¿Quién tiene miedo de México? ¿Cómo ven en Europa la emergencia de la nación azteca? ¿En qué consiste la proyección de potencia geopolítica del país, vista desde el otro lado del charco?
“La narración de Estados Unidos lo pinta como Estado-fallido [o según la variante del “narco-Estado], pero el gigante latino está en ascenso evidente. Y mañana insidiará a la superpotencia”: así decía el subtítulo del número de abril de 2025 de la revista Domino, publicación periódica italiana de análisis geopolítico “sobre el mundo que cambia”, que propone una visión, considerada tal vez poco ortodoxa en los círculos políticos y académicos del Norte global sobre la importancia y el destino de México.
Con realismo y sin tonos triunfalistas, es decir, reconociendo los grandes retos mexicanos en este siglo XXI, sus fallas institucionales, la paulatina y fisiológica erosión del bono demográfico, la violencia, las desigualdades y el crecimiento de economías y grupos criminales, el volumen enfatiza en una serie de aspectos interesantes, a veces hasta poco valorados en estas latitudes o desenfocados en los análisis sociales e históricos, que vale la pena comentar.
Como premisa menciono que ya en 2017 la más antigua revista italiana de geopolítica, Limes, había dedicado un dossier monográfico a la “potencia de México”, en que destacaba cómo Norteamérica y todo el continente americano han sido dominados por una potencia, única y, en los hechos, casi incontrastable, siendo esta condición una premisa del dominio estadounidense sobre el planeta, ya sea como hegemón o como eje preponderante dentro de un mundo (hoy) relativamente más multipolar. El blindaje del norte continental, de Groenlandia a Panamá, de Canadá al Caribe, como objetivo estratégico de la administración Trump 2.0, choca con el eventual surgimiento de rivales en este espacio.
Primeramente, y le quito la -s del plural a la palabra “rivales”, claro está que México sería el solo posible antagonista o rival real, en términos históricos, culturales, incluso ideológicos y, quizás, económicos, del gigante de estrellas y rayas, y que podría contender, tal vez sin desplazarlo, pero sí poniéndolo en discusión, parte del poderío global de EUA.
No ahora, pero sí mañana o, quizá, pasado mañana. “La élite y los aparatos estadounidenses tienen bien imprimida en su memoria geopolítica la directriz principal de las amenazas a la hegemonía de EUA sobre Norteamérica: el flanco sur, entre Cuba y México. Y si el archipiélago caribeño aparece estratégicamente estéril después del fin de la Guerra Fría, la cuestión mexicana está viva y aguda”, explicaba la contraportada de Limes mediante fraseos todavía válidos.
Pero volviendo a la revista Domino y al 2025, lo que más destacan los estudiosos de la relación mexicoamericana son distintos factores que voy a enumerar, ampliar y comentar.
– La fuerte identidad mexicana y el “nacionalismo defensivo”, como lo conceptualizó en su momento el historiador Lorenzo Meyer, para sobrevivir a la influencia estadounidense, minándola desde dentro;
– El bono poblacional activo y la edad media todavía inferior a los 30 años que, si bien va ralentizando su trayectoria de crecimiento en México, puede también, potencialmente, fundarse en la ingente presencia demográfica chicana e intergeneracional al norte del Río Bravo.
– A excepción del Sur y Sureste mexicano, aún está muy acotada la difusión de las confesiones religiosas protestantes, evangélicas y neopentecostales, vehículos de la influencia estadounidense y el neoliberalismo en el subcontinente latinoamericano, respecto del núcleo católico mayoritario que, aún con vaivenes y críticas, mantiene funciones identitarias, históricas, aglutinantes y sincréticas, incluso de asimilación e hibridación entre poblaciones originarias (lo que representa, desde luego, un proceso de origen, asimismo, violento, como toda asimilación, y legado de la colonia y las políticas indigenistas).
– La irrupción del MAGA (movimiento del Make America Great Again), recargado con el segundo mandato de Trump y su compañía de radicales suprematistas, ha tenido el efecto de reforzar ciertas formas de nacionalismo y reivindicación latina y, sobre todo, chicana y mexicana en Estados Unidos, entre protestas contra las deportaciones y oposición a la xenofobia, lo que puede ser aprovechado por el gobierno de Sheinbaum: aunque, especialmente en el pasado, una parte de la población en México haya considerado como “traidores” o “externos” a los expatriados, antes de que Estados Unidos termine de asimilarlos, su renuencia a la fusión total en el melting-pot americano y el arraigo con culturas híbridas “ni de aquí ni de allá”, o bien, radicadas al sur del Río Bravo, puede constituir una pieza importante del tablero geopolítico en el futuro y una pesadilla, que en parte ya existe, para los gringos de cepa anglosajona o germánica.
– Ningún otro país tiene en el corazón de EUA a cerca de 40 millones de connacionales o descendientes, el 12% de la población estadounidense y el 60% de los considerados como “latinos” (que son más de 65 millones en total), entre los cuales incluso existen, minoritarias y latentes, corrientes irredentistas o, por lo menos, distinguidamente identitarias e ideológicamente “mestizas”.
– Si bien Washington queda como el principal socio comercial y económico en sentido amplio, y México sigue perteneciendo a la esfera occidental bajo su “manto” amenazador-protector, las geometrías alternas de acercamiento de Ciudad de México con Beijíng, Moscú, los BRICS o el propio Brasil y gobiernos progresistas latinoamericanos representan un dolor de cabeza recurrente entre los aparatos, las agencias y los ejecutivos al norte de la frontera: tanto Rusia como China son potencias respetadas en México y, sobre todo, se ubican lejos de sus fronteras, y una regla geopolítica básica es que en momentos de dificultad o conflicto, roces o injerencias excesivas, el “socio” o “cliente” más débil, en este caso México frente a EUA, busca el coqueteo y la diversificación con potencias aliadas más distantes;
– Se señalan como desafíos de mediano periodo, por un lado, la reconstrucción de relaciones y partenariado con Argentina, país fundamental pero evidentemente sucumbido en esta fase ante el FMI, Washington e Israel, desde que Macri y Milei tomaron el poder, y por otro lado el estrechamiento del vínculo subcontinental con Mesoamérica-Centroamérica, más allá de la retórica sur-sur, proyectos coyunturales o hasta planes securitarios para controlar los flujos migratorios y del narcotráfico: Ciudad de México típicamente en este siglo XXI ha mirado menos a las repúblicas hermanas del istmo, para configurar zonas de cooperación estratégica o incluso de influencia, que hacia el Norte cercano;
En síntesis, factores destacados para el ascenso geopolítico mexicano, visto desde Europa, serían: su demografía vivaz; cierta homogeneidad, no exenta de conflictos y violencias, de tipo identitario-cultural; la idea-ideología de contar con superioridad moral, de valores y espiritual como narrativa aglutinante; la escasa penetración de sectas y confesiones evangélicas y “externas”; expansión económica moderada pero con recuperación de proyectos estratégicos, energéticos, tecnológicos, de recursos y diversificación comercial, en caso de lograrse; el posible aprovechamiento a su favor de cadenas de valor interfronterizas, establecidas después del TLCAN-TMEC, y del nearshoring y el acceso al mercado estadounidense; la posibilidad, lejana pero señalada por los analistas geopolíticos, de transformar o canalizar la violencia interna y el conflicto en “otras arenas”, como economía legal, potencialidad defensiva u de ofensiva; volverse mayormente puente o referencia para América Latina; y hacer hincapié en la población mexicana en el corazón de la superpotencia.
Más allá de las eficaces, ponderadas y hasta sarcásticas respuestas de la presidenta Sheinbaum ante las agresiones verbales y al bullying trumpiano, frente a la dialéctica del “Golfo de América” vs la “América mexicana”, el soberanismo mexicano actual, que internamente recibe críticas debido a los megaproyectos o la concentración “ejecutiva” de facultades, externamente, visto desde Italia, por ejemplo, ha sabido diferenciarse del de los europeos y del estadounidense.
Aquí, se trata de la reivindicación de la autonomía y los recursos, el respeto recíproco y la recuperación de palancas por el Estado y la economía nacional, y no del chovinismo, la xenofobia y el rechazo al “otro diferente” y a las reglas internacionales. Inclusive, comenta un texto de Domino que la reforma al poder judicial puede leerse como recuperación de márgenes de autonomía y estrategia con base en este proyecto, cuyos desarrollos, sin embargo, desde México debemos de sopesar, monitorear y criticar social y políticamente, también en clave de ampliación de derechos y profundización democrática.
Finalmente, México podría erigirse como referente regional-global por su equilibrio, pragmatismo y resultados, frente a las grandes asimetrías de poder que, todavía durante un rato, seguirán primando en el inestable entorno de Norteamérica y en el mundo.
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