Jorge G. Castañeda y Joel Ortega Juárez, que algo saben del tema, acaban de publicar el libro Las dos izquierdas (México, Debate, 2024). Un aleccionador ensayo, escrito con agradecible soltura, acerca de la historia de las izquierdas mexicanas. Su tesis es sencilla. Más allá de otras posibles distinciones (izquierda revolucionaria y reformista, pacífica y armada, comunista y socialdemócrata, institucional y extraparlamentaria, etcétera), dos son las izquierdas que desde principios del siglo XX han dominado la escena política nacional: la izquierda independiente y la de la Revolución Mexicana.

Asientan esto para enseguida llegar a la conclusión de que, con el claro antecedente del neocardenismo surgido en las elecciones de 1988, la primera fue, dicho con sus palabras, cada vez más fagocitada por la segunda hasta quedar completamente absorbida con el triunfo de Andrés Manuel López Obrador en 2018.  La izquierda que proclamaba (y proclama) el cambio social a favor de la igualdad y el bienestar de las mayorías por la vía de la Revolución Mexicana, con la mira puesta en el arribo pacífico al poder, integró y subordinó a la vieja izquierda independiente (del PCM al PMS, pasando por el PSUM y todas las ramificaciones maoístas, trotskistas, guevaristas y demás que han corrido por las siglas de las siglas), cuyos orígenes se remontan a la segunda mitad del siglo XIX con los clubes socialistas y las asociaciones de trabajadores en sus vertientes socialista (vinculada a la Primera Internacional Socialista) y anarcosindicalista.

De esta manera, apoyados en las no pocas investigaciones referidas a esa historia, hacen un recorrido que, sin forzamientos interpretativos, la reacomoda en el encuadre propuesto. Fue precisamente el movimiento revolucionario de las primeras décadas del siglo XX y, poco después, la relación con el Estado surgido de él, lo que dio lugar a las dos izquierdas. El Partido Comunista Mexicano, creado a fines de 1919, por una parte, y los herederos del zapatismo, el villismo y, en menor medida, el magonismo, por otra, conformaron las primeras corrientes de las llamadas “izquierda de la Revolución Mexicana” y la “izquierda independiente” (independiente de la Revolución Mexicana y su Estado, se entiende).

Por sus páginas desfilan los principales protagonistas de este ajetreado periplo, explicándolo e interpretándolo a partir de las circunstancias mundiales y nacionales imperantes en cada periodo, siempre con la información, en ocasiones jugosamente anecdótica, acerca de las infiltraciones, las incongruencias, el sectarismo y las delaciones entre “revolucionarios”, sobre todo en tiempos de la clandestinidad.

 

Destacan los primeros años de las organizaciones de trabajadores en la inmediata posrevolución, la “época de oro” de los frentes antifascistas y el cardenismo, las indefiniciones en el periodo de la guerra fría, la influencia de la revolución cubana en ambas vertientes, los movimientos sociales y estudiantiles de los sesenta con sus secuelas en la aparición de la guerrilla y su contribución al tránsito democrático desde los ochenta, el salto finisecular al EZLN y, desde luego, la irrupción del neocardenismo en las elecciones de 1988. Movimiento este último, el del Frente Democrático Nacional, que, en mayo de 1989, cristalizaría en el PRD, organización con la que inicia la absorción de las desde entonces llamadas tribus de la izquierda independiente (que, por lo tanto, perdieron su independencia) hasta la creación de Morena en octubre de 2011. Y es que, en efecto, ya con el PRD, la izquierda independiente se “tribaliza” quedando bajo la égida de la izquierda de la Revolución Mexicana (RM), proveniente del PRI, hasta llegar a su cada vez más soterrada, aunque todavía real, existencia en Morena.

Corona la singular narración un último y polémico apartado, “El fin de la historia”, en el cual los autores concluyen que la 4T, siendo la última versión de la izquierda de la RM, se distingue por su exacerbado estatismo: el Estado debe hacerse cargo desde la producción y distribución de la energía (PEMEX, nuevas refinerías, CFE), pasando por el Tren Maya, el nuevo aeropuerto capitalino, la nueva aerolínea, la venta de termoeléctricas, la entrega de apoyos asistenciales y hasta la distribución de medicamentos, considerando, siempre que sea posible (y muy frecuentemente lo es), la militarización como medio idóneo de la acción estatizadora; convicción arropada, hay que decirlo, en una retórica nacionalista que le lleva a pintar raya —también sólo retóricamente— con Estados Unidos, y la identifica con la genealogía de la Revolución Mexicana, solidarizándose, de paso, con los regímenes autoritarios de Cuba o Venezuela.

Poniendo en claro las diferencias con la izquierda independiente, por ejemplo, en la manera de combatir la pobreza  (incrementar la productividad, impulso a la educación y generación de empleos contra el asistencialismo y la pura inversión estatal) y con el priismo tradicional (obsesionado con el crecimiento económico, la construcción de infraestructura industrial y de comunicaciones, subsidios a sectores estratégicos ligados a los productos de primera necesidad), los autores subrayan que el gobierno de AMLO ha puesto el énfasis  en la  honestidad abstracta (“no se puede poner vino nuevo en  odres viejos”), la moralidad y la orientación asistencialista y providencial de la acción pública, o lo que viene siendo casi lo mismo, la acción y los dichos presidenciales.

En esa trama quedó mezclada (si no es que ya fundida) la izquierda independiente, renunciando a su profesión socialista. Cosa a la que habrá que agregar su pérdida de horizonte final con la caída del socialismo real y existente (la palabra misma “socialismo” ha caído, como decía Marcelino Perelló, en el descrédito total). De donde se sigue la última gran pregunta: ¿tiene futuro aún esa izquierda independiente? Y si no lo tiene (ni siquiera en su difuminada y malograda versión socialdemócrata), como convienen Ortega y Castañeda, ¿qué otra izquierda, distinta de la de la RM, podría emerger en México?

Podría ser, dicen cautelosamente, una izquierda que ligue a los movimientos feministas, de orientación de género, defensores del medio ambiente, etcétera, con los de defensa de los derechos humanos —ambos tan desatendidos por el gobierno actual—, con un factor aglutinante que, muy a tono con los tiempos, provendría de un hipotético sector laboral ligado a un nuevo boom industrializador propiciado, también hipotéticamente, por el nearshoring, a lo cual se sumarían —en una suerte de gran “bloque histórico” gramsciano— los migrantes sin cabida en EEUU que se quedarán en México con su disposición subversiva casi obligada por la vida: “Nuevas demandas, nuevas causas, nuevas cohortes demográficas y socioeconómicas —culminan Ortega y Castañeda—, todo ello en un contexto de mayor globalización y democracia en México”.

Desde luego que tampoco estoy seguro de nada, pero mi impresión es que tal vez estemos asistiendo a algo más que una crisis momentánea de la democracia, manifestada en la resurrección de los populismos y las democracias iliberales en buena parte del mundo y en México. Todavía más, en lo particular, me parece que no es descartable la posibilidad de que, ya con el relevo presidencial, en Morena y su gobierno ocurra una suerte de implosión provocada por las tribus de las izquierdas tan heterogéneas que, sólo en virtud del liderazgo real y formal de AMLO, han contenido sus diferencias pragmáticas y de fondo. En un plano más general, quizá lo que venga sea una refundación —no puedo imaginar qué tanto, pero seguramente traumática— de la forma Estado moderna y su correlato en la ya insuficiente categoría de ciudadano.

El primer paso de la “germinal” democracia mexicana (como la llama José Woldenberg) quedó en eso: en un primer paso. Secuestrada por los partidos, o mejor dicho por sus oligarquías, esa democracia se olvidó de la gente, de la exclusión básica y la desigualdad a secas. Muy pronto, por lo menos desde que acabó la presidencia de Vicente Fox, esa democracia empezó a chorrear banalidad, pragmatismo y hasta cinismo por todos sus poros. Pero esta es ya harina de otro costal. Un tema que Joel Ortega y Jorge Castañeda nos dejan para seguir discutiendo.

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Ronaldo González Valdés. Culiacán, 1960. Sociólogo y ensayista. Sus últimos dos libros publicados son George Steiner: entrar en sentido (Prensas de la Universidad de Zaragoza, España, 2021) y Culiacán, culiacanes, culiacanazos (ediciones del Lirio, México, 2023).

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