebles hinchados por el agua y palean lodo fuera de sus casas.
El olor agrio de animales muertos, alimentos perecederos de los refrigeradores que quedaron inservibles y de combustible, los acompaña mientras desayunan una torta, tacos o atole, que voluntarios les trajeron para hacer amena la jornada de trabajo de limpieza.
La imagen se repite en las colonias Morelos, Palma Sola, Floresta, Las Granjas, Las Gaviotas, México y todas las cercanas al Río Cazones o sus brazos, donde el gobierno local estima afectaciones del 40%, que a decir de los habitantes, no es una cifra real pues hay colonias completas que, a cinco días de la inundación, siguen anegadas.
“Cuando sonó la alarma, el agua ya estaba detrás de mi casa”, dice Leticia Carpio Ramírez, vecina de la colonia Morelos.
Foto: Alelhí Salgado
La mujer de la tercera edad renta habitaciones para estudiantes en su hogar. Esa madrugada, dos jóvenes universitarias que viven en sus cuartos quedaron atrapadas en la planta alta y sólo pudieron salvarse al brincar hacia la azotea de mayor altura de una escuela vecina.
“Si nos hubieran avisado una hora antes, mucha gente estaría viva. (…) Yo regresé un día después. Atrás de la casa había perros esponjados por el agua y, en la calle de la vuelta, levantaron a tres muchachos que se murieron porque no escucharon la alarma.
“Estamos lavando las paredes antes de que el lodo se haga costra. Con rastrillos sacamos el lodo. Tuvimos que arrastrar los muebles para la calle porque se le puede hacer polilla con la humedad, como el refrigerador, que ya se está mosqueando. Cualquier ayuda que pudieran dar o mandar es buena, todo aceptamos con el corazón porque no hay nada”, platica.
Foto: Alelhí Salgado
Saqueos por doquier
Algunas casas están encadenadas para evitar robos, porque hay actos de rapiña dentro de las colonias para llevarse lo poco que queda. En otras, hay grupos de entre 6 y 8 personas, conformados por familia, amigos o vecinos, cuyas manos, piernas y torsos están bañados de lodo y sudor por el esfuerzo puesto en limpiar el agua estancada.
Una cuadra adelante, José Rangel descansa dentro de su camioneta. Lleva cuatro noches sin dormir, cuidando su casa y las de sus vecinos ante los saqueos.
“En mi desesperación me atreví a preguntarle a un militar por qué no hay vigilancia y con honestidad me respondió: ‘nos piden que estemos 15 minutos en cada colonia porque hay muchos afectados’. No hay limpieza, no hay seguridad, no hay máquinas”, reprocha.
Foto: Alelhí Salgado
La mañana del 10 de octubre, la esposa de José Rangel estaba durmiendo cuando empezó el arrastre de muebles, autos y árboles por la corriente del Río Cazones, y fue por el contacto con el agua y el ruido generado que se dio cuenta de la magnitud del desastre.
Subió las escaleras de su casa corriendo. En la segunda planta abrazó a su perra y juntas treparon por una escalera de pared al tercer piso, pese a la altura, el agua le llegó hasta el cuello, pero pudo sobrevivir al brincarse al cuarto piso de la casa de su vecino.
Los automóviles atorados en postes de luz, los enormes árboles caídos, el musgo del río en los techos de las casas y las marcas de agua comprueban que las narraciones de los vecinos, muchas similares, son verdad.
A los recuerdos de la tragedia, el trabajo de limpieza, la falta de comida, luz, agua potable y la falta de atención médica, los pozarricenses suman otra preocupación: hay gotas iridiscentes en el agua, manchas negras en sus techos y olor a gasolina en el aire, es decir, la corriente también arrastró lo que parece ser aceite de crudo de petróleo.
“Nos arde la garganta, nos duele la cabeza y nadie ha venido a decirnos si el agua está contaminada”, cuenta Javier Garduño, vecino de la colonia Palma Sola.
Foto: Alelhí Salgado
La ayuda llegó tarde
Los retratos de su boda y de la infancia de sus hijos tienen manchas de chapopote, asimismo, su ropa, trastes y lo que quedó de su casa, de la que, a unos cuantos metros, se encuentra una máquina vieja de extracción de petróleo.
En calles de esta colonia, el Grupo Rescate Internacional Topos cortó varios árboles y retiró láminas que estaban salpicados por el chapopote, esto como método preventivo para evitar intoxicaciones o un posible incendio pues la fuerza del agua rompió cables de luz que de pronto chispean.
Además de la solicitud de limpiar las calles, prestar herramientas para facilitar las labores de remoción de escombros, vacunas para evitar el tétanos, atención médica, retiro de cadáveres de animales y basura, los habitantes damnificados solicitan con urgencia a Pemex revisar una posible fuga o ruptura de ductos que haya provocado la contaminación.
La ayuda institucional, acusan, tardó casi una semana. A cuatro días del desastre, las brigadas comenzaron a llegar, sin herramientas suficientes y con miedo a ensuciarse. La presidenta municipal “llegó en una camioneta alta, con sus tenis blancos, nada más a ver, no nos ayudó, solo vino a hacerse fotos para su publicidad”, recuerda Santiago Martínez.
Lo que se ha avanzado fue gracias a manos solidarias que llegan desde otros municipios e incluso influencers como Yulai, a quien los pozarricenses mencionan por su trabajo intenso en apoyo a limpieza y entrega de alimentos o productos de aseo personal.
Incluso, entre vecinos convirtieron al bulevar Adolfo Ruiz Cortines en un corredor solidario donde intercambian comida, ropa e insumos. “No hay mala ayuda, ni que no alcance, así sea un vasito de atole de maicena o una torta de chicharrón, nos damos la mano entre vecinos”, asegura Magdalena Martínez, vecina de la colonia Las Gaviotas.
Foto: Alelhí Salgado
A una semana del desbordamiento, los pozarricenses exigen ayuda. No quieren placebos, ni abrazos, sino soluciones, para lo que preparan una demanda colectiva al denunciar que, pese a la magnitud del desastre, la atención llegó tarde y sin coordinación.
En las colonias más afectadas aún hay calles cubiertas de lodo, con anegaciones de hasta medio metro de altura, basura, manchas de crudo y cadáveres de animales cubiertos con cal, que en seis días los vecinos no han terminado de limpiar porque no se dan abasto.
“Cuando Pemex tenía fuerza o no sufría el rencor del gobierno, Poza Rica era una ciudad respetada, que les dio mucho. Hoy eso es un recuerdo. Nosotros somos quienes nos ensuciamos las manos”, dice Santiago Martínez.
Foto: Alelhí Salgado
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