Los jóvenes están destinados a indignarse. El enojo, la rebeldía, el pensamiento crítico forma parte de su naturaleza, de su idiosincrasia. Y como todo acto que manifiesta inconformidad, incomoda. Los incómodos son la generación que se indignó tanto que se convirtieron en indignos.

Decía el gran Eduardo Galeano, a propósito de las manifestaciones de los jóvenes del M-15 en España y Occupy Wall Street, que el mundo se divide entre los indignos y los indignados. La coincidencia entre europeos y americanos, además del periodo de las movilizaciones (2011), está en la crítica al sistema económico y a sus más férreos defensores: la clase política ajena a la desigualdad e intolerante a la diversidad política.

Hoy, 14 años después, bajo el cobijo de las redes sociales, surgen nuevos inconformes. Los protagonistas nacieron a finales del siglo XX, saben utilizar las redes sociales, están familiarizados con la tecnología, son hijos y nietos del conflicto más letal de todos: la indiferencia.

La generación Z es testigo de la indiferencia a la pobreza, de la desarticulación del estado de bienestar, del incremento de la violencia, la destrucción de la naturaleza, el ascenso de la extrema derecha y la derechización de las izquierdas que llegan al poder político. Es la cancelación al derecho a soñar.

En México, la vieja clase política, los indignos, buscan quitarle el derecho de asociación e identidad a la generación Z. Representantes populares y líderes de partidos políticos buscan imponer sus agendas burocráticas a un movimiento global que pretende actuar desde lo local, soslayando la raíz del problema: la pobreza.

Las niñas, niños, adolescentes y jóvenes son un grupo en situación de vulnerabilidad en nuestro país. De 30 millones de jóvenes, 14.4 enfrenta diversos niveles de precariedad. Se enfrentan entre el desempleo, el rezago educativo y trabajos precarios. Además, los jóvenes son las víctimas preferidas por parte del crimen organizado. El asesino del presidente de Uruapan Carlos Manzo, que indignó a todo el país en vísperas del día de muertos, era un joven de 17 años.

Hay razones de sobra para que los jóvenes manifiesten su indignación. El problema de los movimientos anónimos, sin rostro humano ni liderazgos visibles, está en que corren el riesgo de ser usurpados por intereses ajenos a las causas que los originan. El oportunismo es la trinchera de los indignos.

La generación Z en México, legítimamente indigna, debe escoger cuidadosamente sus batallas para evitar la dispersión social e ir más allá del testimonio y la tendencia global. Por ejemplo, la creatividad de los jóvenes universitarios sinaloenses para exigir democracia en los procesos internos de la UAS es alentadora, clara y responsable.

Quienes soñamos con otros mundos posibles, debemos saludar estas manifestaciones porque significan salir del silencio y de la nada. Todo activismo juvenil pasa por la prueba del tiempo y la siempre complicada, quizás también injusta, medición de la congruencia. No hay mayor pecado en el mundo moderno que ser ajeno al padecimiento de los otros.

Bienvenidos los nuevos indignos.

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