Cuando era una criatura, durante meses – quizá años- en la casa recibíamos una despensa mensual -creo-. Recuerdo que no siempre llegaba mes a mes, pero cuando llegaba llegaban todos los meses pendientes juntos; había que ir a la casa del comisario por ella.
Era una caja de cartón, sellada. Recuerdo que estaban rotuladas según el programa; recuerdo uno es especial: PRONASOL.
La llegada de la despensa era todo un seceso en mi casa. Hoy entiendo que eran tal los esfuerzos de papá y mamá porque pasáramos la menor hambre posible que la llegada de esa despensa era un alivio, momentáneo, pero alivio al fin.
Nosotras solo nos interesábamos por los “triguitos” y las galletas; casi todo el resto del contenido nos valía madre, excepto por las sardinas y las lentejas, esas sí nos cagaban. La neta, las odiábamos.
Los triguitos no son otra cosa que arroz inflado que medio revuelcan en chocolate; no me atrevería a decir que cubiertos de chocolate, sería una mentira, pero, allá en la sierra, eran oro molido. No tanto por el sabor, aunque malos no eran, más bien porque no los vendían en la tienda y eso los convertía en algo pedorramente únicos.
Las galletas no faltaban. Lo común era una bolsa grande de galletas de animalitos, de esas que los animalitos son bien grandes y no tan crujientes; la bolsa ocupaba la mayor parte de la caja, se me hace que era plan con maña, ahora que lo pienso.
Algunas veces la suerte venía en esas cajas en forma de galleta de animalitos chiquitos. Estas galletas eran más chiquitas, más doradas, mucho más crujientes y esas diferencias las hacían mejor, mucho mejor. Además, no solo se podía saber de que animalito se trataba, porque las otras -las grandes-, ni con adivino le atinabas pinche animal en cuestión, en cambio, las chiquitas no solo la silueta del animal era clara, hasta líneas en el interior de la misma galleta dibujaba sus formas.
Siendo plebes, podrán imaginar lo entretenido que resultaba comer esas galletas, plática cerrada entre el zoológico en mis manos y yo. Una cosa muy rescatable también, era que las galletas chiquitas de animalitos aguantaban rato cuando las metías en leche. En cambio, las otras, a los segundos se zambullirlas ya eran machigüi.
En resumen, esas despensas alivianaban a mamá y papá en su durísima tarea de criarnos sin tanta hambre y, a nosotras nos daban unas alegrías memorables por varios días, que como ven, aún recuerdo.
A pesar de que todo el rancho, en menor o mayor medida, necesitaba despensas, no se les daban a todas las familias. Sé que estaban condicionadas -no siempre, no todas- al desempeño escolar de las criaturas. Y por cierto, mis queridxs lectorxs, aunque no se me note, una de criatura fue la mera reata para eso de la escuela; puro 10, mis vidas mías, adoradxs.
La necesidad y la escasez de las despensas, junto con las políticas mezquinas y pedorras, hacía que las mamás – los papás si acaso ayudaban a cargar con la despensa, pero ni eso, neta- casi hicieran acrobacias con tal de no perderlas.
Ejemplo de las acrobacias que implicaba tener -y no perder- una despensa: en algún momento, recuerdo que juntamos muchísimas piedras redondas y en la falda del bordo de la presa bien acomodaditas, escribimos con esas piedras la palabra SOLIDARIDAD; se pintaron con los tres colores de la bandera.
Varias cosas no he podido olvidar de esa ocasión:
Lo extraño de andar juntando piedras para ponerlas en la pared del bordo de la presa y la chinga de encontrar piedras redondas, porque si algo sobra en el rancho son piedras, pero redondas -y del mismo tamaños- solo hay en los arroyos, y donde pusimos las letras es un pinche lajero lejos del arroyo, que lo último que encuentras son piedras boludas. Me pareció pendejo allá y entonces; me parece re-pendejo ahora todo eso.
Ya acomodadas el chingazo de piedras, formando la palabra “SOLIDARIDAD”, las pintaron. Fue la primera vez en mi vida que vi pintura en botecitos. Fue la primera vez que la pintura blanca -jamás hicimos de otra- no la hacíamos mezclando agua, cal, sal y sábila.
También fue la primera vez que vi a un pintor. Recuerdo que todxs lxs plebes, como pendejxs, en el rayazo del sol, vimos hipnotizadxs como pintaba piedra por piedra; unas verdes, otras blancas y las últimas rojas. Las mujeres veían desde la sombra de unos vinolos y por más que nos gritaron, no lograron que nos quitáramos del rayo del sol y dejáramos “pintar a gusto al señor”. El vato veeeerga -léase aún con rencor-, no fue capaz de decirnos que le ayudáramos; que le costaba invitarnos a ayudarle, pintura había, brochas, si bien no para cada unx, pero había y pues pinches piedras con más razón. Vato meco -ahora que lo pienso-.
Al final, con las piedras recién pintadas, acomodaron al plebero alrededor de ellas y junto a las mujeres, tomaron una foto. Fue la primera vez que vi una cámara. Imaginen la foto: un chigazo de plebes, revenidos de sudor y tierra, unas mujeres mal vestidas y unas piedras recién pintadas; gritaba necesidad.
En algún lugar del archivo muerto del gobierno hay una foto mía donde salgo chimuela, con los ojos a medio abrir por el solazo y mugrosa de acarrear piedras redondas.
Siempre había miedo de perder la despensa -o cualquier apoyo- si no participabas en lo que fuera que se les ocurriera, esa vez fue esa foto de la miseria. Otras. limpiar calles, encalar piedras y ponerles en la orilla de las mismas. Al parecer ser pobres, bien pobres, no era suficiente para tener esas despensas; había que demostrar sumisión absoluta, todas las veces posibles.
Ahora, con esta hambre que nunca se me ha quitado, me condicionan una despensa de esas maneras y se las aviento mucho a chingar a su madre en las patas. Porque podré tener mucha necesidad -porque nomás no se me ha quitado jamás-, pero les apuesto que tengo más rancio el hocico que hambre en las tripas.
Ahora bien, no crean que les platico esto de a grapa, ¡nooo!. Es con jiribilla el contarles esta historia. Era necesaria para que entendieran lo que a continuación van a leer:
Vallan y chinguen mucho a su reculiada madre quienes ordeñan o compran a sobre precio las despensas. Miren hijxs de su reputísima madre; alcanzan verga las despensas para todas las personas que las necesitan, se sabe, y aun así, ustedes miserables de mierda se dan el puto lujo de chingarse unos pesos destinados a quienes más los necesitan.
No es que les diga que roben -falta no les ha hecho-, pero siendo las ratas que son, estando en su naturaleza como lo está, porque vergas no van y roban de otra cosa. Habiendo tanto donde el gobierno pone pura chingada atención del gasto, allá vallan y sacien la perra hambre de dinero ajeno que tienen. Allá roben hasta que se les salte el ombligo de llenxs, pero a quienes no les queda más que la chira de vida, porque todo lo han pedido, a ellxs déjenlxs en paz. ¡¡Miserables!!
Perdón por el exabrupto, pero la neta, plebes, cargaba esto entre pecho y espalda y necesitaba sacarlo. Ahí dispensen.
Y todo esto viene a cuento porque, déjenme contarles, hace poco descabezaron a la SEBIDES, que es una de las secretarías que, junto a los DIF, entregan despensas. En el caso de las personas que SEBIDES atiende, entre muchas violencias y precariedades, están las personas desplazadas por la violencia, la mayoría de zonas serranas.
Aquí, en esta que es mi Casa Editorial, publicaron un trabajo de investigación periodística donde recrearon una de las 40mil despensas que se compraron últimamente -porque seguido compran- y resultase que, ¡carísimas por cierto!.
Según papá gobierno, esas despensas costaban cada una $320.00, pero yendo una a comprar esos mismos productos -misma presentación, marca y todo- una paga $240.00 cada una. $80.00 pesos de diferencia que, ya multiplicado por las 40mil, son varios milloncitos. Ahora imaginen si se compra en volumen, mayoreo, más barato, más millones faltan.
No voy a decir que por esto descabezaron la SEBIDES; una porque no sé y la otra porque no es la primera vez que se señalaba a la dependencia de no ser clara con el manejo de programas y finanzas.
Lo que sí logró con esta investigación de como les digo, esta mi Casa Editorial, ESPEJO, es que se armara un pleito de lisiadxs; por un lado SEBIDES, como Poncio Pilato, se lavaba las manos diciendo que ellas no había comprado las despensas y que era la Secretaría de Administración y Finanzas quien realiza las compras por tanto, que ellxs respondieran. A lo que nada mansitxs, sabedorxs de como corre el aguan en esas esferas de poder, lxs de esta última secretaría respondieron “no, no, no… mi vida mía adorada; acá se compró lo que ustedes pidieron” -obvi, no fue esa la forma de responder, pero si fue esa la respuesta-. Y en esas estaban cuando desde el tercer piso del palacio de gobierno dan un manazo a la mesa y deja sin jale a la titular de la SEBIDES, que la renuncian.
Pero no crean que eso terminará allí, ¡noooo! O, al menos eso dice papá gobierno, quesque investigarán. Pero seguro le van a hacer ese encarguito de investigar a la Secretaría de Transparencia y Rendición de Cuentas que, lo último que es y sabe es de eso: ser transparente y rendir cuentas. O acaso no recuerdan que hace poco, nos estuvo metiendo a gastos de viáticos, noches de hoteles de lujo, cortes finos, spa y no se cuanta cosa que la titular se gasta de nuestros dineros. Pero bueno, cierto que es el área para hacer esas investigaciones, pero cierto es también que no pelan un chango a nalgadas, se sabe.
La historia de este pleito de liciadxs es más grande, cada quien buscaba la forma de justificar lo hecho y no asumir responsabilidades, pero para que les platico más, en varios medios se cubrió este hecho; lo que sí, para suerte de la fe y la esperanza, hubo más personas, colectivas y organismos que se han pronunciado y que están atentas al desenlace de estas compras a sobre precio de las despensas. Eso me da además de gusto, esperanza. Saber que posiblemente -gracias a la sociedad civil organizada-, no solo quede en la renuncia de una funcionaria, sino en fincar responsabilidad a quien (es) hacen mal uso de los recursos.
Una cosa es segura: si por el funcionariado fuera, puro papel negro del Kleenex Cottonelle compraran y nosotrxs les limpiariamos el culo.
Se lo lavan.

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