Dubry tiene más de 35 años putiando en la calle. Hay temporadas en las que trabaja menos días, dice; otras en las que casi diario le cae al talón.

La vi el sábado, ella apenas llegaba a la esquina, aúno no se producía para el trabajo. Esa noche rentó un cuarto en el hotel de la esquina, donde además de vestirse y guardar sus cosas, podrá trabajar sin arriesgarse. Por precio adicional, a ella le permiten meter allí a los clientes, ella sabe que eso es un privilegio. “Las putas de las pichoneras, esas la tienen más cabrón“, me recuerda.

Las pichoneras le decimos a un edificio donde te rentan un cuarto por día, a 200 pesos. No te piden más que los 200 pesos, ni el nombre te preguntan.

El cuarto no mide más de 3×3; un base de cemento con un colchón en la pura esquina; un baño sin puerta, solo la taza y la regadera, solo una pared que medio evita que el agua no salpique el resto del cuarto; una base de cemento donde hay una llave con una tarja que miente creyéndose cocina.

No se puede una ni morir en una pichonera, menos vivir, menos culiar por dinero, como negocio.

 

A Dubry, a veces llega a la esquina con bolsas con mandado que se llevará a su casa al día siguiente. A ella, los plebes que se la pasan en la zona, le ayudan con las bolsas; la suben a cuarto, sin permitir que ella les dé ni para las cosas. Saben quién es y no solo le ayudan, la respetan. Ella lo platica con orgullo, sin un gramo de presunción.

Las plebes de las pichoneras rara vez trabajan más allá de las esquinas y calles obscuras alrededor. La mayoría de sus clientes los atienden dentro del carro o, en lo obscuro, entre medio de los carros, en plena calle.

A Dubry y las demás plebes que están a rededor del hotel, los clientes les preguntan por los servicios, les regatean, pero llegan a acuerdos, las llevan a algún motel (las que no rentan cuarto).

A las de las pichoneras: “te doy 100 pesos por que me la mames”; a ellas les ponen el precio. Ellas rara vez pueden decir que no.

Dubry tiene plan de abrir pronto un “localito con venta de comida”, le gusta hacer pan, “Pan de Joto”, dice ella. Tiene planes más allá de la esquina. Las plebes de la pichonera solo hacen planes para no perder el cuarto, no volver a la calle.

Entre el hotel donde trabaja Dubry y las pichoneras hay solo una calle más el ancho de un bulevar. En ambos lados, mis compas, las putas trans, resisten. Porque aún en las pichoneras se vive mejor que con sus familias.

Se lo lavan.

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