La basura lejos y fuera. No importa dónde transiten los límites, siempre y cuando queden fuera de mi vista, de mi olfato, de mi mundo. Así le fue a la quesadillera de la esquina; pasa que su puesto le pareció grotesco y decadente a la inmobiliaria en turno y la borraron de la cuadra. Le quitaron el permiso so argumento de embellecer la zona. Ahora anuncian paninis, no tortas; smoothies, no raspados; zumos, no jugos; wraps, no burritos; cupcakes, no bollos; latte en vez de café con leche…todo cambió de nombre. El panorama es otro. Las quesadillas han desaparecido, la señora ya no tuvo para pagar la renta y se fue. Han decidido cambiar el concepto y subir el precio de todo, tanto que quienes vivían tradicionalmente allí ya no pueden cubrir el nivel de vida que ahora ha alcanzado su calle, colonia, barrio y ciudad.
Entrar a un bar con mesas y pintura avejentadas, luces vintage y loza de peltre es suficiente para pagar un precio exagerado. Si la tiendita de la esquina ha cerrado es porque alguien más se estableció con otro tipo de productos que fueron cambiando la imagen del lugar. La explicación más común cuando ocurren estos cambios es que la zona era riesgosa y/o estaba en decadencia. Por tal se ha decidido rescatarla e inyectarle nueva vida. La nueva vida incluye nuevos personajes; algo así como un desplazamiento voluntario pues quienes vivían anteriormente ya no se sienten identificados, mucho menos incluidos en estas engañosas mejoras; y lo peor, nunca podrían pagar las nuevas rentas.
La gran pregunta de la gentrificación: ¿una zona marginada, donde los altos índices de delincuencia son intolerables, no tiene derecho a ser mejorada? sí. Pero sólo para quienes puedan pagar un precio más alto por todo; desde la vivienda hasta los comestibles del abarrote; ahora se ofrecen como orgánicos, sustentantes artesanales… por lo tanto inalcanzables para los antiguos inquilinos. Quienes han estudiado este fenómeno mencionan que la desventaja es que la marginación la trasladan a otra parte y con ella se marchan todos sus habitantes. ¿Existe una mejora real?, algunos dirán que sí, pero eso será hasta que el límite los alcance o venga un grupo aún más rico.
Acabo de presenciar el desalojamiento de un pasillo de comida donde ofrecían platillos a precios realmente económicos. ¿El argumento? Falta de higiene. Si los rangos de salud los aplicaran en todo el país se darían cuenta de que cerrarían más del 70 por ciento de los changarros, comales, torterías, carretas y todo en cuanto lugar nos hemos quitado el hambre. Sociólogos expertos mencionan que cuando notamos cambios de este tipo es porque antes ocurrió todo un proceso que llevó a justificar las nuevas obras y establecimientos. Antes de que se estableciera un puesto de muffins o cupcakes la zona, previamente, pasó por cuatro fases: degradación, estigmatización, resignificación y mercantilización.
La degradación de un lugar o un bien inmueble no ocurre de manera natural, por el paso del tiempo, sino que es provocado por quienes han puesto el ojo en el sitio y han decido especular y hacer su negocio. En estos casos es común que se propicie la violencia y se estigmatice como un lugar peligroso en donde todo va perdiendo valor. Los precios de las propiedades se devalúan y quienes pueden se marchan. Pero, justo en esta parte del proceso es donde el grupo interesado compra y empieza la resignificación para rescatar a los sitios de males peores. Luego llegan tiendas y conceptos con un nuevo nombre y todo empieza a tomar otro valor.
Hacer comunidad es hacer un rescate verdadero donde los primeros beneficiados sean los habitantes antiguos. Pero tal parece que la gentrificación es justamente lo contrario; se excluye y se expulsa al grupo más pobre. Quizá nadie está negado a los cambios del paisaje urbano, siempre y cuando exista regulación y y quienes allí habitan no queden fuera de toda mejora
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