Lo mismo esta pasando en el norte que en el sur, lo mismo en las costas que en las sierras. Pero no es lo mismo si pasa en las ciudades que si pasa en los ranchos.
Hace varias décadas que ella se quedó sin marido y sus hijos sin padre: lo mataron a balazos. Ahora, cada vez que cuenta la historia del asesinato de su marido, lo hace como si platicara una historia lejana, ajena. Un nuevo dolor llegó a su vida, ocupando todo, incluso el dolor de la memoria de aquel asesinado y las dificultades de criar sola a cuatro plebes que le siguieron.
Con el dolor en el pecho y todo en contra, decidieron hacerse piedra en el mismo terruño donde tanto dolor habían vivido. Al paso de las décadas, la viuda y los huérfanos formaron una comunidad, un ranchito de cerca de 10 diez casas a unos 20 min de Culiacán.
La vida les sonreía: hubo casamientos, nacieron nietas y nietos; la tierra parió maíz, pepino güero, chiles, calabazas y sandías; hubo flores, mariposas y palomas. Nadie podría decir que ese puñado de tierra fuera más fértil que cualquier otra. Si no fuera por amor, nadie se habría quedado a hacer vida allí, pero nadie vio milpas más limpias y generosas que las de la viuda y los huérfanos.
En el verano había milpas; la temporada de secas y frío, traía los huertos en el patio y el carbón.
El carbón fue la piedra en la que edificaron sus vidas.
En tierras vecinas nació, floreció y murió la siembra de marihuana; ellxs hacían carbón. Para otros era un desperdicio de talento, si en vez de milpa sembraran mota…
La marihuana le dio paso al cristal. Por décadas hubo trabajo para quien quisiera, no solo para trabajar en los laboratorios, también sobraban otros trabajos relacionados, había que hacer lonche, llevarlo, cuidar las calles, etc. Ellxs siguieron haciendo carbón.
La guerra estalla, los caminos y veredas se llenaron de carros con gente armada. Ellxs siguieron haciendo carbón.
Por el camino que pasaba por el medio de su rancho, vieron a familias enteras bajar de pa’rriba con todas sus cosas. Ya no se podía vivir allá arriba, el miedo no les dejaba vivir. Mejor salirse antes de arrepentirse de no haberlo hecho. Ellxs siguieron haciendo carbón.
Ya no era solo “allá arriba”, el miedo había llegado a su paraíso, a su rancho. Unos parientes en Culiacán les darían cabida unos días, mientras las cosas se calmaban. El carbón, el carbón tendría que esperar.
Así fue, la viuda y sus plebes dejaron su rancho. Dejaron el carbón.
Por largos meses peregrinaron entre su rancho y Culiacán. Al principio, se quedaban solo unos días de “arrimados” con sus parientes; cuando se enteraban que las cosas estaban tranquilas, regresaban a su rancho, regresaban al carbón.
No siempre llegaban con los mismos parientes, porque no cabían. La viuda y sus huérfanos se tenían una promesa: Estar siempre juntxs. “Si vamos a andar rodando, vamos a rodar juntos”, les sentenciaba la viuda cada que alguien les sugería dividir a la familia y estar de “arrimados” en casas distintas.
Un día, mientras limpiaban de maleza una parcela con sandías y calabazas, alguien que se bajó de un carro con gente armada les preguntó algo simple: cómo llegar de esa parcela a tal lugar, por el monte. Mintieron.
Dijeron no saber quién podría decirles cómo llegar, mintieron. Mintieron y sabían que solo era cuestión que esos mismos hombres armados preguntaran en cualquier otro rancho para que les dijeran que si alguien sabía llegar, eran la viuda y los huérfanos; sabrían que habían mentido. Allá donde querían llegar, allí estaba el último carbón que habían hecho.
De prisa y sin pensarlo más, dejaron nuevamente el edén que habían construido; “solo nos trajimos lo que cargábamos puesto”, “eso y unas cositas más”, “todo fue en chinga”.
Una hermana “nos dio cabida”. En la sala de una casa de Infonavit. Llegaron todxs. Más de 20 personas en una sala. Adultos, casadas, solteros, adolescentes, niños, bebes, discapacitados… todos cumpliendo la misma promesa: Estar siempre juntxs.
Como en las otras ocasiones, alguien les dijo que las cosas ya estaban tranquilas; que habían pasado por su rancho y que sus casas estaban con las puertas abiertas. Ese día fueron, de día y con miedo. Llegaron a sus casas, las cerraron, limpiaron lo posible y antes de que anocheciera, regresaron a Culiacán. Al día siguiente regresaron, desde más temprano, a seguir con la limpieza, acomodo y mantenimiento de la milpa. Después de mucho tiempo, sentían esperanza.
Uno de los huérfanos le dijo a la viuda que iría a hacer, aunque sea poquito carbón. En Culiacán no tenían trabajo, a veces le ayudaban a algún conocido o vecino y les daba “pa’ las cocas”. Las deudas y los gastos aumentaban, el dinero escaseaba. Además de hacer carbón, atendería la milpa, para que no se perdiera toda la cosecha.
La viuda sabía que estaba decidido, incluso sabía que era necesario; solo una condición puso: que no se llevaran a su nieto, un bebé de menos de un año. La viuda vio irse a su hijo y nuera una mañana calurosa. Era lunes.
El lunes, por la tarde, ya no pudieron tener comunicación. Los mensajes llegaban, no los leían. Las llamadas no contestaban.
El martes bien temprano, un vecino de un rancho cerca, les hizo el favor, fue a buscarlos. Las señas eran claras: sí habían llegado al rancho. Había llegado y llevado hasta donde trabajarían las herramientas; un azadón por aquí, un bule de agua más allá, pero de él y ella, nada. Habían desaparecido.
Ese mismo martes, en la fiscalía, mientras ponían la denuncia, como si fuera requisito para recibir las denuncias, a la viuda le cuestionaban si su huérfano y su nuera trabajaban para el narco, si eran punteros, gatilleros, etc. Ella solo atinaba a decir: “No, nosotros nomás hacemos carbón”.
El miércoles; el horror. La búsqueda inicia.
El miércoles, la viuda encuentra a su nuera: tirada en una vereda; sin el cabello ni el cuero cabelludo, sin dientes, sin una mano, más otras señas de tortura. DLa esperanza de volverles a ver vivos, se fue.
Jueves, no solo por los funerales de la nuera, sino porque sabían que no encontraría a su hijo, la búsqueda en campo no siguió. Si volvería a ver a su hijo, sería porque les entregaran el cuerpo, porque les permitirían el duelo. Ahora, a rogar a menganos de tal para que les ayudaran y les hicieran el favor de, aunque sea, entregarles el cuerpo.
Viernes; en contra de todo y de todxs. La viuda fue a tal rancho, solo quería hablar con fulano de tal. A él le rogaría que por favor le ayudara a que le regresaron el cuerpo de su hijo. Jamás lo pudo ver ni hablar con él. Esperó todo el día y toda la noche. Supo, porque le dijeron, que él ya sabía de su caso, que no podría verla, que se fuera. Ya era sábado.
Sábado; el resto de la familia no había dormido la noche anterior, no querían dar por desaparecida a la matriarca de las familias; pero jamás llamó ni escribió mientras buscaba en aquel rancho a fulano de tal. El agridulce de verla volver; volvía, pero volvía sola, sin noticias nuevas.
Sábado; una llamada corta: en tal camino está un cuerpo. Colgaron la llamada. Era él, al que tanto buscaban. Lo encontraron. Lo encontraron sin cabeza, sin toda una pierna y con otros rastros de tortura.
Domingo; el entierro. Solo la familia, nadie más se atrevió a ir a enterrarlo.
“Seguimos rodando y ya no estamos todos juntos”
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