Culiacán, Sinaloa.- En Sinaloa, vivir una identidad trans, ya sea como mujer, hombre o persona no binarie, significa enfrentarse a un entorno que, además de hostil, es profundamente desigual. Las violencias, la falta de acceso a la salud, el rechazo social y la ausencia de registros oficiales se cruzan en espacios que parecen pequeños, pero que definen la vida diaria donde se construyen las historias de cientos de personas trans.

Hablar de las personas trans es hablar de vidas que enfrentan violencia estructural desde el primer día, incluso antes, de decidir habitar el mundo como realmente son.

Además, es hablar de una esperanza de vida mucho menor que la de una persona no trans.

Ximena con X, activista y defensora de derechos trans, recuerda que hasta 2021 la esperanza de vida de las personas trans era de apenas 35 años. Esa cifra explica mucho más que una estadística: habla de cuerpos cansados por violencias cotidianas, de enfermedades no atendidas y de un acceso a la salud que sigue siendo desigual e insuficiente.

“Llegar a los 35 años siendo mujer trans en México es un privilegio; menos del 50 por ciento de las mujeres trans llegan a superar esta edad

Muchísimas de nosotras enfrentamos discriminación, falta de oportunidades y una sociedad que sigue actuando como si no existiéramos; en Sinaloa, si desapareces, no existes, y si te asesinan, tampoco existes”, añade, Alaskka Luz Bella, psicóloga trans y consejera en centros de rehabilitación.

El cansancio de los cuerpos qué cargan con violencia diaria 

La violencia que enfrentan los hombres trans se mueve en un silencio casi total. No porque no exista, sino porque socialmente se justifica desde una mirada misógina sobre cómo “debe actuar” una mujer. Bajo esa lógica, un hombre trans es, en realidad, una “mujer defectuosa”.

Jahir, estudiante de cine trans culichi que actualmente reside en Madrid, menciona que esa expresión misógina y transfóbica no siempre se dice explícitamente, pero se actúa todo el tiempo: cuando invalidan su identidad, cuando se niegan a usar su nombre, cuando insisten en tratarlo como niña aun cuando él expresa claramente su identidad de género.

“No te lo dicen, pero lo actúan. Lo ves cuando insisten en llamarte en femenino, cuando dudan de tu identidad o cuando creen que tu masculinidad es algo que pueden corregir”, explica.

Jahir señala que diversas organizaciones trans han documentado casos de hombres trans que han sido víctimas de agresiones sexuales “para recordarles que son mujeres”, un castigo que busca forzarles el género que se les asignó al nacer.

A este escenario se suma otra forma de violencia: una que no deja huellas visibles, pero sí un desgaste diario. Danae, una joven mujer trans, recuerda que su transición no comenzó con libertad, sino con miedo.

Narra que, en espacios públicos, ha enfrentado episodios que revelan la falta de reconocimiento de las identidades trans. En un empleo en Plaza Forum, una guardia intentó impedirle el uso del baño de mujeres: la detuvo, la interrogó y la hizo sentir fuera de lugar.

“Te saca de tu vida diaria para recordarte que hay gente que no te ve como tú eres”, explica.

El acceso a la salud es otra de las barreras más urgentes y, al mismo tiempo, más invisibilizadas para las personas trans en Sinaloa.

Desde trámites básicos hasta atención especializada, la falta de protocolos y la discriminación institucional han creado un sistema donde el simple hecho de tratarse de una persona Trans se convierte en motivo de negación.

“Muchas de nosotras ni siquiera llegamos a un consultorio. La discriminación empieza desde la ventanilla. no te atienden.” Menciona Alaskka.

La expresión más extrema de la transfobia

A esa violencia estructural se suma la más extrema: la que termina con la vida.

En 2025, dos asesinatos volvieron a evidenciar la ausencia de protocolos, registros y justicia para las personas trans en Sinaloa.

Charis, de 58 años, y Valeria, de apenas 17, fueron encontradas sin vida en comunidades del norte del estado.

Sus casos se manejaron con la misma cadena de errores que la comunidad trans reconoce de memoria: fichas de búsqueda con nombres incorrectos, expedientes sin perspectiva de género y, aseguran, una nula intención institucional de investigar si fueron crímenes motivados por odio.

Rita Tirado, persona no binaria y activista transfeminista, lo resume de manera contundente:

“Si asesinan a una mujer trans, legalmente no entra como feminicidio porque el Estado no la reconoce como mujer. Eso deja vacíos legales enormes”.

Aunque, con fines de obtener datos duros que dieran mayor fuerza a este escrito, se solicitó a colectivos información, a nivel estatal, información sobre estadísticas relacionadas con el número de personas trans que han declarado haber sido víctimas de violencia. Sin embargo, dichos datos no existen.

Lxs entrevistadxs mencionan que esto ocurre porque, para el Sistema, son personas invisibles.

Ximena con X concluye que, aunque hoy en día juventudes trans, como Danae y Yahir, pueden ser ellas, ellos, ellxs mismxs con mayor libertad que muchas mujeres y hombres trans de generaciones anteriores, esa libertad no siempre fue posible.

Para llegar hasta aquí, menciona, muchas tuvieron que luchar e incluso morir por ese logro. Sin embargo, a pesar de ese avance, el Estado aún no está preparado para tratarlxs con dignidad.

Sin protocolos claros, las muertes de mujeres y hombres trans caen en el olvido institucional. Y advierte:

“Las vidas y memorias de Valeria y Charis, como las de muchas antes, muy probablemente correrán el mismo destino: ser olvidadas por el Estado y recordadas solo por quienes somos trans”.

 

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