Cuando en una Universidad todas las voces emiten la misma opinión existe cooptación o represión.
El término Universidad alude a todas las opiniones, todas las creencias, formas de pensar, de ser y de expresarse. Universidad no es sinónimo de uno, o de unidad, por el contrario, la palabra se refiere al universo en donde todo coexiste y, por lo tanto, la diversidad se conforma como uno de sus principales baluartes.
Es saludable que al interior de una Universidad, donde están las mentes más preparadas de una sociedad compleja educando a las nuevas generaciones, existan corrientes antagónicas y que incluso se descalifiquen entre ellas. La democracia ilustra ese antagonismo y cómo las fuerzas ideológicas se conforman en proyectos para transformar a la educación superior y a la ciencia.
La libertad de expresión, la democracia y la tolerancia son los principales valores que toda Universidad debe defender, promover y perpetuar entre sus estudiantes y su personal. Es un trinomio virtuoso indisoluble, cuando falla una se afecta a las otras dos, convirtiendo lo que un día fue una institución del saber en un organismo represor, intolerante y déspota, la dictadura perfecta.
Y es aquí donde la ciudadanía debe evaluar qué tanto bien les hace su Universidad pública, en la región del planeta que sea. Se debe considerar la promoción del saber, de la ciencia, el impulso a los sectores prioritarios de las sociedades complejas como el industrial, el de servicios, el agropecuario, el energético e incluso el periodístico. Desde las aulas, los laboratorios, los cubículos de investigación y las publicaciones científicas se debe promover el desarrollo de estas áreas estratégicas para generar crecimiento y mejores estilos de vida.
Privar a una sociedad de instituciones críticas, vigilantes, que informan sobre los abusos y persiguen la verdad es coartar las libertades ciudadanas. La crítica es incómoda, pero asegura el crecimiento. La misma opinión resonando en foros extrauniversitarios, como lo hace a través de sus canales institucionales, termina hartando a la sociedad, y es donde comienza el declive en la credibilidad, donde la labor educativa se desvirtúa y cuando una Universidad se convierte en opción por ser accesible al bolsillo, porque no hay otra.
Una Universidad enferma de intransigencia, de intolerancia, que olvida la esencia de su existir: sus estudiantes, enferma también a la sociedad que la rodea y a las instituciones que de ella emanan. La formación profesional está más allá de las aulas, radica también en el ejemplo de las buenas prácticas, en la responsabilidad social, en practicar lo que se profesa, como decía Confucio hace más de dos mil años.
Ante esta responsabilidad social integral que las Universidades tienen con su comunidad y también con la sociedad a la que deben servir, las personas de todos los sectores deben acompañar lo que se hace al interior de los espacios formativos, ya que las egresadas y egresados de todas las profesiones se integrarán a los campos laborales y gubernamentales en cada relevo generacional.
Quienes nos dedicamos a la educación observamos cómo los cambios impulsados por la modernidad, la tecnología y los nuevos estilos de vida exigen en las instituciones de educación superior nuevas formas de hacer escuela. La responsabilidad social es un paradigma de la modernidad que traspasó las paredes de las empresas para impregnarse en todos los ámbitos del desarrollo humano, es una forma de retribución, y en las Universidades un deber ser renovado que obliga a la educación y a la ciencia a salir de los espacios universitarios para cuidar a las personas y a sus instituciones, promoviendo valores y reprobando los vicios que nos aquejan.
Cuando desde los gobiernos o la iniciativa privada se crean nuevas Universidades y se denominan interculturales, multiculturales, e incluso se llegan a nombrar multiversidades, se asoma una intención mercadológica o político-inclusiva, pero no científica. Es una moda, una palabra dominguera disfrazada de academia, una etiqueta innecesaria porque como decía Cicerón la Universidad es el mundo, el universo, “el conjunto de todas las cosas”.
La Universidad somos todos, dentro y fuera de los espacios universitarios, es la persona que barre las calles y quien dicta las leyes, es el estudiante y su madre y su padre, es el policía, el médico, el maestro, el sacerdote o el periodista. La Universidad es de todos, más allá del discurso mediático o político, es el patrimonio de una sociedad democrática.
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Omar Mancera González es Antropólogo Social y Periodista, Académico en la Universidad Autónoma de Sinaloa e Integrante del Sistema Nacional de Investigadoras e Investigadores del CONAHCYT.
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