Culiacán, Sin.- Es lo más complejo que nos ha tocado vivir, incluso más que la pandemia”, confiesa Daniel Tapia Sánchez, director del Banco de Alimentos de Culiacán I.A.P. Sus palabras describen la realidad que vive una ciudad donde la violencia y el desempleo han empujado a miles de familias al borde de la desesperación.

Desde noviembre de 2024, la institución ha registrado un repunte acelerado en la demanda de apoyo que alcanzó entre dos mil y tres mil nuevas solicitudes mensuales. Cada una representa a una familia que perdió su ingreso, que agotó sus ahorros y que hoy depende de una despensa para sobrevivir.

Antes de esta, mal llamada narcopandemia, atendíamos a unas 30 mil personas; ahora hemos llegado hasta 45 mil en el pico más alto. Desafortunadamente, ya no podemos ayudar a más. Estamos topados”, admite Tapia Sánchez.

 

El director explica que el fenómeno no se concentra ya en las zonas populares. La crisis se expandió por toda la ciudad, desde colonias periféricas hasta sectores de clase media.

Daniel Tapia Sánchez, director del Banco de Alimentos I.A.P.

La mayor gente que nos solicita es de Culiacán y ya no están ubicados en una zona demográfica especifica. Se diversifico enormemente, ya no es un beneficiario que viene de una colonia popular, sino de un sector de cualquier zona. Es gente que a lo mejor tenía un ingreso, pero lo perdió y aunque tenga una casa o vivienda en una colonia de nivel socioeconómico medio-alto, necesita el apoyo alimentario”.

 

El cierre de negocios, la reducción de empleos y la caída del consumo nocturno han marcado el pulso de la crisis. Muchos de quienes hoy acuden al Banco de Alimentos trabajaban en bares, restaurantes, antros o como vendedores ambulantes en las zonas de vida nocturna.

La gente ya no sale. Y toda esa economía se desplomó. Es muy duro decirle que no a un adulto mayor que era viene-viene afuera de un bar y que ahora no tiene para comer”, relata.

 

A la falta de ingresos se suma otro golpe: la caída en los donativos. Las empresas que antes colaboraban con el Banco de Alimentos enfrentan sus propias pérdidas. Y el campo, tradicional aliado de la causa, atraviesa su propio colapso.

En Sinaloa tenemos una situación muy complicada. Entre los problemas de comercialización, los aranceles y la crisis del agua, los productores también están sufriendo. Han sembrado menos hectáreas de hortalizas y granos, y eso ha disminuido la donación. Imagínense: por un lado, más solicitudes; por otro, menos apoyo. Es lo más complejo que nos ha tocado vivir”, insiste Tapia Sánchez.

 

Ante la saturación, la institución ha roto protocolos de entrega para no dejar a nadie sin alimento. Con rifas, torneos y redondeos, intentan recaudar fondos que permitan comprar lo básico que requiere una familia que va desde frutas, verduras, granos y arroz.

No podemos decirle a una familia que vuelva mañana, o en un mes. No se puede. Pero, primero Dios”, concluye Tapia Sánchez, “vamos a tratar de sortearlo de la mejor manera”.

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