En Mazatlán, una ciudad que se presume alegre hacia afuera, pero que también sabe del mar que se agita hacia adentro, nació un cortometraje íntimo y punzante sobre lo que casi nadie quiere mirar de frente: el fin del primer amor.
A nadie le gusta perder, título en español del corto Fragments of a lost, es ópera prima de la cineasta mazatleca Michell Olivarría. Tiene una duración de 7 minutos con 23 segundos. Se filmó en 2024 y se presenta como un acto cultural que asume que amar es para valientes: no por el enamoramiento sino por sobrevivir al derrumbe.
La historia se desarrolla en un consultorio terapéutico. Mariana, interpretada por la actriz mazatleca Dulce Guzmán, acude a terapia para enfrentar el final de su primera relación. Habla. Llora. Evoca. Lo intenta. Pero el giro narrativo la aplasta: Julio, su expareja, presente todo el tiempo, revela que el duelo no solo parte de aceptar el adiós, sino de verlo encarnado frente a ti. Sanar, parece decir el filme, no es un proceso romántico: es la guerra interna entre nombrar el dolor o seguir cargándolo.
El cine independiente del noroeste de México como trinchera sensible
El corto se filmó con producción local. Dirige Michell Olivarría; produce ella y Miguel Olivarría. La fotografía está a cargo de José María Zea. El elenco lo completan Miguel Ordaz y Abraham Medina. Ordaz no solamente actúa, es psicoterapeuta en la vida real. Medina es músico y compositor. Y ese detalle importa.
Sinaloa produce cine, pero sobre todo produce narrativas sensibles desde disciplinas cruzadas como la música, el teatro, artes visuales y performance.
La directora comenzó su camino en ballet, luego fotografía, luego moda y, con los años, escritura de guiones. Su primer ensayo audiovisual fue un fashion film (“Punk is not dead”). Ahora, su primer corto de ficción emerge no como un ejercicio técnico, sino como un proceso emocional convertido en lenguaje cinematográfico.
Un guion nacido de una crisis real
Michell cuenta que un día la tristeza era demasiado y se decidió a escribir. Su psicólogo le dijo: “haz un guion”. Y lo hizo. Luego lo convirtió en ensayos, lecturas, moodboards. Para Michell el cine es como un refugio para no quebrarse.
Ese origen que podría parecer anecdótico es, en realidad, la materialización de algo poderoso: el cine como estrategia de supervivencia emocional. Porque en un estado donde lo duro suele ocupar la agenda pública, como la violencia, la desigualdad y el crimen, los afectos también son territorio político y social.
Michell cree que la cultura audiovisual no debe ser solo testimonio de lo espectacular. También debe ser archivo de lo íntimo.
A nadie le gusta perder logra demostrar que Sinaloa es cuna de jóvenes cineastas que crean desde el duelo, de músicos que se mueven entre country, metal y punk y ahora interpretan personajes, de actrices que sostienen procesos teatrales comunitarios y salto al cine, de productores que apuestan por narrativas pequeñas con impacto grande.
“Amar es para valientes”, dice el statement del proyecto. Pero filmar desde la herida también lo es.
“A nadie le gusta perder” es un recordatorio de que lo cultural no solo está en los festivales, sino en los consultorios, en la vida que se rompe y luego se monta en timeline.
Porque hay películas que nacen para ganar premios. Y hay películas que nacen simplemente para poder volver a respirar.



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