En su mayoría, los personajes y arquetipos emergentes del género del horror pueden ser considerados un reflejo de los temores generalizados entre la sociedad durante durante el tiempo en que fueron concebidos.
Un par de ejemplos: la preocupación por las secuelas ante un posible holocausto nuclear durante el periodo de la Guerra Fría que resultó en la creación de Godzilla o la popularidad del género slasher entre las décadas de 1970 y 1980 como respuesta a las aleccionadoras campañas anti-libertinaje juvenil.
No es una casualidad que en estas películas, las víctimas eran sorprendidas por el asesino en momentos de vulnerable intimidad premarital que, para la época, eran consideradas indebidas.
En años recientes, el cine de horror ha tomado un rumbo alejado de este mensaje aleccionador, con cineastas como Jordan Peele o Ryan Coogler usando sus plataformas para visibilizar problemas sociales como el clasismo y la segregación racial.
Es en este apartado dónde se encuentra «Candyman», considerado como el trabajo más sobresaliente en la trayectoria del director británico Bernard Rose, quién adapta con mucha libertad creativa «The Forbidden», un relato corto del escritor Clive Barker, autor de obras como «The Hellbound Heart» o «The Books of Blood».
Inspirándose en la atmósfera de cintas como «Poltergeist» o «A Nightmare on Elm Street», Rose se alejó de los idílicos paraísos suburbanos estadounidenses para sumergirse en las zonas más profundas y violentas de los complejos habitacionales de Chicago, generando una sensación de asfixiante claustrofobia.
Candyman es el furioso espectro de un joven afroamericano (Interpretado por Tony Todd) que fue brutalmente asesinado por motivos raciales. Tras ser torturado y mutilado, sus cenizas son esparcidas dónde años después se instalaría Cabrini-Greens, un complejo habitacional que contribuye a la segregación de la comunidad negra en la ciudad.
Virginia Madsen interpreta a Helen Lyle, investigadora especializada en leyendas urbanas en la Universidad de Chicago, atraída por la narrativa de Candyman, quién se manifiesta al llamarlo cinco veces frente al espejo. Lo que inicia como un experimento académico desata una serie de eventos sangrientos que indicarían que ella es la responsable.
Entender la obra de Barker es crucial para asimilar la curiosa interacción entre protagonista y antagonista, la cual pareciera estar más cercana al romance gótico que al horror. La carnalidad de sus personajes es un tema recurrente en sus relatos, siendo los impulsos y los bajos deseos los motores de sus narrativas.
Helen, quién al principio se presenta como una académica racional, comienza a sucumbir ante la locura y la desesperación ante una fuerza imparable que en teoría no debería existir.
Por el otro lado, Candyman necesita nutrirse del miedo colectivo de su leyenda para continuar existiendo. En sus propias palabras, él encarna “ese escrito ocasional en las paredes, el murmuro en los salones de clase”.
Curiosamente, pese a tratarse de una víctima de un crimen racial, su ansia de muerte y miedo va más allá, por lo que sus víctimas no requieren pertenecer a una raza o un estrato social en específico.
A pesar de no contar con la misma popularidad que Freddy Krueger o Michael Myers, «Candyman» ha logrado sobrevivir al paso del tiempo y alcanzar un estatus de culto, siendo sus fanáticos los encargados de pasar la voz sobre su existencia.
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