Cinco muchachos arriba de sus motos en posición de alerta. El más delgado arroja por encima del hombro un cigarro a medio terminar, se acomoda la gorra, y estira el cuello para observar que a lo lejos se aproxima un convoy de militares.

Hay uno que tiene puesto un pasamontaña. No se la piensa y arranca para tomar un atajo. En menos de tres minutos ya les va poniendo cola a los uniformados, que solo observan, sin inmutarse, al que viene detrás dando detalles por el radio que trae colgado en la pechera.

Jóvenes como de entre 15 y 20 años, flacos, pantalones entubados y el pelo largo por detrás de la nuca. Tienen tomado el Jardín Botánico desde hace ya varios meses. Al principio había solo uno, o dos, pero se turnaban para pasar inadvertidos.

 

Ahora son una colmena. Están a toda hora, como forajidos, a toda velocidad por los caminos del parque, entre niños y personas que acuden a pasear o ejercitarse por las tardes.

No hay denuncias ni recriminaciones directas. La gente sabe que, si están ahí de forma tan evidente, cuidando el territorio, debe ser sin duda a tolerancia de las autoridades. Por eso ni siquiera se les dirige una cara de molestia. No se les reprocha sus imprudencias que hacen latente un percance.

La gente simplemente hace como si no estuvieran ahí. Aunque su presencia es muy marcada. Sus risas, el olor a hierba, los sonidos de los radios y los motores. Si la policía no hace nada, por qué alguien se pondría en riesgo al reprender a unos muchachos a los que la ley les importa poco, o que más bien saben que es inexistente, o que sus jefes son los que en verdad dictan el cómo se hacen las cosas en esta ciudad.

El Jardín Botánico no es el único lugar donde aparecen. Prácticamente tienen capturada todo Culiacán. Cada vez son más. Las autoridades ya se declararon incompetentes. Reconocen que es mayor el número de halcones, que la disposición de fuerzas de seguridad.

Además, son ágiles y escabullidos. Si los llegaran a perseguir tienen la capacidad de huir con demasiada facilidad, entre los carros, en sentido contrario, por callejones. Y como la mayoría de los que realizan actividades de halconeo son menores de edad, si los capturan pueden evadir fácilmente la justicia. Tendrían que implementarse medidas represivas que no son realmente la solución y que terminan por ser prácticas sesgadas y dirigidas a los eslabones más débiles del crimen organizado.

Aun así, hay una realidad que nos muestra el fenómeno de los punteros. El narco se ha convertido en una actividad compleja y diversificada con una demanda creciente de capital humano para las distintas actividades que despliega en un territorio.

 

Antes era relativamente sencillo interpretar sus actividades. Entrar en la mafia se daba por medio del cultivo o el trasiego de sustancias ilícitas. No había mucho más. Pero hoy en día se ha profundizado la división del trabajo del narcotráfico. Ya no solo es el contrabando.

Hoy los cárteles funcionan como una gran empresa corporativa, con sus CEO a la cabeza, y un organigrama que incluye el área de seguridad, con su ejército de pistoleros y donde se ubican los punteros. Pero también el área financiera, contable y de extorsión, encargada de la administración de los recursos, el lavado de dinero hacia otras actividades lícitas de la economía formal, emprendimientos alternos, y el cobrar derechos de piso.

También se cuenta cuenta con un brazo político, encargado de dar protección e institucionalización de las actividades ilícitas, y que en su nómina aparecen Secretarios de Estados, militares, diputados, presidentes municipales, líderes sindicales, cuerpos enteros de las policías municipales.

No hay espacio donde no intervenga el crimen organizado. Hasta la música popular y el entretenimiento representan una superestructura de consciencia colectiva afín al narco. Por eso la reticencia de Alberto Mayol, escritor chileno, a considerar al cantante Peso Pluma, como representante de un movimiento contracultural de los jóvenes.

Los narcocorridos, los corridos bélicos, o tumbados, cualquiera que sea su forma, dice Mayol, están completamente mimetizados con esa cultura dominante en la que el poder está en el dinero, que cree en el éxito rápido, la vida de placer, el frenesí, que valora el hedonismo creyendo que la mujer es un objeto sexual, y que piensa que el consumo ostentoso es la mejor forma de integrarse a la sociedad.

 

Los halcones son apenas una parte minúscula de un Narco Estado en el que se ha convertido México, que no han alcanzado a corregir los programas del bienestar, ni los apoyos a jóvenes que construyen el futuro, porque el problema del narco no es monocausal y no es únicamente consecuencia de la pobreza. Porque en el fondo el narco en México y todas sus actividades periféricas se ha convertido en el motor más importante de movilidad social, adquisición de estatus, poder de consumo y sentido de pertenencia grupal. No hay nada de esto que un joven en condiciones vulnerables, de pobreza, marginación, rezago educativo, desintegración familiar y desgastados vínculos comunitarios, que pueda obtener por medios lícitos de la forma tan segura como la que ofrece el narco.

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